Capítulo 17: Cementerio

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    Desperté escuchando el estruendo de cientos de animales moviéndose entre los matorrales. Abrí los ojos lentamente, aun sintiendo el peso del sueño en ellos. Los primeros rayos del sol empezaban a asomar en el horizonte, por lo que la mayor parte del lugar aún estaba oculto entre las penumbras.

Sin embargo, las manadas ya se habían puesto en movimiento y corrían con emoción hacia quiensabedonde. El poder común de sus patas golpeando salvajemente la tierra hacía que esta temblara a varios metros en la redonda. El árbol sobre el cual me había quedado dormida se sacudía junto con ella.

Intenté conciliar el sueño de nuevo, removiéndome en la rama para buscar un punto más cómodo. Sentí una corriente eléctrica de disgusto recorrerme la espalda al descubrir que la manada ya había empezado a despertarse. Podía apostar a que era gracias a los búfalos y cebras que habían decidido madrugar.

Se acabó la hora de dormir.

Gruñí por lo bajo. Me asomé por un costado de la rama para mirar debajo de esta. Robert y Palmira habían decidido pasar la noche al resguardo de los matorrales y la roca que sostenía mi árbol. Ambos aún estaban acurrucados, uno junto al otro para mantener el calor, y profundamente dormidos.

Sintiendo aún la pesadez del sueño en mi cuerpo me puse de pie sobre la rama y me desperecé con un bostezo. Salté hasta la piedra, y luego bajé hasta los matorrales marchitos. Me detuve frente a Palmira y Robert. Ellos ni siquiera me habían escuchado. Sus respiraciones, lentas y tranquilas, me indicaron que aún estaban dormidos.

Se veían tan endemoniadamente cómodos en ese pequeño espacio de tierra que habían limpiado de las ramas secas, con los párpados suavemente cerrados sobre sus ojos, uno junto al otro, en una posición tan apacibles. No puede resistirme y me entregué a la tentación de acurrucarme junto a ellos un instante. De alguna forma conseguí hacerme un espacio entre los dos, como un suave colchón peludo y cálido. Cerré los ojos, permitiendo que mi cuerpo se amoldara a las posiciones de ellos.

Pocas cosas eran tan placenteras como volver a recostarse unos pocos minutos después de despertar.

    Pocas cosas eran tan placenteras como volver a recostarse unos pocos minutos después de despertar

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    — ¿Lian? — reconocí la voz adormilada de Palmira.

Gruñí en respuesta.

— ¿Qué ocurre?

— Es hora de levantarse — articulé entre dientes.

— ¿Tan temprano? — se quejó Robert, removiéndose en su lugar.

— Las manadas ya están en movimiento — expliqué.

— Aun así es muy temprano — insistió la leona en un bostezo. — Algo debe haberlas asustado.

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