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Como cada domingo voy a correr a la playa muy temprano por la mañana.

Es el único ejercicio que hago, me gusta jugar béisbol de vez en cuando pero prefiero solo correr escuchando música.

Voy por la arena donde es más difícil andar y trabajo más las piernas, lo sé porque me canso en gran medida y siento el dolor de mis músculos. Me gusta pensar que soy atlético pero la verdad es que no, tengo agilidad porque soy joven, y soy delgado porque no como bien. Mi padre me lo repite todos los días. Mi complexión es igual a desnutrida. Se me marcan los huesos más de la cuenta, tengo ojeras alrededor de mis ojos y la piel pálida. Pero aun así no pierdo el autoestima y me siento atractivo.

Puedo ver que se acerca corriendo en dirección contraria a la mía la misma mujer de siempre. Con unos treinta años aproximadamente, una cola alta que sostiene su negro y largo cabello, unos pantaloncitos cortos rosas y un cuerpo de muerte, ella es la mujer más sensual que eh visto en mi vida. Estoy loco por ella desde que la vi.

Cuando nos encontramos en el camino nos saludamos agitando una mano y se me corta la respiración. Sus pechos van moviéndose levemente de un lado a otro en un delicioso golpeteo a causa del trote, su sonrisa agitada y las tenues gotas de sudor que resbalan por su cuello hasta desaparecer dentro de su top deportivo me hacen imaginar un par de cosas pecaminosas. Ella me distrae demasiado.

Vuelvo la vista hacia el frente calculando en cuantos minutos tardaré en llegar al final de mi carrera, una heladería que está cruzando la calle y ya se encuentra abierta. Pienso en comprar una paleta de limón y un mordisco de chocolate para después. Ojalá y se me quite el calor que me da después de ver a esa mujer.

-Buenos días- digo entrando al local y quitándome los auriculares.

-Buenos días joven. ¿Va a llevar lo mismo de siempre?- me pregunta el señor mientras barre el pasillo de su lado del mostrador y me mira amablemente.

-Si por favor. Y un mordisco de chocolate.

Él saca los helados de sus respectivos refrigeradores y los pone en una bolsa de plástico.

-Son $20 con 50.

-Aquí tiene- digo mientras saco unas monedas del bolsillo de mi short de deporte- Gracias.

-Que le vaya bien joven.

Salgo de la heladería y abro la envoltura de mi paleta de limón para darle un gran mordisco. Idiota. Se me congelan terriblemente los dientes y la lengua, tengo entumecida la boca por completo. Siento que mi cerebro está vibrando, es terrible. Me cubro la boca con la mano y suelto un par de quejidos encorvandome de la molestia.

Cruzo despacio la calle camino hacia una pequeña banca para sentarme a comer. Esta vez tengo cuidado de solo lamer la paleta como lo haría un niño pequeño.

Sonrío, siempre me pasan ese tipo de cosas ridículas. Pensando en eso volteo hacia los lados de la calle avergonzado de que alguien haya podido observar mi ataque epiléptico de hace unos momentos.

Hay una pareja anciana de turistas caminando muy lejos de mi, pasan dos autos con mucha velocidad pues la calle está despejada, no hay nadie más.
Separo de mi pecho la camisa empapada de sudor y la agito tratando que entre un poco de aire.

La mañana es perfecta, corre un viento fresco acompañado del suave sonido del vaivén de las olas del mar, vuelan bajo unas cuantas gaviotas y ya puedo disfrutar tranquilamente mi paleta.

Como sacada de una escena de una triste y romántica novela, sentada en la arena bajo unas palmeras, sumida en la lectura de un libro grueso y con los mismos audífonos puestos, creo yo, debajo de esas cortinas de cabello azul, miro a Desireé.

Entre cierro los ojos tratando de asegurarme si es ella en realidad, pero sé que la chica es más que inconfundible. Parece relajada, concentrada, parece totalmente indefensa e incapaz de ponerle los nervios de punta a cualquiera. No estoy muy cerca de ella pero puedo observarla bien, aprecio su perfil afilado y femenino acentuado por unos ojos brillantes con pestañas largas. Quien diría que la mirada que aquellos pueden formar es siniestra y malvada.

Ella es muy bonita. Lo curioso es que el adjetivo no va bien con su look tan rebelde y  gótico. Su cabello está suelto y salvajemente sexy, su blusa es holgada pero puedo distinguir un escote generoso desde mi banca como también puedo distinguir la gran calavera que tiene estampada, pantalones de mezclilla ajustados y rotos, unos tenis graciosos y un sinfín de pulseras y dijes de distintos colores y formas.

Tomo valor y me levanto para echar andar hacia ella. Me deseo suerte a mi mismo mientras más me acerco, trago en seco pues sé que en cualquier momento ella volteará hacia mi con esos ojos diabólicos pero no sé cual será su reacción.

Aminoro el paso y me detengo cuando estoy a unos dos metros de ella. Me quedo ahi parado cobardemente sintiéndome indefenso y estúpido con lo que queda de la paleta de limón en una mano y la bolsa de plástico con el mordisco en la otra.

Es solo una chica, es solo una chica, me repito por dentro. Creo que Desireé me está ignorando hasta que la veo mirar al suelo de arena observando mi sombra y después levantar lento la mirada hasta llegar a mi rostro. Cara a cara.

Su rostro es una combinación de deseos de que me largue de una vez y una pregunta sobre que demonios hago aquí. Bien, pues ignoro esa señal.

Levanto la cejas en un gesto amistoso y gracioso que uso siempre con la chicas y sonrío levemente haciendo un intento por saludarla. Pero ella se mantiene inmóvil con la mirada sobre mí, bien firme. Entonces se quita un auricular haciendo a un lado parte de su cabello, movimiento que me parece cautivador. Cierra su libro y frunce el ceño.

-¿Y tú qué?- me dice secamente.

Y mi cerebro se seca sin saber que contestar. Ella me hace sentir como un insecto.

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Chicas Lindas (y no tan lindas).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora