Capítulo 12: Club de solitarios

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El sol caía directo sobre mis ojos y me hizo despertar.

Parpadeé un par de veces antes de poder enfocar bien mi entorno. Era la segunda vez que despertaba fuera de casa y eso, por alguna razón, me provocó una oleada de tristeza. Y con ella, mi cabeza hizo un recuento automático de todo lo vivido durante los últimos días. Desde la partida de Mheetu hasta la noche anterior.

Me estiré un poco sobre la hierba húmeda. Levanté la cabeza para observar el panorama. Jamás había dormido a mitad de la sabana, y me resultaba todo un espectáculo.

Los primeros rayos del Sol se alzaban por encima de las montañas que Robert me había indicado esa noche. La cálida luz hacía que la sabana se desperezara lentamente, iluminando bellamente los prados y colándose entre las ramas de las acacias. El lugar se había cubierto por una ligera capa de neblina que filtraba los rayos solares para crear una especie de película blanquecina. Los jóvenes y tiernos pastos que empezaban a crecer estaban cubiertos por el reluciente manto del rocío que, al entrar en contacto con el Sol, semejaban una vasta alfombra de diamantes.

Pocas veces había despertado ante un espectáculo tan hermoso.

— Buenos días, Lian — reconocí la voz de Yudhenic y, por inercia, me volví a buscarla hacia el sitio donde había dormido. La leona bostezaba con pesar mientras el resto del grupo empezaba a abrir los ojos. — ¿Cómo pasaste la noche?

— Bastante bien, gracias — sonreí.

— Es bueno saber eso — agregó Oswald, tumbado boca arriba a los pies de la castaña. — Hoy tenemos muchas cosas que hacer.

— ¿Ah, sí? — pregunté, recordando las palabras de Robert. — ¿Cómo qué?

— Cállate, Oswald — ordenó Louis con una sonrisa sarcástica. El león apareció desde algún punto a espaldas de Yudhenic. — Tú nunca haces nada.

El aludido bufó.

— Mira quien habla.

El recién llegado saltó sobre Oswald de forma juguetona. Aún a nuestra edad, jugar a las luchas era algo casi imposible de resistir. Yudhenic se agazapó al descubrirse en medio del juego.

— ¡Largo de aquí! — chilló. — Me están lastimando.

Ambos leones se detuvieron en el acto.

— Discúlpanos, florecita — masculló el moreno.

La leona estaba a punto de soltarle un zarpazo en la cara cuando una nueva voz se unió a la conversación.

— ¡Hey, Lian! ¿Dormiste bien?

No me resultó difícil reconocer que se trataba de Karen. Y, en efecto, la chica apareció prácticamente de la nada para reunirse con nosotros. Edward venía con ella.

— Sí. Eso creo — respondí.

— Vamos — siguió ella. — No hay nada mejor para despertarse que dar un paseo en la sabana.

— Sí, ¿por qué no te vas a caminar y te cansas? — propuso Louis a Oswald con cierto tono burlesco, pero dejando bastante claro que lo decía en serio. —Así, cuando regreses, no tendremos que soportarte.

— Soy esa comezón que no puedes rascar — rio Oswald.

El león líder puso los ojos en blanco, al igual que el resto del grupo. Karen y Edward dieron media vuelta y se alejaron lentamente de nuestro sitio.

— Muevan esas piernas o se quedarán con Louis — llamó la leona.

— No hay necesidad de amenazarnos — respondió Oswald, levantándose de la hierba para trotar hasta sus amigos.

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora