La comida terminó antes de que lograra saciar mi hambre por completo, pero hacérselo saber a mis nuevos compañeros me parecía un abuso bastante grosero. Roer los restos hasta dejarlos completamente limpios era preferible antes que atreverme a pedir más. De modo que, una vez que terminé de comer, y dejé solamente una pila de huesos en el suelo, decidí aceptar la invitación hecha por Yudhenic.
Caminé hasta la orilla del manantial y sumergí la cabeza en el agua fresca para asear mi pelaje. Contuve la respiración. Cerré los ojos por un segundo, intentando relajarme. Pero todo lo que conseguí fue revivir el último recuerdo que tenía sobre alguna experiencia con el agua. El río, salvaje e indomable como un potro de Namibia, apareció de nuevo ante mis ojos, arrastrándome con la fuerza de un huracán, cortándome la respiración, nublando mi vista en medio de la tormenta. Saqué la cabeza del agua e inhalé una profunda bocanada de aire. Cientos de gotas empezaron a escurrir por mi rostro, hasta caer de regreso al manantial.
El recuerdo de ese río era lo último que había visto del Reino. Y me aterraba. En general, los recuerdos de las últimas treinta y seis horas eran los peores.
¿Era posible que pensar en un lugar tan amado como el hogar resultara tan amargo? Parecía que sí.
Decidí no pensar más en ello, y me dediqué a secar mi pelaje. Aquella tarea resultó ser más rápida de lo que pensé y, para cuando estuve lista, el crepúsculo empezaba a caer detrás de las montañas.
No muy lejos de la cueva donde desperté, tal y como había indicado la leona, localicé una pequeña fogata, de cuyo fuego desconocía la procedencia, en cuyos alrededores se congregaban los miembros de la manada. Parecían bastante entretenidos riendo y hablando entre ellos, como viejos amigos. ¿Cuánto tiempo tendrían conociéndose? Tal vez lo preguntaría más adelante, cuando no sintiera ese nudo en la garganta que me provocaba la idea de reunirme con unos desconocidos. Tragué saliva, intentando deshacerme de esa sensación. Fue en vano, pero decidí avanzar. Siempre con la cabeza en alto y la mirada al frente, como hacía mamá.
A medida que me acercaba, podía escuchar mejor sus voces, sus risas estruendosas y sus conversaciones sin sentido para mí. Los oscuros ojos de Oswald fueron los primeros en notar mi presencia.
— ¡Hey, Lian! — sonrió. — Ven, acércate. No mordemos.
Yudhenic, tumbada a unos pocos metros del león, me sonrió para darme la bienvenida.
— Justo estábamos hablando de ti — agregó.
— Cosas buenas, solo cosas buenas — aclaró la voz de Karen, tumbada junto a la leona.
La rubia me sonrió también, de una forma más burlesca y alegre que sus compañeros. Les devolví el gesto mientras terminaba de recorrer la distancia que me separaba de ellos. Me senté entre Karen y el que, según recordaba, respondía al nombre de Sameer.
— ¿Ah, sí?— fue lo mejor que pude responder.
— ¡Sí! Oye, ¿entonces es cierto que te encontraron en el río? — preguntó una voz nueva.
Al buscar con la mirada, me topé con un par de ojos café cobrizo. Según lo que recordaba, ese león de melena lánguida debía ser Mönche. La manada completa se volvió hacia él para chitarle a modo de regaño, y el chico retrajo las orejas como si hubiese cometido un error garrafal y puso los ojos redondos de sorpresa.
Reí ante el gesto. No lucía como el idiota que Oswald me había advertido. Parecía un buen chico, incluso tal vez hasta tierno en cierto sentido.
— Está bien — aseguré, alzando la pata en un ademán para corroborar mis palabras. — Supuse que a estas alturas ya todos sabrían cómo había llegado hasta aquí.
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Lian's Story
Fanfic(Basada en la película de Disney, The Lion King) "Supongo que esta es la parte donde escribo un montón de frases cursis y ridículas para engancharlos con la historia. Pero no lo haré. Después de todo, ¿cómo puedes resum...