Damien Masson, un enfermo mental que goza de asesinar; aburrido y cansado de aquella sádica fascinación, toma la decisión de internarse en un psiquiátrico donde decide pasar el resto de su vida... al menos es lo que pensaba hasta que la vio.
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Damien
Mi pecho estaba agitado, mi respiración se encontraba igual mientras penetraba sin compasión a la mujer que tenía debajo de mi cuerpo. Era tan brutal, que la escuchaba quejarse de dolor, pero no me detenía, porque de la misma manera estaba disfrutando demasiado de todo lo que yo le hacía.
Enredé mi mano en su cabello con toda la intención de lastimarla más y tiré con fuerza hacia atrás. Ella gimió en respuesta, algo que me dio asco escuchar. Maldita sea, ya ni siquiera el sexo me llenaba por completo, sin embargo, me ayudaba a sacar un poco de lo que llevaba dentro, pero no se sentía correcto, no lograba disfrutarlo, no me complacía más allá de la necesidad que mi cuerpo exigía.
No me gustaba que ellas me tocaran, no me gustaba frotar mi cuerpo con el suyo, por eso nunca me desnudaba completamente y optaba por amarrarlas de la forma que fuera y con lo que tuviera a mi alcance para así evitar cualquier contacto de nuestras pieles, aunque sonara ridículo, pues unía mi carne a la suya, de la manera que sea, con látex de por medio, pero lo hacía. Sin duda, estaría sería la última vez. Vine aquí con la intención de encontrar algo más que un vacío y erré, como esperé que fuera.
La solté y aferré mis manos a su cadera, cerré mis ojos y aceleré mis embestidas deseando terminar rápidamente para largarme de este lugar.
—¡Oh Dios! —Gritó ella al sentirme entrar con profundidad en su cuerpo.
Tensé mi mandíbula y me vi llegando a mi orgasmo sin sentirme realmente bien. Me vacié por completo y en cuanto acabé, me aparté sin permanecer un segundo más dentro de ella, salí y me quité el preservativo, lo tiré a la basura y subí mis pantalones con prisa.
Tomé mi cartera y saqué dinero. Me dirigí a la mujer pelirroja que estaba con una sonrisa enorme en su rostro y le entregué los billetes.
—No es necesario cariño —dijo sonriendo—, he disfrutado tanto de ti, que no pienso cobrarte un sólo centavo. —Sonreí de lado, sujeté su mano y puse el dinero en ella.
—No me gusta deberle nada a nadie... cariño —siseé con burla—. Adiós.
No esperé respuesta y salí de la habitación de aquel motel de mala muerte. Era lo mismo de siempre: feos pasillos, habitaciones en mal estado, olores horribles y en su mayoría, personas jodidas.
Ya afuera, encendí un cigarrillo, di la primera calada con la vista en el cielo oscuro. Resentí el frío en mis manos mientras las ansias se intensificaban, exigentes y amenazantes. El entumecimiento en mis palmas y esa habitual picazón no tenían nada que ver con la temperatura, solo con mi incontrolable sed de sangre.
Necesitaba ese dominio sobre la vida, ellas lo querían.
Necesitaba algo más para llenarme por completo, y yo sabía muy bien lo que era, así que iría a buscarlo.