Capítulo 33: Inquebrantable

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- ¡Vamos, tú puedes! - gritaba Kion.

- ¡Hazlo, Beshte! - decía Ono.

El hipopótamo se veía agotado desde hacía algunos minutos, pero no se daba por vencido. Al parecer, su cabeza era tan dura como su piel.

- ¡Estas a punto de lograrlo! - le animaba Fulli.

Beshte tenía los ojos cerrados, el ceño fruncido igual que los labios, la mandíbula fuertemente cerrada y la frente pegada a una enorme roca. El entrenamiento de ese día para el paquidermo consistía en remover del camino de migración de los antílopes ese enorme pedazo de magma endurecido. Y para volverlo más interesante, o quizá sólo algo por malicia, los amigos habían decidido que su miembro más fuerte la llevaría cuesta arriba hasta la cima de una pequeña colina. La criatura llevaba cerca de quince minutos gastando sus energías en cumplir el reto, y el resto de la Guardia gastando las suya en darle ánimos verbales.

En repetidas ocasiones pensé que todo ese asunto era en vano. Es decir, ¿qué músculos se suponía que Beshte estaba ejercitando con eso? ¿No era más provechoso que los otros cuatro entrenaran también en lugar de perder el tiempo dando palabras de aliento? Y en todo caso, ¿para qué carajo a querían mover la piedra? No era como si los antílopes fueran tan imbéciles como para no poder rodearla.

Pero preferí guardar silencio. Mi trabajo era más fácil si permanecían en actividades como esa donde permanecían en su solo lugar y yo podía invertir el tiempo en seguir en mis cavilaciones.

No faltaba mucho para que el sol estuviera en punto para que la Guardia se tomara el descanso de medio día. Entonces tendría tiempo de ir en busca de Mheetu y escapar unos minutos con mis amigos.

Me pregunté qué haría si Robert se aparecía por ahí. ¿Cómo reaccionaría él? Y más importante, ¿cómo reaccionaría yo? Habían pasado sólo dos días, pero sentía la situación tan tensa que apenas podía permanecer tranquila. Si antes el león se paseaba a su antojo por mi mente, este pequeño embrollo lo había vuelto todavía más común.

Y era que no podía creerlo. Sólo formular la frase parecía falso.

Robert está molesto conmigo.

Empezaba a preguntarme si de verdad esto iba a mejor algún día. Si nuestra relación volvería a ser como era antes, o si mis errores habían sido determinantes en el curso que las cosas iban a tomar a partir de esos días.

Mis errores... ¡él también había cometido errores!

Y no sólo conmigo, con Palmira también, pero actuaba como si ni siquiera lo notara. Y a pesar de saber eso, me sentía tan culpable. Después de todo yo había sido quien jalara del gatillo. Robert sólo estaba respondiendo a eso. Pero aun así, no me parecía que fuese una decisión que tuviera que llegar a tal punto. ¿Para que necesitaba tiempo sin tener contacto con el otro? ¿Cuántos días necesitaba para pensar? Para empezar, ¿en qué se supone que iba a pensar? Una amistad no es algo a lo que se le tenga que dar tantas vueltas, ¡por Dios! Si íbamos a jugar así, yo también tenía cosas que pensar respecto a su actuar.

¿Y si se estaba tomando tanto tiempo sólo para tentar el terreno? ¿Qué clase de noticias tendría para mí la próxima vez que habláramos?

Me aterraba cualquier posibilidad. En un mundo perfecto imaginaba que me recibiría de nuevo como antes y diría que él también me quería como yo a él. En un mundo realista - que era todo cuanto pedía en ese momento - Robert se acercaría y nuestra amistad seguiría igual, con este pequeño bache como un recuerdo solamente. Y la última opción, que era en la que menos quería pensar pero que por alguna razón sospechaba que sería la final, el león me diría que estaba tan molesto que había optado por no volver a dirigirme la palabra, que sus amigas ahora eran Gina y Efia y, ¿por qué no? Quizá hasta estaba enamorado de alguna de ellas.

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora