22. Feliz cumpleaños, Lia. (Parte 2)

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Joseph's PoV.

No recordaba haberme dormido, pero para cuando desperté ya habían pasado dos horas desde que Emilia entró a ver a su abuela.

Apagué la televisión, que había quedado encendida, y fui a la cocina por un vaso de agua, normalmente le pediría a Maddy que me trajera uno pero ella tenía el día libre.

Me distraje un rato revisando mi celular, para cuando volví al salón Emilia estaba despidiéndose de su abuela en la puerta con la enfermera de ésta última vigilándolas de cerca, había olvidado que también estaría en el despacho de mi madre con ellas, para asegurarse de que no se pusiera mal del repente, claro.

—Bueno, tengo que irme, lunita —se despidió de Emilia, ella asintió, le dio un abrazo y le beso la mejilla —Adiós, querido, gracias por hacer esto por nosotras, ten un bien día —me dijo cuándo me vio, hizo el mismo procedimiento que con Emilia y salió.

Emilia salió con ellas, cuando entró, cerró la puerta, suspiró y se quedó apoyada en ella con los ojos cerrados. Ahora que lo notaba, tenía los ojos algo hinchados y si los abría, podría jurar que estarían rojos.

Abrió los ojos y sonrió levemente, sonreí también. Extendí los brazos y ella caminó un poco para abrazarme. Besé su sien izquierda, apoyó la cabeza en mi pecho y se quedó allí un rato.

—Gracias... gracias, gracias, gracias... —susurró sujetándose más a mí, sonreí más amplio.

—Hey, eres una de las mejores personas que conozco, te lo merecías. Además, es tu cumpleaños, me pareció el mejor regalo que podía darte —le dije.

Se separó de mí y dejó un beso en mi mejilla, sonrió de nuevo y se estrujó los ojos. Bueno, llorar cansa.

—¿Sabes que es lo primero que dijo mi abuela cuando me habló de su plan? —me preguntó sentándose en el mismo sofá en el que yo estaba hace un momento.

—Obvio no, yo no era el que estaba allí con ella, ¿qué te dijo? —curioseé.

—Que eras lindo, ¿puedes creer que una señora de ochenta años se fije en eso todavía? —rió.

—No me sorprende que lo haya dicho, soy irresistible —me burlé. Ella rió más fuerte.

—Claro, por eso la secretaria loca del edificio de tu madre te tiene ganas, lo olvidaba —se burló, le hice una mala cara y ella se rió nuevamente.

—Bueno, ¿qué quieres hacer ahora?

—Voy a mi casa, papá se ha de estar preguntando por qué tardo tanto —hizo acopio de levantarse del sofá, pero detuve su brazo e hice que se quedara sentada.

—De hecho, no puedes ir a tu casa hasta que sean las ocho de la noche.

—¿Por qué no? —me miró extrañada.

—Si te digo arruinaré la sorpresa, el punto es que no puedes hacerlo. Y tu padre sabe que estás aquí, bueno, él sabe todo el plan.

—¿Ah, sí? ¿Y qué se supone que voy a hacer aquí metida todo el rato? Aún faltan otras cuatro horas para las ocho.

—No tenemos que quedarnos encerrados aquí todo el día, podemos salir, el punto es que tú no te acerques a tu casa.

—Como sea, ¿en qué nos distraemos? —me preguntó echándose en el sofá.

—¿Quieres ver una película? —ella bostezó y asintió —Vale, mira si hay algo bueno en la televisión, voy al baño, luego paso a la cocina para ver si hay algo de comida.

Un corazón por sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora