Epílogo

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Los hermanos se pueden odiar, se pueden dejar de hablar, se pueden enemistar y lastimar, pero en momentos de angustia y necesidad, la sangre no puede olvidar. Y Hades no era la excepción. Aunque juró que no ayudaría a Poseidón con Rebeca, no soportaba verlo sufrir de esa forma. Después de tantos siglos buscando la felicidad y corriendo tras ella, no podía dejar que ahora la maldita muerte los separara. Mucho menos después de oír a Rebeca en el inframundo. Al llegar su alma a su mundo, él fue en su busca, quería conocer a la mortal que había robado el corazón de su hermano y lo había vuelto un alfeñique en sus manos.

―Así que tú eres la mujercita de mi hermano ―dijo en cuanto la vio mirándola de arriba abajo—. Rebeca. Ese es tu nombre, ¿verdad?

Hades tenía la mala cualidad de perturbar a cualquiera con su mirada negra como la noche, su sonrisa torcida y burlona y gestos amenazantes, pero era un hombre muy atractivo y no tan malo como parecía. También su corazón era dominado por una mujer, Perséfone. Rebeca lo miraba con miedo, pero no a su propia vida, sabía que ya no la tenía, sino por Poseidón.

―Que no sufra mucho ―rogó la joven con lágrimas.

―¿Qué dices?

―Yo… Yo no quiero que él sufra por mi culpa, no lo merece, yo sé que ustedes pueden hacer eso, hacer que él olvide rápido, que no sienta el dolor.

Hades entrecerró los ojos y supo lo que tenía que hacer. Y en eso estaba frente a su hermano, llevando a cabo esa misión.

―¿Qué quieres, hermano? ¿Vienes a burlarte de mi dolor y mi estupidez? ―cuestionó Poseidón a Hades poniéndose en pie con actitud desafiante.

―No digas eso, no es a lo que vengo.

Detrás de Hades apareció Zeus, con su rayo en la mano y con paso firme y decidido.

―¿Y tú? ―preguntó a su otro hermano― ¿También vienes a regodearte en mi dolor?

Poseidón hablaba por la herida, su corazón sangraba y sentía que en esto había estado solo, sus hermanos no quisieron ayudarlo cuando él se los pidió, no tenían ningún derecho a venir a burlarse ahora. Rebeca era la mujer que tanto había esperado y el destino se la había arrebatado de los brazos. No estaba para escuchar sermones y mucho menos burlas de sus hermanos.

―Poseidón no te pongas así ―habló Zeus, el de bello rostro severo.

―Ustedes no quisieron ayudarme, ahora no tienen nada qué hacer aquí.

―Queremos ayudarte ―aclaró Hades.

―Mentira, ustedes jamás quisieron ayudarme.

―Si lo hubiera hecho, ten por seguro que Forcis, Anfitrite y Escila seguirían vivos y en un momento de descuido, tú mismo podrías haber caído ante ellos ―explicó Zeus.

―A Anfitrite ni siquiera la he vuelto a ver, escapó y no sé dónde… Tampoco me interesa ―cortó molesto Poseidón volviendo a agacharse al lado del cuerpo de Rebeca

―Por ella no te preocupes ―intervino Hades―, de ella me encargué personalmente, hermanito.

La sonrisa que le brindó fue de verdadera satisfacción. A él nunca le agradó Anfitrite, consideraba que si él era cínico, esa mujer le ganaba con creces.

―Entonces no hay nada que temer, si estamos aquí es para ayudarte, sabes que los tres juntos podemos hacer lo que queramos, por algo somos dioses complementarios ―comentó Zeus muy seguro.

―¿Y qué se supone que vamos a hacer?

―Vamos, ¿no tienes ni una remota idea?

―La única ayuda que quisiera es que Rebeca volviera a la vida, estar con ella, amarla y cuidarla el resto de la vida.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora