Capítulo 38: Dejar ir

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Dos semanas pasaron en total cuando decidí que era tiempo de un cambio, semanas en las que mi interacción con Robert era casi nula, limitandose a apenas un breve intercambio de palabras y uno constante de miradas a distancia. Ninguno se acercaba al otro para hablar, él con las hermanas y yo con Danny y Arafa. Pero, ¡ah, como nos mirábamos a hurtadillas! Mientras escuchábamos las conversaciones de nuestras respectivas acompañantes, mientras descansábamos en algún sitio cercano, cuando nuestros caminos se topaban por casualidad.

El plan no había dado los resultados esperados pues, lejos de dejar de quererle por completo, sólo había conseguido extrañarlo. Pasé aquella noche pensando que ya había sido suficiente distanciamiento porque, encima de todo, empezaba a sentir que si lo dejaba así más tiempo causaría un daño que ya no tendría reversión.

Bien dicen que no se puede renunciar a algo en lo que se piensa todos los días.

Así que esa mañana salí sola con camino a la guarida para hablar con Robert. No estaba segura de qué iba a decirle. Mi único plan era buscarlo y pedirle hablar a solas, como él había hecho hacia poco más de un mes. Tenía que buscar la forma de evitar que las cosas se pusieran peor.

Los planes no ayudan mucho cuando la vida decide sorprendernos. Y a mi me estaba guardando una sorpresa muy grande.

Todavía no estaba ni a la mitad del camino cuando me encontré a mis amigas. Las leonas me saludaron con un gesto de cabeza, y cuando estuvieron cerca chocaron sus cabezas conmigo.

- Oye, Robert estaba buscándote - comentó Danny.

Sentí una horrible punzada en el estómago. Si él era quien quería verme, a estas alturas no podía significar nada bueno.

- ¿Ah, si?

- Sí, nos preguntó si te habíamos visto. Le dijimos que no y él nos pidió que cuando lo hiciéramos te dijéramos que quería hablar contigo - explicó Arafa.

Mierda.

No me gustaba ni una palabra de lo que las leonas estaban diciendo. Sentí las manos frías.

- Crees que vaya a decirte algo sobre... ya sabes... ¿que tú también le gustas o algo así? - pregunto Danny.

Su inocencia me dolió. Realmente no tenía idea. Y pensar que justo así me había visto yo hacía sólo unas semanas atrás.

- No, la verdad no lo creo - tragué saliva en un intento por abrir mi garganta y poder respirar.

- Bueno, nosotras estábamos de camino al manantial - siguió la morena. - ¿Quieres acompañarnos?

Asentí y las seguí, más por cortesía que por verdadero deseo. Sentía que las piernas y los brazos me temblaban tanto que en algún momento fallarían y ya no serían capaces de sostenerme. Escalofríos consecutivos aquejaron mi espalda, y la cabeza empezó a dolerme a la altura de la frente. Era lo más horrible que había experimentado en semanas. Para rematar, mi mente estaba en su máxima capacidad para crear teorías con una sola pregunta en mente:

¿Qué iba a decirme Robert?

Una parte de mi pensaba que debía mantener los estribos, que no importaba lo que él dijera sino lo que yo hiciera. Que yo no había hecho nada malo, tan solo había buscado una forma de proteger mi corazón roto, e incluso al mismo Robert de lo que pudiera ocurrirle con los pedazos de este. ¿O no?

Pero algo me decía que esa no era razón suficiente.

Aún no llegábamos al manantial cuando vi la figura de Robert aparecer frente a nosotras. La sangre se me fue a los pies y todo mi cuerpo se puso tenso. Me sentía en peligro, casi tan expuesta como lo estaría si me hubiera encontrado con un grupo de hienas o un león intruso. Quise correr. Escapar lejos cuanto antes. Mi corazón palpitaba rápido, mi respiración estaba agitada y mis patas tensas para la huida.

Lian's StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora