Día 43.

46 5 1
                                    

  —Fue una bonita velada, ¿no? —cuestionó tendido bocarriba, en el lecho, aguardando a que Esperanza se acercara ya con la camisola puesta.

  —Algo... extraña, creo —dijo sentándose.

  —Pero, bonita. —La examinó de reojo con una sonrisa.

  —S-sí; aun así —pronunció antes de acostarse al igual que él.

  —Debiéramos cenar en privado más seguido. —Hubo un silencio.

  —Me... parece que no es lo mejor.

  —Yo pienso que sí. Nos hace bien a ambos.

  —Temo que no.

  —¿Por qué dices eso?

  —Primero, no debemos olvidar quiénes somos...

  —Un rey y una princesa, es ideal.

  —No me refería a eso.

  —Pues, igual no le veo lo malo; un apuesto elfo, una bellísima elfo.

  —No somos ig... —No pudo concluir la frase ante la sonrisa del monarca—. Nuestras culturas son totalmente opuestas.

  —Se puede llegar a un acuerdo, digamos... ceder un cincuenta y cincuenta. —Seguía observándola.

  —De todas formas —continuó obstinada—, me refería a que soy una cautiva y usted... —Él sonrió ladino.

  —Tu cautivador.

  —¡Me está haciendo enfadar! —Destino rió.

  —Lo siento; sigue, por favor. ¿Qué más ves mal?

  —Mi... don... —se apenó—. Hubo un momento en que... creí que no podría con él...

  —¿Cuando nos besamos? —Silencio.

  —Hubo uno... durante la cena...

  —Ah, ese. —Comprendió a qué se refería.

  —El otro... Me ayudó el tocar el arpa.

  —¿Te sirve de descarga?

  —Quizás... Sí.

  —De todas maneras... lo manejaste muy bien. —Sonrió con dulzura—. Sin duda, las clases de Sacrificio te ayudan muchísimo... —Quedó meditabundo—. ¿Cómo hacías para ocultarlo en tu reino?

  —Era... diferente... Nadie me... había besado así... y siempre podía recurrir a Pensy, a la vegetación o a la música... De hecho, él me enseñó a descargarlo... pues, ya que nunca... quise aprender a controlarlo...

  —¿Capricho? —cuestionó curioso.

  —No... Una excusa perfecta para que nadie quisiera usarme... Preferí la ignorancia, a pesar de que, cada vez, era más difícil. —Destino comprendió que había sufrido por esa razón, desde sus más tiernos años.

  —¿Tus padres...?

  —No sabían nada... Quizás, mi madre. Me descubrió una vez y yo sólo dije que estaba jugando con ello; nada más. —Destino sujetó su mano y la llevó a sus labios.

  —Descansa, mi ángel; bien merecido tienes que alguien vele por ti... Y... aquí no necesitas ocultar nada, no a ese punto de presión; no es justo. —Descubrió que los femeninos ojos estaban empañados.

  —Gracias, Su Majestad... —respiró para apaciguarse— y dispénseme; creo que hoy estoy muy sensible.

  —No te preocupes. —La rodeó con sus brazos atrayéndola hacia su amparo y besó con dulzura sus párpados—. Te prometo que jamás te pediré que hagas algo con tu don, excepto controlarlo por tu propio bien... —Hizo que apoyara la cabeza sobre su hombro—. Mi Esperanza... —Sonrió pensando en que ella ya había hecho mucho más de lo que él hubiera podido pedir. Sentía hormigueos en su corazón, como si en aquel desierto, de pronto, cobrara vida una tierra fértil.

El Eclipse Eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora