Día Especial

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19: Día Especial

Lo dijo con tal seriedad que no pude evitar obedecer sin preguntar ni chistar. Me tomó de la mano y me llevó con él, no nadamos muy profundo, más bien, subimos varias veces a la superficie a disfrutar de la luz de la luna, que aparecía cada cierto rato de detrás de las nubes. Hacía frío, o eso se suponía, pero yo no lo sentía, estaba cálida y me sentía bien.

A ratos, me detenía para besarme. Acariciaba mi largo cabello y me hacía sentir la mujer-sirena más bella del planeta.

―Lo eres, preciosa ―me decía contestando mis pensamientos―. No lo dudes nunca ―me aseguraba besándome con todo el amor que tenía guardado para mí.

Yo no podía contestar, simplemente correspondía a su beso sin ser capaz de pensar en algo más que no fuera él.

―Te amo, preciosa ―declaraba al rato volviendo a besarme. Era tan amoroso y romántico, que me era difícil creer que ese dios griego era como lo pintaban en los libros.

―No creas todo lo que oyes ni ves, hay muchas leyendas a nuestro alrededor, la mayoría falsas y muchas inventadas por nosotros mismos, para desviar su atención.

Finalmente, nos sentamos en una roca no muy lejos de la orilla. Me abrazó mientras me hablaba. Con la luz de la luna se veía todavía más atractivo. Sus hermosos ojos azules tenían un brillo especial, como si cientos de estrellas centellearan en ellos. Como si fueran el mar reflejando el diáfano cielo. Me cautivaron. Quedé prendada de ellos. Me regaló una perfecta y hermosa sonrisa. Me miró como si yo fuera lo único que existía en el universo.

―Para mí, lo eres, especialmente en este momento ―musitó sin dejar de mirarme ni sonreír enamorado. Yo estaba embobada.

.Nos besamos mucho, quedaba poco tiempo para estar juntos antes que se fuera. No quería que ese momento llegara.

Pero llegó.

Me llevó a casa cerca de las cinco de la mañana.

―No quiero que te vayas ―susurré en su boca.

No contestó y se me salieron dos lágrimas sin querer. No quería que se fuera.

―No llores, preciosa, verás que el tiempo pasa rápido ―suplicó en mi boca.

―No quiero que te vayas ―insistí.

―Lo sé, yo tampoco quisiera irme, pero sólo vine por tu cumpleaños, preciosa, no puedo quedarme.

―Sí, sí sé, pero…

―Te duele, cariño, lo sé, pero ya verás que pronto estaremos juntos, para siempre.

―Lo siento, pero no puedo evitar estar triste. Perdóname.

―Mi pequeña niña. ―Me abrazó fuerte a su pecho y ya no pude evitar llorar con más fuerza―. No llores así, pequeña, por favor, no. No podré irme tranquilo si estás así.

―No quiero llorar ―dije sinceramente.

―Preciosa, falta poco tiempo para estar juntos y ya nada ni nadie nos podrá separar.

―Sí, ya sé, pero no quiero estar lejos, falta mucho todavía ―sollozaba incontrolablemente.

Me apretaba a su pecho, mientras besaba mi cabello. De verdad, yo no quería llorar, pero ahora me era mucho más difícil despedirme de él. Y no quería.

―Tranquila, preciosa, por favor ―me rogaba ya casi desesperado, yo no podía dejar de llorar, aunque quisiera.

―Si… estoy… bien… ―hipé intentando tranquilizarme.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora