Capítulo 6

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Damien

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Damien

Caminaba por la habitación de un lado a otro observando a Richard, esperando ansioso que despertara. Se encontraba atado a una silla, sin camisa y un tanto golpeado por la forma en que lo subimos a la camioneta; su cabeza se oscilaba hacia al frente y un hilo de sangre caía muy lentamente de la comisura de sus labios. Lo mantenía en una habitación insonorizada, limpia y blanca. Había plásticos a los pies de Richard, facilitaba las cosas a la hora de deshacerse de las evidencias, comúnmente quemábamos todo y triturábamos los huesos hasta hacerlos cenizas. Siendo franco, me relajaba bastante hacerlo. De verdad me hallaba mal de la cabeza.

Ruslan y Luka se encargaban de hacer las llamadas con su familia para pedir el rescate, el cual sería de muchos millones; sacaría beneficios de este perro antes de mandarlo al infierno, en donde no podría hacerle más daño a otras niñas o mujeres indefensas.

Me detuve delante de Richard, me deshice del traje y en su lugar me coloqué una camisa de tirantes y unos vaqueros, en mi mano se oscilaba el filo de una navaja, la misma que usaría en Richard. Me gustaban, era divertido usarlas en bastardos como él. Me fascinaba la forma en que la hoja se hundía en la carne y de a poco iba abriéndola mientras la sangre se precipitaba por la herida y los gritos comenzaban.

—Damien —interrumpió mi hermano, sin darme cuenta, mi mano se aproximaba a Richard. Parpadeé desconcertado, retrocediendo—, su esposa está dispuesta a pagar todo el dinero que le pedimos —agregó a mi espalda.

—Eso es perfecto —murmuré ausente.

Cerró la puerta justo cuando el malnacido que estaba frente a mí comenzó a despertar. Arrastré una silla causando un sonido molesto al rozar el metal contra el suelo de piedra. Richard me miró y me reconoció enseguida; trató de mover sus manos y comenzó a mirar en todas las direcciones en busca de una salida.

—¿Qué es esto? —Exclamó asustado.

—Un secuestro —contesté con una tranquilidad que no sentía.

De verdad me asombraba el control que estaba teniendo cuando lo único que deseaba era torturarlo hasta hacer de su muerte una agonía infinita. Comenzar desde ya. Su asquerosa cara me provocaba nauseas, su sola presencia lo hacía.

—Negociemos —susurró en voz mortecina—, te daré todo el dinero que quieras, pero déjame salir de aquí, sin daño, no iré a la policía. Solo déjame salir.

Sonreí con malicia, a sus ojos, era solo una mueca pérfida. Deslicé la navaja por mi mentón una y otra vez, disfrutando el frio de la hoja.

—Saldrás, sí... pero con los pies por delante —dije mirándolo a los ojos

El miedo cruzó sus rasgos. Forcejó nuevamente, gritaba con desesperación, pidiendo una ayuda que no llegaría.

—¿¡Qué demonios es lo que quieres!? —Exclamó.

Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora