Capítulo 9: La noche más larga

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    El sol se puso sobre el horizonte, que había permanecido nublado durante todo el día. Ni siquiera sus rayos lograban penetrar la espesura gris de aquellos cuerpos vaporosos. La brisa soplaba con fuerza, llevando consigo las hojas marchitas de la estación seca y el aroma fresco de la lluvia. El silbar del viento coreaba la melodía de los árboles al mecer majestuosamente sus copas. Pero nada era hermoso. El lugar estaba revestido para el luto.

Observaba el panorama, más por costumbre que por verdadero disfrute, mientras los animales del reino se congregaban en una larga fila que parecía tener el largo de nuestras tierras. La noticia de la muerte de Kopa corrió con el viento en todas direcciones por las Praderas. Rafiki había organizado todo. A mediodía, se había llevado a Kopa para prepararlo para su funeral, esa misma noche, mientras el rumor de la atrocidad de Zira se propagaba como una plaga incesante. Nala y Simba habían acompañado al simio, mientras el resto de la manada regresábamos a casa, abatidas por el dolor y la tristeza.

Inhalé hondo, llenando mis pulmones con el olor del luto. Un olor amargo y desabrido, acompañado por las flores que la manada había recolectado, e impregnado con el humo de la hoguera que Rafiki había preparado para el ritual. Este podía percibirse a kilómetros, y me atrevería incluso a afirmar que sobrepasaba los límites de nuestras tierras.

El lugar para la ceremonia sería el mismo donde yacían nuestros antepasados. El Árbol de los Grandes Reyes. Este era un viejo sicómoro con más de treinta metros de alto y el tronco de un ancho de casi siete metros. El árbol por sí solo era imponente en la distancia: a casi dos kilómetros de casa podía verse perfectamente su silueta, durante el atardecer, desde la Roca del Rey. De frente, era una maravilla de la naturaleza: la base, y la bifurcación principal del tronco, estaban completamente huecas. Según la leyenda, cuando el sicómoro era joven, un rayo había caído en sus raíces durante una tormenta, quemando su tronco y levantando la tierra a su alrededor. Pero esto no lo mató. Si bien, el accidente había dejado sus ramas fracturadas, obligándolo a crecer torcido y amorfo, dicho árbol creció tanto que se convirtió en el ficus sycomorosus más grande de Las Praderas.

No sabía desde cuando mi familia había decidido encomendarlo a tan lúgubre destino, pero había ya seis generaciones de reyes descansando entre los nichos internos que formaban sus raíces. Kopa tomaría el lugar de la séptima familia, desplazando a sus padres a la octava. La idea era escalofriantemente triste.

Rafiki se encargaría de limpiar el nicho correspondiente, así como de encender pequeñas fogatas alrededor del Árbol con la esperanza de mantener iluminado el lugar para que el alma de Kopa no se perdiese en su camino a la ascensión. A mi parecer, solo le confería un aire más pesaroso. Observé, tumbada al pie del árbol sobre una enorme roca, cómo las manadas recién llegadas empezaban a acomodarse poco a poco en torno al sicómoro para presenciar el funeral. Como era tradición, desde los enormes elefantes hasta las liebres más pequeñas habían decorado sus pieles de colores amarillos, tintos y marrones, tiñéndolas con pulpa de frutas y decorándolas con espirales y círculos.

La última vez que había visto tantos animales juntos fue durante la presentación de Kopa, como bienvenida del cachorro. Ahora nos reuníamos para despedir al único príncipe de la familia que jamás llegaría a convertirse en rey.

Sentí aquella picazón en los ojos y, sin fuerza para contenerlo, a pesar de haber estado así todo el día, rompí a llorar. Oculté mi rostro entre mis patas para que nadie pudiese verme durante mi duelo. Kopa.

¡Oh, si tan solo hubiese actuado mejor! Si hubiese corrido más rápido; si hubiese escuchado antes su llamado; si hubiese peleado contra Zira con mayor avidez; si me hubiese aferrado mejor al borde del cañón; si hubiese obligado a Kopa a volver a la cueva...

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora