Iván.
Al ver la puerta abrirse, aceleré deprisa y salimos del recinto del internado.
Todas las luces estaban apagadas, las de fuera y las de dentro.
El coche era de don Carlos.
Después de hablar, Rodrigo se había colado en el despacho del director y había cogido las llaves y un poco de dinero.
Dani estaba en el asiento de copiloto, Sergio iba detrás entre medias de Ana y Rodrigo.
De vez en cuando la miraba por el retrovisor.
Su rostro era inexpresivo. Miraba por la ventana sin mover ni un músculo.
Su hermano estaba en la misma situación.
No sabía a dónde nos dirigíamos, por ello bajé la velocidad esperando la llamada de Adrián diciendo dónde estaba María.
Debía sonar mi móvil, pero sonó el de Dani, que extrañado nos enseñó la pantalla.
Frené el coche en un margen de la estrecha carretera y descolgó.
-¿Sí?- preguntó Dani.
Puso el altavoz del móvil.
-¡Mamá!- era la voz de un niño pequeño.- ¡Mamá no huyas!- gritaba. Parecía una grabación.
Daniel entreabrió la boca y se quedó mirando a la nada.
-¡Papá!- gritaba el niño. –Tú y yo contra Ana y mamá.-
La tez de Ana se empalideció y apretó los labios con tanta fuerza, que el rosa se transformó en blanco.
-Claro que sí, hijo.- Decía un señor mayor.- Tú y yo contra el mundo, siempre.-
-¡Vamos a ganarles, mamá!- gritó una niña. -¡Corre mamá, corre!- gritaba.
-¡Corre Anita, corre que no nos pillen!- reconocí la voz de Patricia en seguida.
Eran ellos. Daniel y Ana con sus padres, de pequeños, jugando, riendo.
El ruido y las risas cesaron.
-Sabéis perfectamente dónde estoy. En el último lugar en el que les visteis, así que, aquí os espero.- La voz de don Federico resonó por todo el coche.
Sentí como se me helaba la sangre.
-¿Cómo sabemos que la tienes tú?- dijo Daniel intentando aparentar disimular.
-María, diles algo a tus amigos.- Dijo desde el otro lado de la línea.
No escuchamos nada.
De repente, algo parecido a una bofetada, un grito, y un golpe en el suelo.
-¡No la toques!- gritó Ana.
-Eres un cabrón. Déjala en paz, te intereso yo, no ella.- Dijo Daniel.
-Ella no tiene nada que ver.- Dijo Ana seria.
-Ella no, pero tú me vienes muy bien.- Dijo.
-Ella no...- Comenzó a decir Daniel, pero Federico colgó. -¡Maldita sea!- gritó.
Pretendía tirar el móvil, pero lo agarré en el aire.
-Es la única manera de que contacte con nosotros. Es lo único que tenemos de María ahora mismo.- Dije agarrando el móvil.
-Arranca.- ordenó.
Miré otra vez por el retrovisor.
Ana había dejado de llorar.
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Guárdame el secreto.
Novela Juvenil-Tardaría más yo en enamorarme de ti que tú de mí.- Dije acercándome a ella. Estábamos a pocos centímetros uno del otro. -¿Quieres apostar?- me contestó retándome. -Te apuesto veinte euros a que en dos semanas te tengo comiendo de la palma de mi ma...