Eira
Me encontraba sentada frente a un juez en un estrado. Un abogado estaba a mi lado y yo... yo no sabía de mí. Había despertado en la camilla de un hospital en una prisión mientras gritaba desesperada sin que nadie me ayudara. Lloraba a más no poder sin que me importara lo que sucediera conmigo.
Él ya no estaba, lo demás daba lo mismo.
—¿La acusada tiene algo que decir? —escuché al juez hablar refiriéndose a mí. Llevaban tiempo gesticulando, apreciaba los susurros, mas no comprendía lo que decían y no me esforcé por entenderlos.
Continuaba con la vista perdida en aquel punto invisible en la pared de madera amarillenta con el recuerdo de mi paciente en mi cabeza. Sólo podía verlo a él que permanecía con sus ojos cerrados mientras yo le leía en esa pequeña habitación de aquel lugar donde me enamoré de él. Esos recuerdos eran los que me mantenían viva, quería seguir sosteniéndolo en mis pensamientos, ahí nadie me lo quitaría, teníamos nuestro final feliz, aunque en realidad, no tendríamos uno.
—Ven conmigo —dijo alguien a quien ignoré, no fui capaz de mirarlo y decir su nombre, o de agradecerle por haberme salvado de ese lugar, pese a que, él hizo una buena acción, hubiera preferido que me dejara morir.
Me levantaron del asiento y me condujeron fuera de ahí, mucha gente pasaba por mi lado, sin embargo, no podía enfocar ningún rostro, eran figuras sin formas, manchas oscuras y borrosas de las cuales brotaban sonidos sin sentido.
Podía sentir el tacto en mi piel, de manera levísima, así como el la firmeza del suelo bajo lo trémulo de mis pasos, luego, me encontré en otra superficie, nos movíamos y ya no fueron las personas las que parecían manchas borrosas, ahora eran grandes edificios. Todo resultó ser más de lo mismo, hasta que tiempo después el paisaje cambió.
Me vi de nuevo recorriendo aquellas calles de la ciudad a la que nunca pensé que iba a volver a regresar. Mi corazón comenzaba a acelerarse porque sabía muy bien a donde me llevaban, era lo que yo deseaba, regresar, regresar a casa con él.
El imponente y viejo castillo me dio la bienvenida y solo por una fracción de segundo pude sentirme conectada con mi cuerpo, era esto lo que necesitaba, volver a donde todo comenzó.
—Guarda la calma —miré a la persona que se encontraba a mi lado y sostenía mi mano con firmeza, se trataba de Mathias, fue él quien me sacó del lugar donde me tenían secuestrada—, estoy aquí.
—Damien —hablé por primera vez—. Damien me está esperando, él me lo dijo —agregué con una enorme sonrisa, todo tenía sentido ahora—, se esconde, ¿verdad? Quiere hacerme esperar.
Mathias sólo me observó con lastima. Yo no entendía por qué me miraba así. Damien estaba esperándome, él debería estar contagiado por mi felicidad porque volvía, la presencia de Damien aquí me hacia volver del lugar donde estuve recluida en mi mente.
La camioneta donde viajaba se detuvo. Mathias me ayudó a bajar de ella. Sonreí. Estaba de nuevo en casa. El aire limpio llenó mis pulmones, el dolor que pude haber sentido se esfumó como si nunca hubiera estado ahí. Mi Damien me pidió volver para reencontrarnos, y aquí estaba yo, cumpliendo.
—Damien —dije de nuevo—. Él me está esperando, tengo que verlo, tengo que verlo.
Me solté de la mano de Mathias y corrí hacia el edificio. Nadie me detuvo. De pronto, las energías que perdí, estuvieron de vuelta, una inyección de adrenalina me recorría el cuerpo y no hubo poder humano que me detuviera.
Subí las escaleras llegando hasta el piso donde se encontraba su habitación. Corrí más de prisa, como si la vida se me fuera en ello, al final, arribé a ella con una enorme sonrisa en mi rostro. Al fin iba a volver a verlo, él había dicho que nos encontraríamos y Damien siempre cumplía sus promesas.
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Damien ©
General FictionDamien Masson, un enfermo mental que goza de asesinar; aburrido y cansado de aquella sádica fascinación, toma la decisión de internarse en un psiquiátrico donde decide pasar el resto de su vida... al menos es lo que pensaba hasta que la vio. [Apta p...