Capítulo 2

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Damien

Tomé una camiseta negra de manga larga, me la coloqué y luego hice lo mismo con mis jeans, las botas y un par de guantes negros que se ajustaron a la perfección a mis manos.

El arma plateada resplandecía sobre la mesa de la habitación de aquel motel en donde me encontraba de pasada. No tenía una, sino distintas casas, pero no podía llamarlas hogar, aunque tampoco deseaba hacerlo, muy en contra de los deseos de mi madre que ansiaba llenarse de nietos. Negué ante esa absurda idea.

Eché un vistazo a mi alrededor, cerciorándome de que nada se me olvidara. Por lo regular, procuraba prepararme en lugares de paso, era como un tipo de ritual antes de un atraco. 

Revisé mi reloj, ya casi era la hora. Fui por el arma, tomándola entre mis manos, era mi favorita; con ella había matado a varias personas, la verdad que no recordaba con exactitud cuantas de eran, muy mal de mi parte. Sonreí.

Era un maldito psicópata.

Guardé el arma en mi cintura y volví a recorrer la habitación con mis ojos. Bien, no había nada más que llevarse de aquí.

Abandoné la habitación, avancé lento a través del pasillo con un papel tapiz amarillento, desgastado por el tiempo y por los años, mientras los gemidos de algunas mujeres y los gritos de pelea de otras personas, resonaban con fuerza incluso por encima de las paredes. En mi recorrido hallé a chicos jóvenes drogarse fuera de las puertas, eran unos chiquillos que me miraban totalmente perdidos. Suspiré.

El mundo era una mierda, pero el jodido era yo.

Maldita sociedad.

Me quedé de pie sobre la acera, saqué un cigarrillo y lo encendí para luego apoyar mi espalda contra el frío edificio de ladrillos

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Me quedé de pie sobre la acera, saqué un cigarrillo y lo encendí para luego apoyar mi espalda contra el frío edificio de ladrillos. Con mi vista recorrí cada esquina de aquel barrio, las mujeres en ellas, prostituyéndose, vendiendo su cuerpo sin poder haber encontrado algo más decente para mantener a sus hijos... su familia o simplemente a un esposo que las explotaba.

No las juzgaba, no las entendía, no me ponía en su lugar, sencillamente, cada uno de nosotros estaba jodido a su manera. La suya era vender su cuerpo para obtener dinero, el mío era asesinar y secuestrar para obtener el mismo resultado.

Tuve una infancia con muchas carencias, no deseaba volver a ser pobre... nunca.

Al cabo de unos minutos una camioneta Tahoe se detuvo justo frente a mí. Di una última calada a mi cigarrillo y lo tiré al suelo para luego apagarlo con mi pie.

Abrí la puerta de la camioneta y subí a ella. Quentin estaba a mi lado, Ruslan conducía y otro chico iba de copiloto, faltaba alguien que ahora mismo estaba interviniendo las cámaras de seguridad del edificio donde se encontraban las piezas de arte. Me hallaba seguro de que sería algo fácil. Cada uno de nosotros éramos bueno en algo y por ello formábamos un buen equipo. A quien más necesitábamos era la persona que sabía sobre informática y todas esas mierdas de tecnología a la que yo no le entendía ni un carajo y lo cual nos facilitaba el trabajo para destruir los circuitos de seguridad. 

Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora