15

289 8 25
                                    

Apenas llego a mi casa, tomo un baño rápido y desayuno bastante comida.

Mamá está en el gimnasio y papá ha salido de pesca con sus viejos amigos de la universidad. Tengo la casa para mi solo y no se me ocurre otra cosa que holgazanear un rato.

Veo televisión, miro unos minutos de una película que termina por ahuyentar mi atención, voy a mi cuarto y finalmente pongo algo de música.

Cuando una canción me gusta, no puedo evitar ponerme a bailar animadamente, hacer gestos extraños y cantar a todo pulmón. Así que me paso el resto de la mañana haciendo el ridículo en la soledad y tranquilidad del espacio personal de mi recámara.

En los diecisiete años y medio que tengo viviendo en mi casa nunca me eh enterado de quienes son las personas que viven en la casa de atrás, la que se ve desde la ventana de mi cuarto. Y podría ser por eso que no me preocupo por cerrar mis cortinas, ni una sola vez.

Hay una ventana exactamente opuesta a la mía, con una vista tan perfecta a mi habitación como para grabar cada uno de mis espectáculos al bailar, al salir del baño semidesnudo e incluso esas tardes dramáticas donde me tiro a la cama a llorar.

Prefiero darme el beneficio de la duda. No puedo adivinar si la casa está habitada, no puedo saber si es una familia o una sola persona, tampoco puedo saber si quien pudiera observarme es un anciano enfermo a punto de morir o una dulce chica que se ha enamorado de mi.

Doy un bufido, suficiente alucinación por hoy.

Bajo el volumen del modular y me acerco a la ventana para mirar la que está enfrente. Las cortinas amarillas pálido están cerradas como siempre, no se ve que haya una luz encendida y los ventanales de cristal tampoco han sido abiertos. Todo igual y me pregunto desde cuando es así.

-Ya llegué amor- oigo gritar a mi madre desde la entrada y el golpeteo de las llaves en la mesita de centro.

-Si, ya voy.

El lunes en clase no hay mucho que hacer, tampoco eh podido hablar con Shirley porque, como es de esperarse, Sebastian no la deja sola ni un solo momento. Ya eh conocido y me eh llevado bastante bien con un par de chicos cuyos nombres aún no recuerdo. Soy un tonto.

Cuando la maestra de matemáticas sale del salón de clases me pongo de pie y me  dirijo directamente hacia Shirley. No es que camine mucho, es dos mesabancos adelante.

-Hey.

-Hey- me contesta y vuelve a bajar la mirada a su cuaderno. ¿Acaso está dibujando?

-¿Qué haces?- pregunto curioso mientras recargo mi mano detrás de su espalda inclinándome muy cerca de ella.

Ella me mira incómodamente sorprendida, acomoda sus lentes, yo le sonrío coqueto y vuelve a lo suyo. Puedo escuchar a Sebastian toser demasiado falso y fuerte para ser algo natural, esto me divierte.

-Mmm pues, solo entreteniéndome. En vez de hacer una nota, hago un dibujo y así recuerdo más fácilmente mis pendientes- encoje los hombros sonríendome de una manera genuina y muy linda.

-Está genial. Yo siempre olvido todo, nada me funciona- pongo una cara triste- Por cierto, antes de que lo olvide, la maestra me ha dicho que me ponga con alguien inteligente en la tarea de equipo. No veo a nadie más aquí que pueda ayudarme- volteo rápido de un lado a otro buscando a alguien digno. Y es verdad, no hay.

Todos lucen distraídos, rebeldes y con ganas de hacer todo excepto estudiar, o en este caso, la tarea de matemáticas.

-¿Eh? Ni lo pienses hermano- salta Sabastian desde su asiento detrás de el de Shirley y le rodea la cintura acomodando su cabeza en el cuello de ella- No te robes a mi chica.

Chicas Lindas (y no tan lindas).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora