Día 9.

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  —¡Felicidades, Majestades, en su vigésimo noveno aniversario y por muchos más! —el sumo sacerdote Perdón exclamó con la copa en alto y todos le correspondieron. Luego, tomaron la palabra los príncipes.

  —Padres —Orden se puso de pie, junto a su esposa Prudencia, una hermosa elfo morocha, ex-sacerdotisa—, yo sólo quiero decirles que estoy muy orgulloso de haber tenido la suerte de ser su hijo y de gozar saber que son los mejores soberanos y los mejores padres que un hombre puede tener. ¡A su salud! —Sabiduría, la reina, no pudo evitar emocionarse, había sido toda una bendición tener a Orden después de tres años de intentar traer un niño al mundo.

  —Yo estoy de acuerdo con mi hermano y lo único que me queda es, pues, desearles mucha paz y prosperidad para su reino como hasta ahora. Los amo, padres... —Sollozaron sus verdes ojos y Bienestar la consoló con un beso en su rostro.

  —Bueno, creo que mis hermanos ya lo han dicho todo y no sé qué agregar, excepto que les deseo salud y plenitud. —Pensamiento se halló con la sonrisa y la gris mirada de Paz y no pudo sino responderle.

  —¿Y tú, mi más pequeña niña? —indagó el monarca a Esperanza que era observada insistentemente por Triunfo.

  —Saben bien que los amo y que les deseo lo mejor del mundo y que poseen muchas virtudes. Los deseos de mis hermanos son los míos, al igual que los suyos, padres.

  —Me agrada oír eso, hijita. —El rey sonrió con satisfacción y otro tanto el capitán—. ¡Ahora, mis súbditos, que comience la música y el baile!

  Los juglares comenzaron a ejecutar sus instrumentos; Placer sacaba notas de su laúd; Deseo de una lira; Júbilo de una flauta y Alegría contagiaba a todos con su voz. En tanto, las parejas se prepararon para danzar. Pensamiento no dudó en invitar a Paz, que lucía preciosa en su túnica azul y su negro cabello suelto. Optimismo trataba llegar junto a su amiga Esperanza, tal cual le había prometido, mas, Fe se le cruzó en el camino y Triunfo ni lerdo ni perezoso le ganó de mano.

  —¿Me permite esta pieza, Su Alteza? —Extendió su mano el capitán.

  —Yo... —Observó a su prima que prácticamente llevaba a Optimismo de una oreja y se obligó a aceptar por cortesía—. De acuerdo. —Fueron al centro del salón.

  —Hacen una excelente pareja, ¿no crees, querida? —Poder indagó a su esposa.

  —Tienen una buena imagen, pero, no sé...

  —Sabiduría, sé que te inquieta cada vez que escojo un prometido a nuestras hijas; pero, debes reconocer que no hay nadie mejor que él para Esperanza.

  —¿Y el afecto?

  —Él está loco por ella.

  —Sí; lo sé. —Se guardó lo que pensaba—. ¿Pero, ella le responde?

  —Aún no. Mas, con el tiempo...

  —No siempre —refutó una vez más.

  —Se ve hermosa, Su Alteza. Cada día está más bella que el anterior.

  —Exagera, capitán. Pero, gracias por el cumplido.

  —Y es poco, Su Alteza... —Lo miró profundamente.

  —Capitán... entienda que yo no...

  —Lo entiendo, princesa; pero, no me rindo fácilmente. Además, puedo asegurarle que, de a poco, voy a ganarme su corazón. —Ella sonrió con cierto desaire.

  —Su confianza es admirable, señor.

  —No más que su obstinación, princesa. —Llevó su mano a sus labios. Esperanza sólo deseaba escapar de allí; mas, sabía que a su padre le molestaría que dejara a Triunfo plantado o que le propinara un sonoro sopapo por ser tan engreído e impertinente. Por suerte, tras unas cuantas piezas, hubo un receso durante el cual alguien citó un poema y ella no dudó en escabullirse al jardín, lejos del bullicio, lejos de Triunfo... Ensimismada, se detuvo junto a un antiquísimo árbol petrificado, mirando al infinito de la bóveda celeste. Suspiró... Se sentía en medio de una oscuridad sin alternativas. De pronto, se concentró en una gran estrella y la observó con cierta melancolía... Inconscientemente, repitió las palabras de su conjuro.

El Eclipse Eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora