Prefacio

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    Suele decirse que toda historia tiene dos versiones.

Personalmente, digo que hay tantas versiones como participantes de cada historia...

... a menos que sea una historia que vivas solo (entonces solo existe una versión), como ese sueño sin sentido que tuviste hace un par de noches donde salvabas el día; o esa ocasión en la que, caminando fuera de casa tropezaste con un agujero en el suelo por accidente que, convenientemente, estaba justo en el borde de una cuesta bastante inclinada y...

Lo siento, creo que me estoy desviando del tema. Regresando a la idea inicial... existen diferentes versiones de cada historia. Esta es la mía.

Mi nombre es Lian. Soy una leona africana, segunda hija de Mufasa y Sarabi, monarcas de las Tierras de la Pradera y hermana menor del rey Simba por algunos meses. Lo cual, teóricamente, me convierte en una princesa, papel que nunca me agradó del todo.

Mientras mi hermano y papá salían a pasear por el reino durante las mañanas, yo me quedaba en casa. Con mamá. Escuchando sus aburridas pláticas con mis tías. Y su amiga Sarafina. Eso es terrible para un cachorro tan inquieto como lo era yo.

¿Por qué debía quedarme sentada? ¿Por qué tenía que oír aquellos chistes ininteligibles para mí a mi corta edad? ¿Por qué Simba sí podía ir en busca de aventuras? Es más, ¿por qué a él se le enseñaba como ser un valiente y noble rey mientras a mí me tocaba aprender aburridas labores domésticas?

Sé lo que están pensando. Pero no. Jamás sentí envidia hacia mi hermano, ni odio, mucho menos rencor. En realidad, era más bien un sentimiento parecido a la impotencia al no poder cambiar mi odioso papel de "princesita delicada" por algo mejor, un destino donde pudiese descubrir cosas nuevas y salir a la acción todos los días por el resto de mi vida.

Para mi suerte, no era la única cachorra. En la Roca del Rey, estaba Nala. Ella había sido amiga mía y de Simba desde que teníamos memoria. Y no muy lejos de casa, vivían más amigos nuestros. Malka, Tojo, Tama, Chumvi y Kula. Cuando estábamos los ocho juntos éramos, y no es por presumir, el grupo de cachorros más traviesos de todo el reino.

A veces teníamos algunas diferencias. Simba, por ejemplo, detestaba darse cuenta que su melena era más corta que las de nuestros amigos, y las competiciones por probar quien era más rápido o más fuerte eran cosa de todos los días. Eso nos acarreaba más problemas de los que me gustaría recordar. Una de estas competiciones, precisamente, terminó desencadenando una estampida de gacelas de la cual apenas pudimos escapar a salvo gracias a que Malka encontró un escondite a tiempo.

Los días se hacían cortos cuando estábamos juntos. Ni un solo momento faltaron las risas y las aventuras. La vida nos sonreía con ganas, y el futuro se veía tan increíble y distante que no nos deteníamos a pensar demasiado en él. Parecía susurrarnos al oído las dulces victorias que ocurrirían en algunos años, suplicándonos ir hacia ellas, y nosotros no le prestábamos atención alguna. Si el presente era bueno, ¿por qué preocuparse por un futuro que, además, nos gustaba para prometedor y glorioso? El mundo era perfecto.

Y luego, todo cambio.

Se suponía que sería un buen día, algo que pondría feliz a papá. Un cañón seco, un rugido inocente y una repentina estampida de ñues anunciaron el principio del fin.

Dicen que es bueno dejar ir el pasado, pero resulta bastante complicado cuando ves a la muerte a los ojos, frente a frente, mientras te arrebata a alguien que amas. Y sin tiempo para pensar o detenerse a preguntar, ya nos veíamos, una vez más, corriendo para salvar nuestras. Esta vez, de un trío de hienas que nos pisaban los talones y que no dudarían en aniquilarnos si les dábamos la oportunidad.

Huir al desierto fue la mejor (y única) opción. Ese día, dejamos atrás todo lo que conocíamos, todo lo que alguna vez habíamos amado. Aquel futuro distante que lucía tan prometedor hasta esa mañana se había desvanecido en cuestión de minutos. Y la idea de convertirse en grandes y nobles gobernantes murió junto con papá.

