CAPÍTULO 29:

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María.

Al escuchar la puerta abrirse temí que fueran ellos.

-¡Suéltala!- escuchar la voz de Dani provocó que mi corazón se encogiera.

Sentía una mezcla entre alegría y miedo.

La banda que cubría mis ojos me impedía verle, pero les escuchaba acercarse.

-Sois incapaces de venir los dos solos, necesitáis ayuda... Patético.- Federico, afirmó mis sospechas.

Dani no estaba solo.

-Patético es secuestrar a una chica cuando está indefensa.- Atacó la voz de Rodrigo.

-Patético eres tú.- Dijo Sergio a la vez.

Mis labios y mis piernas seguían temblando, aún sabiendo que estaban a mi lado.

Tenía cinta adhesiva tapando mi boca, que me impedía advertirles del peligro que corrían.

Federico llevaba una pistola, y yo no tenía manera de avisarles.

-Ella no tiene nada que ver en esto, Federico.- Escuchar la voz de Ana provocó que un escalofrío erizara todo mi cuerpo.

-Te equivocas, querida.- Dijo don Federico. Escuché sus pasos muy cerca de mí. –Ella es el mejor rehén que podía haber elegido.- Cogió mi barbilla con la mano y pude sentir su aliento cerca de mi boca.- Es importante para vosotros dos. Novia y mejor amiga.- Me soltó de golpe y caminó rodeando mi silla. – Es perfecta...- Dijo con tono meloso.

-¿Estás seguro?- preguntó Ana retándole.

-Por supuesto. Habéis venido, justo como yo quería.- Empezó a explicar, rodeándome nuevamente. - Quiero a los dos Montesinos, los últimos de la línea sucesoria. ¿Quién haría el maravilloso favor de quedarse con el trabajoso internado Fermín Caballero?- Ironizó.- Supongo que yo no tendré problema, si es lo que mis queridos alumnos necesitan...

-Así que quieres el internado...- Susurró Dani.

Federico dio dos fuertes palmadas.

-Te deberían dar un premio...- Dijo divertido.

Al escuchar sus pasos alejarse de mí, empecé a sentir el miedo correr por mis venas.

Por favor, por favor, por favor...

-Es ridículo.- Soltó Ana.

-Ana...- le advirtió Iván.

Me estaba agobiando el no poder verles.

¿Quién más estaría presente en esa habitación?

Ana.

Iván apretó su mano contra mi espalda a modo de advertencia.

Tenía miedo, pero no lo iba a mostrar, ni a Federico, ni a mis amigos.

María estaba en juego, y no la iba a perder. Tenía las mejillas pálidas y la temblaban las piernas.

Un incómodo silencio se hizo en la sala. Se basó en miradas, de desconfianza hacia Federico, y cómplices entre nosotros.

Dani no apartaba la mirada de María, y todos nos dimos cuenta de lo que estaba sufriendo.

No sabía por qué no actuábamos, le ganábamos en número, pero hasta que Dani no iniciara, nadie lo pensaba hacer.

-¿Quieres verla?- Preguntó Federico dirigiéndose a Dani, que no contestó. –Bien...-

Guárdame el secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora