Aquella noche como cada navidad, lo pasé junto a mi familia en la casa de mis padres. Estaban mis hermanos: mi hermana Loreto con su hijo Benjamín, mi hermano Felipe con su hija Rocío y mi cuñada Teresa. El esposo de mi hermana tuvo turno en la minera, así es que no pudo estar con nosotros. Mi mamá era una mujer muy maternal, como de cuento infantil, le gustaba hacer dulces y cocinar para su familia, mi papá, en cambio, era un hombre machista y un poco duro, aún no aceptaba que yo me hubiese ido de casa sin estar casada y estaba convencido que yo vivía una relación inmoral con algún chico y por más que intentaba negarlo, no me creía, así que ya no hacía nada para convencerle.
La cena estuvo deliciosa, mi mamá sí que sabía cocinar, algo para lo que yo era nula.
Después de la cena Rocío y Benjamín querían que Papá Noel trajera pronto sus regalos, pero aún faltaba una hora para las doce.
―¿Salgamos a dar una vuelta? ―les pregunté a mis sobrinos― Vamos a ver si viene el Viejito Pascuero por allí.
―¡Ya! ―gritaron al unísono. Yo miré a mi hermano con complicidad, él, por supuesto, entendió mi mirada.
Los tomé de la mano, eran unos chicos vivaces y alegres. Salimos todos de la casa, porque el Viejito debía ver que, o estábamos todos durmiendo, o no había nadie en casa para poder dejar los regalos.
―¡Ay! ―exclamó Felipe― Se me quedó la cámara, ¿me esperan? O vayan caminando, yo los alcanzo.
Los niños, entusiasmados con los adornos de las casas de los vecinos y esperando encontrarse con el Viejito Pascuero en la calle, empezaron a caminar, dejando a su papá atrás, ya los alcanzaría después, sin percatarse que si se devolvía era, precisamente, para dejar los regalos debajo del árbol, como si Papá Noel se los hubiera traído.
Después de varias vueltas donde vimos casas hermosamente decoradas, vimos, en uno de los pasajes, unos niños jugando ya con sus nuevos regalos.
―¡Ya llegó! ¡Ya llegó! ―Gritó Rocío.
―¡Sí! ―Gritó entusiasmado Benjamín― ¡Vamos a la casa! ¡Ya pasó!
―No sé ―dije dudosa― ¿Y si no ha pasado?
―¡Ya pasó! ―Exclamó Rocío con un puchero― Papi, dile.
Felipe me miró y me sacó la lengua. Yo hice lo mismo.
―Vamos ―sonreí―, ya debe haber pasado por la casa.
Llegamos y los niños literalmente se abalanzaron a los regalos.
―Tía, tía, tú los entregas, pero el mío primero ―reclamó Benjamín.
―No, el mío.
Los dos niños tenían casi la misma edad, se llevaban apenas por unos meses, de hecho iban al mismo curso, habían pasado a primero básico, con la misma profesora. Ambos tenían 6 añitos.
―Ya, yo los voy a entregar ―dije solemne―, pero deben sentarse allí ―indiqué un lugar no muy lejos, pero lo suficiente para que Loreto y Felipe pudieran sacar las fotos.
―Felipe y Rocío ―dije sacando el regalo que yo tenía para ellos, sabía que reclamarían cada uno el primer regalo y les hice un regalo en común: una piscina gigante que pondríamos en el patio de la casa de mis padres, como pasaban casi todos los fines de allí, y en verano gran parte de los días entre semana, la podrían disfrutar, porque, si bien es cierto ellos vivían en los condominios del norte de la ciudad, en la semana poco tiempo tenían para disfrutar de la piscina, en cambio, cada fin de semana podrían disfrutarla a plenitud para ellos solos.
―¿La podemos armar ahora? ―preguntó Benjamín.
―No, ahora no, mañana la armamos ―contestó Felipe.
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Una Tarde Especial
FantasyFantasía y Romance. Dioses mitológicos, sirenas y humanos se mezclarán en esta historia de amor donde el amor sobrevive por los siglos de los siglos... Portada: Muelle del Faro del Mall Antofagasta Karolina Asgard Disponible también...