No estoy segura de cuánto tiempo estuvimos caminando por el desierto sin rumbo alguno. El hambre y la sed terminaron por dejarnos a merced del sol abrazador y el estómago de los animales carroñeros. Sin embargo, aún en aquella penumbra, la suerte nos sonreía y el destino puso en nuestro camino a Timón y Pumba. Ellos nos dieron agua, comida, un hogar y lo más parecido que pudimos haber encontrado a una familia.

Ser criados por un jabalí y un suricato es todo un caso. Aprendimos a comer insectos; a ahorrarnos los modales al momento de "liberar un gas"; a que un eructo estomacal entre más fuerte sea, mejor; y claro, a saber llevar el lema de "Hakuna Matata" como todos unos profesionales. Vivir en una jungla tropical solo para nosotros, sin ninguna clase de deberes ni responsabilidades es, posiblemente el sueño de muchos.

Pero hay cosas que el tiempo no puede cambiar, y todas las noches, al mirar las estrellas antes de ir a dormir, aparecían las mismas incógnitas en mi cabeza: ¿cómo estarían en casa? ¿Qué habría ocurrido después de aquel día? ¿Estarían todos bien? ¿Qué había de mamá? Y la peor parte era saber que tal vez nunca podría responder esas preguntas. La duda es el sentimiento más torturante que existe.

Un buen día, la luz y las respuestas llegaron después de un breve confrontamiento: Nala. Verla de nuevo, después de tantos años, después de todo lo que habíamos vivido, era como un sueño hecho realidad. Claro que no pudo resolver muchas de mis dudas antes de que Simba decidiera hablar a solas con ella.

Al igual que Timón y Pumba, hice mutis de la escena. De todas formas, Nala y Simba siempre fueron los más unidos del grupo. Me fui por mi cuenta a reflexionar sobre las noticias traídas por Nala y las razones que habría tenido para llegar hasta ahí. Algo debía estar ocurriendo en el reino, algo que la habría obligado a salir de los límites establecidos. Pero, ¿qué podía ser? Algo importante, eso era seguro.

Al llegar el atardecer decidí que ya era mi turno para hablar con ella. Pero no los encontré. Corrí por los pastizales, buscando alguna pista de Nala o de Simba. Hacía horas que no sabía nada de ellos; la noche estaba cayendo rápidamente y podían estar en cualquier parte.

Encontré a mi hermano, algunos minutos más tarde, hablando enérgicamente sobre la necesidad que teníamos de volver a casa. La idea nos aterraba a ambos en el fondo, pues no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar al regresar después de tanto tiempo, pero mi curiosidad por saber que había ocurrido con nuestra madre y la manada me obligó a seguirlo. En el camino, me habló sobre lo que Nala le contó acerca del reinado de Scar y la devastación que había causado. Entonces comprendí su urgencia.

Y no era para menos. Las verdes praderas que yo recordaba de niña, llenas de vida y rebosantes de color, eran ahora un puñado de tierra árida y marchita donde los cadáveres eran solo un montón de huesos roídos hasta el tuétano y los árboles secos formaban extrañas figuras lineales y amorfas que subían hacia el cielo, como horribles dedos huesudos suplicando ayuda.

El reencuentro con nuestro tío y la manada fue fácil. El verdadero problema fue deshacerse de él y sus secuaces. Y, como si esto no fuera suficiente, una tormenta eléctrica que se avecinaba en el horizonte lanzó un rayo que incendió la base de la Roca del Rey, tapizada de hierbas secas, perfectas para fungir como leña. El fuego se levantó como si se tratase de la misma entrada al infierno, pero nos ayudó a ahuyentar a nuestros contrincantes.

Scar cayó, y las leonas nos deshicimos de aquella plaga de hienas pulgosas. La lluvia de la tormenta apagó el fuego, y Simba subió a la Roca para reclamar nuestras tierras y el trono con un rugido tan poderoso que fue imposible no corearlo. Jamás rugí tan fuerte como ese día, y jamás me sentí más llena de vida.

Con la temporada de lluvias, las plantas volvieron a crecer como antes y las manadas llegaron al reino junto con la mejor noticia de nuestras vidas: Nala estaba preñada. La manada se regocijó de júbilo con el anuncio de los orgullosos padres.

Así que, ahí estábamos. Simba y yo habíamos vuelto a casa. Las tierras de nuestro padre volvían a ser lo que habían sido antes de Scar. Las hienas habían desaparecido del reino prácticamente de la noche a la mañana. Pronto me convertiría en tía.

El mundo parecía, una vez más, ser perfecto.


Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora