Energía Especial

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El armado de la piscina estuvo llena de risas y divertidas peleas, Felipe no quería leer el manual de armado, según él, sabía cómo hacerlo y, después de casi una hora de intentos fallidos, se decidió, por fin, a ver el manual y hacerlo del modo “principiante”.

Los niños se metieron a la piscina mientras se llenaba de agua y, aunque estaba helada, ellos estaban fascinados.

La piscina medía dos metros y medio de largo y uno y medio de ancho, así que por la tarde, después de almuerzo nos metimos a la piscina mis dos hermanos, mi cuñada,   los niños y yo. Yo entré con un poco de recelo, no sabía cómo reaccionaría mi collar en contacto con el agua, Felipe me tranquilizó diciéndome que “él” lo tendría todo controlado.

El collar no hizo nada cuando me hundieron en el agua jugando y me relajé. Jugué con mis sobrinos durante mucho rato.

―Las pasamos a dejar ―ofreció Felipe cerca de las ocho, cuando ya nos íbamos a casa. Los niños estaban cansados y ya empezaban a ponerse mañosos.

―Ya, gracias, porque este Benjamín no se va a querer ir en colectivo.

―No, cómo se te ocurre que vas a andar por ahí con el niño ―dijo Teresa―, si vivimos al lado. Pasamos a dejar a Rebeca y nos vamos a la casa, no te preocupes.

―Yo me puedo ir en colectivo ―dije, yo vivía más cerca del centro y ellos se tendrían que desviar bastante de su camino.

―No, si no nos demoramos nada en ir a dejarte ―contestó Teresa de nuevo, Felipe había llevado las cosas de los niños al auto―, además, hoy difícil que encuentres un auto para irte. Si no nos cuesta nada.

―Sí, hija, mejor que te vayan a dejar ellos, con tanto loco suelto hoy día… van a andar muchos pasados de copas y es mejor que te lleve tu hermano.

―Bueno, yo decía porque se van a desviar mucho de su camino, yo vivo para el otro lado.

―No es problema, además, así aprovechamos de echarle bencina al auto en la gasolinera de la esquina de tu casa.

―Bueno, gracias.

―Hey, no tienes que dar las gracias, eres nuestra hermana y no vamos a dejar que andes por ahí sola, ya es tarde y estamos todos cansados.

Nos despedimos de mis padres y me fueron a dejar. Yo vivo en un departamento en el centro norte, ellos no se bajaron del auto, les di un beso a los niños que ya iban durmiendo, felices y cansados, me despedí de mis hermanos y los vi alejarse.

―Feliz navidad, señorita Méndez ―me saludó el conserje de mi edificio.

―Feliz navidad, Manuel ―saludé de vuelta, aunque estaba cansada, iba feliz.

Subí a mi departamento y me acosté inmediatamente. Mi collar comenzó a brillar, mostrándome el mundo marino que había extrañado la noche anterior, había compartido dormitorio con mi hermana y Benjamín, mi collar no podía brillar allí sin poner de manifiesto la magia que tenía.

―Buenas noches, preciosa ―me dijo con voz suave.

―Buenas noches, mi Rey de los Mares ―contesté un poco adormilada.

Como si saliera de ese collar mágico, sentí su mano acariciar mi cabello hasta dormirme, no mucho rato después.

Me despertó la hermosa canción de las sirenas, podría jurar que aún sentía en mi cabello las manos de Poseidón, no quería levantarme.

―Buenos días, dormilona, debes levantarte, tienes mucho trabajo hoy.

―No quiero ―protesté.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora