Capítulo 3: Ser valiente

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    Inhalé hondo.

Exhalé lento y en silencio.

Los elefantes eran, por mucho, los animales con el mejor oído de la sabana. Con su trompa podían descubrir nuestro olor. Teníamos que guardar silencio y mantener nuestra distancia.

Tres metros de alto y seis de largo. Cinco toneladas de músculo y huesos. Eran lo más grande y pesado que caminaba por África. Un par de enormes colmillos afilados que superaban el metro de largo. Una piel impenetrable.

Definitivamente, solo un loco estaría dispuesto a meterse con ellos.

¿Por qué lo hacíamos nosotros?

Porque éramos esos locos.

Seguir a Nuka hasta el cañón era mala idea. Bajar a investigar con él, era peor. Seguirlo afuera de aquella formación y permitir que nos guiara hasta la manada de paquidermos era, definitivamente, lo más estúpido que pudo habérsenos ocurrido hasta el momento. Y sin embargo, ahí estábamos los cinco, observando a los mamíferos entre los pastizales que nos camuflaban de su vista.

Sabía que estar tan cerca de aquello imponentes animales era malo y solo podía terminar mal, pero simplemente no podía evitar pensar que era emocionante. Después de todo, siempre me había gustado la aventura, y hacía tiempo que no vivía una. La idea de cometer una estupidez resultaba sumamente atractiva, a pesar de ser cociente de que suponía un peligro para todos.

¿Qué estás haciendo, Lian?

— ¿Ahora qué, Nuka? — escuché el susurro de Vitani, en algún punto a mi izquierda.

Alguien chistó.

— Kopa va a acercarse a uno de ellos y con un rugido, lo asustará — explicó el aludido.

— ¡¿Estás loco?! — jadeé.

— Aún no se rugir — se quejó mi sobrino, elevando la voz un par de octavas.

Chisté al unísono con otras tres voces.

Uno de los elefantes, un macho poseedor de grande colmillos curvos, giró en nuestra dirección. Podía sentir un disparo de adrenalina recorrerme de la cabeza a la cola, una sensación entre el miedo y la determinación que no sentía desde la última vez que salí de caza. El gran animal escrutó la zona con sus diminutos ojos y estiró las orejas hacia los costados para escuchar mejor. Mi corazón latía con fuerza, como un pequeño tambor dentro de mi pecho. Nadie se movió. El herbívoro alzó la trompa para olfatear, pero el viento soplaba a nuestro favor llevándose consigo nuestro olor, así que no pudo detectarnos y continuó con lo suyo.

— Nuka, yo no puedo rugir — insistió la voz del pequeño.

— Di la verdad — masculló el moreno. — Di que tienes miedo.

— No tengo miedo.

— Entonces ve y asústalos.

Kopa caminó entre la hierba, en dirección una pequeña cría de elefante que se encontraba a unos pocos metros de nosotros. Jugaba alejado del grupo, meneando su diminuta trompa de un lado a otro al compás de sus orejas. Apenas podía ver el avance del cachorro gracias al movimiento de la hierba seca.

El sol empezaba a bajar. El viento soplaba suavemente. La manada estaba distraída. Era el momento justo para atacar.

Me agazapé, a la espera de que alguno de esos animales saltara. Clavé los ojos en ellos, como solía hacer cuando salía de cacería con las leonas. Mis músculos se tensaron. Rasguñé la tierra con mis garras. Cerré los ojos, y agucé los sentidos para concentrarme en el entorno. Mi mente empezaba a desconectarse para entregar el cuerpo a mis instintos más primitivos.

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora