Capítulo 10: Forastera

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Llovía de nuevo. Estaba en esa maldita selva una vez más, escapando para salvar mi vida.

Salté sobre un montículo formado por piedras, uno que no había visto en ocasiones pasadas, y me oculté entre aquellas formaciones. Era de noche, y aunque el monstruo llevara consigo una antorcha, confiaba en que no podría verme. Vi aquella luz amarilla pasando entre las hojas de los árboles, acercándose hacia mí.

Mi corazón latió fuerte. Con suerte, lograría despistarlo para poder atacarlo. O huir. Cualquiera de las dos eran buenas opciones.

¡Lian! — escuché que alguien clamaba mi nombre. — ¡Ayúdame, te necesito!
Esa voz. No, no podía ser. Era imposible.

Me quedé petrificada en mi lugar, mientras un solo nombre cruzaba por mi cabeza. Kopa.

¡Lian!

Sí, ¡esa era su voz! La emoción me hizo salir de mi escondrijo para buscarlo.

— ¡Kopa! — grité en medio de la noche.

No hubo respuesta, pero estaba segura que era él. Salté lejos de las rocas y me interné en el corazón de la selva, motivada por la ilusión.

— Kopa, ¿dónde estás? — pregunté voz en pecho.

— ¡Lian, ven rápido! — esta vez, su voz se escuchaba más cerca.

Corrí tan rápido como mis patas me lo permitían, sorteando apenas los obstáculos que aparecían en mi camino. En un par de ocasiones, me golpeé la cara con las hojas de las palmas, pero nada que fuese capaz de detener mi carrera en pos del cachorro.

— ¡Kopa!

Y apareció de nuevo aquella luz amarillenta, como un espectro nocturno danzando entre la maleza. Me detuve de golpe, rezando porque no me hubiese visto.

El pequeño león pasó corriendo justo frente a mí, y el mundo se detuvo por un instante al verlo de nuevo. Sin embargo, él no pareció notar me presencia y continuó su camino, pasándome por alto.

— ¡Ayúdame! — gritó por encima del hombro.

¿De qué estaba escapando? Giré la cabeza en la dirección en la que venía, y descubrí al cazador, con su antorcha y su arma, yendo tras los pasos del cachorro.

— ¡Lian, te necesito!

— ¡Ya voy, Kopa! — respondí, mientras saltaba a perseguir al cazador entre la vegetación, guiada por el resplandor del fuego.

No tardé demasiado en dar con ellos. Mi sobrino había quedado atrapado entre una enorme roca y el asesino. Él estaba aterrado, viendo como el monstruo le apuntaba alegremente con el cañón del arma.

Un estallido de energía me impulsó a saltar sobre el ser, atacando su cabeza. Sin embargo, este pareció escucharme y se agachó antes de que pudiese siguiera rozarlo. Caí de bruces entre él y Kopa, quien seguía atónito observando la escena.

Giré sobre mi misma para hacerle frente al cazador. Pero descubrí que él estaba un paso adelante. La boca del arma estaba apoyada sobre mi pecho. Levanté la mirada hacia sus ojos, unos ojos rojizos encendidos por el fuego de la codicia. Me sonrió, mostrando una horrible dentadura, y escuché un ligero clic. El arma estaba cargada. El juego había terminado.

Miré a Kopa de por el rabillo del ojo, y entonces todo desapareció.

Abrí los ojos. Solo había sido un sueño. No había selva, ni cazador, ni fuego, ni oscuridad... ni Kopa. Los recuerdos del día anterior regresaron a mi cabeza de golpe, abrumándome antes de que pudiese ponerme de pie. Recordé el árbol roto, los gritos de Kopa, el cañón, a Zira, a Nala llorando, el Árbol de los Grandes Reyes, el fuego, la lluvia, el río...

El río. ¿Dónde estaba ahora?

Mis ojos tardaron unos segundos en enfocar el lugar. Era una cueva, pero no era nuestra cueva. De hecho, nunca antes había estado en esa cueva. Era pequeña, apenas con la altura suficiente para que un búfalo adulto entrara caminando. La nuestra era, cuando menos, del doble de alto. Olía a tierra mojada y un escalofrío sacudió mi cuerpo. Tenía frío. ¿Qué había ocurrido la noche anterior?

Escuché el sonido de unas voces, no muy lejos de donde yo estaba. Parecían alegres, y reían por lo bajo. Miré unos metros por delante de mi posición. Reconocí la figura de tres leonas dándome la espalda, pero ninguna de ellas pertenecía a mi manada. Estaban sentadas frente a la salida de la cueva, observando hacía afuera. Tendrían más o menos mi edad. No las conocía. Nunca antes las había visto. Sus olores no me resultaban familiares.

Esto era demasiado extraño.

Mis músculos se tensaron por inercia y me dispuse a ponerme de pie en caso de que tuviese que atacar a las desconocidas. No podía fiarme de ellas solo porque sí. Intenté levantarme, pero una dolorosa punzada en la nuca me obligó a permanecer tumbada.

Instintivamente, me llevé una pata hacia el sitio adolorido para masajearlo suavemente. Entonces, una de ellas se giró.

— ¡Hey, miren! Ya despertó — avisó a las otras sin apartar su mirada de mí.

Y al instante, tenía seis ojos clavados sobre mi rostro. No recordaba la última vez que me había sentido tan observada, pero no era una sensación precisamente agradable. Los pelos de mi cuello se erizaron de incomodidad.

— ¿Qué tal? ¿Cómo te sientes? — preguntó otra de ellas, la del pelaje más claro.

— ¿Qué... qué me pasó? — titubeé, aún sin poder moverme.

— Esta mañana te encontramos inconsciente en el borde del rio — explicó la tercera.

— Suponemos que debiste pasar ahí toda la noche — siguió la primera. —Estabas tan mojada como una trucha.

Las tres se alejaron de la entrada para avanzar hacia mí. La idea de tenerlas cerca me obligó a saltar nerviosamente hacia atrás para poner más distancia entre nosotras. Ellas me miraron extrañadas, como si mi reacción estuviese completamente fuera de lugar.

— ¿Quiénes son ustedes? — inquirí.

— Oh, claro — razonó la tercera, la más alta de las tres. — Permíteme presentarnos. Nosotras somos Karen, — la primera leona, la que me había visto despertar, me dedicó una sonrisa — Yudhenic — saludó la segunda — y Mahary.

Las escaneé rápidamente con la mirada. Karen era de compleción fuerte, pelaje dorado y tenía un flequillo castaño que caía sobre el flanco derecho de su cara. Yudhenic era más delgada y de menor estatura; tenía una curiosa melena de cabellos cenizos que bajaba por sus hombros y cubría su nuca. Mahary era robusta, y casi tan alta como Simba. Llevaba un alegre moño de hoja de palma atado al cuello que se confundía a ratos con su pelaje.

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora