Capítulo 8

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Damien

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Damien

Desperté exaltado y con el corazón latiendo frenéticamente; contrariado, eché un vistazo a mi habitación mientras apretaba la mano contra mi pecho. No había tenido una pesadilla, más bien se trató de un buen sueño y por ello mi desconcierto. No esperé soñar con algo así.

Se trataba de un sueño con una mujer, una mujer castaña y de ojos tristes; ella fue como un tipo de paz para mí cuando la tuve cerca, me brindó protección entre sus brazos, su voz era suave y tranquilizadora. Por primera vez mis demonios estuvieron en paz, nada me atormentó, fue un sentimiento de regocijo, algo que nunca antes había sentido, ni siquiera con matar. La sensación me acompañó durante varios minutos, un atisbo de sonrisa permaneció en mis labios al seguir recordándola. No pude ver su cara, pero eso era lo de menos, solo me importó lo que me hacía sentir y quise repetirlo, quise encontrar a alguien que me hiciera sentir igual o al menos, encontrar algo que me devolviera la misma sensación reconfortante.

Desorientado, me levanté de la cama y fui al baño para tomar una ducha; todavía era temprano, el sol permanecía oculto, pero siempre era lo mismo, nunca podía dormir demasiado y lo detestaba. Deseaba al menos poder descansar una noche completa.

Me deshice de la única prenda que llevaba encima y entré a la ducha. Lo hice de manera rápida, ansiaba llevar mis planes a cabo, no podía perder más tiempo. El agua helada me despertó por completo y disipó todo atisbo del buen sueño que tuve. Terminé en un tiempo récord. Me vestí rápidamente, peiné mi cabello con los dedos y al final abandoné mi habitación en dirección a la planta baja. Para mi sorpresa, Francesco se encontraba allí al igual que Mónica y Ruslan; los tres me miraron. Noté que había maletines con dinero en la mesa del centro, supuse que Francesco había vendido parte de las pinturas y joyas, tal y como aseguró que haría.

—Buenos días, Dam —saludó Ruslan.

—Buenos días —contesté de vuelta por educación—. Veo que pudiste vender las piezas de arte —añadí hacia Francesco.

—Sí, no fue del todo difícil, las joyas se vendieron completamente, las pinturas aún quedan dos pendientes, pero pronto las acomodaré.

—Sigue siendo igual de eficiente con tu trabajo, Francesco —dije burlesco.

Miré a Mónica, ni siquiera me dirigía la mirada. Bien por ella. Me alegraba que aquel pequeño escarmiento la haya hecho entrar en razón, de verdad que no quería matarla.

—Ruslan, necesito hablar contigo —murmuré.

Mi hermano asintió y salimos de la casa para tener privacidad, aunque no la necesitaba del todo, de igual manera les hablaría de mis planes a ellos también, dado que a todos nos afectaba mi decisión, por decirlo así. No podía negar que eran bastante buenos, nos complementábamos muy bien. Mi equipo era perfecto.

—¿Qué sucede? —Preguntó.

—Iremos a Cour Cheverny, Francia —me miró interrogante—, allí se encuentra el psiquiátrico de La Borde, que es donde pienso internarme.

Damien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora