Día 35.

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  Apenas comenzaba a iniciarse el alba, Esperanza despertó, no por los rayos de sol que aún no habían nacido, sino porque curiosamente se sentía vigilada. Se sentó algo sobresaltada y notó, a pocos pasos del lecho, al dueño del mismo acomodado plácido en un sillón, ya sin sus botas.

  —¡Pero...! —se quejó, a lo cual él sólo rió—. ¡¿Cómo se atreve?!

  —¿Cómo me atrevo? Es mi habitación, ¿recuerdas?

  —¡Eso no le da derecho a quedarse a media luz fisgoneando! ¡¿Quién sabe de lo que hubiera sido capaz si yo no despertaba a tiempo!

  —¿A tiempo dices? —se mofó—. Lo mismo que supones si no lo hacías porque hace bastante rato que me he sentado aquí. Pensaba dormir, pero, ¿quién puede dormir junto a alguien que ronca de esa forma?

  —¡¿Qué...?! ¡Yo no ronco, grosero! —Destino carcajeó con ganas, era fácil hacerla irritar, y se puso de pie.

  —Tienes razón, mi ángel. No roncas. —Ella lo miró como si debiera reconocer algo más que eso—. No me mires así... —Se sentó de nuevo, esta vez, en la cama—. ¿Acaso tu padre no te ha enseñado que nunca se le discute a un monarca?

  —¿Ahora, me está tratando de maleducada? —Él se quitó la camisa, lo que escandalizó a la joven—. ¡¿Pero... qué hace?!

  —Mira, ángel, no sé qué se acostumbra en tu reino —le dirigió una mirada al vestido que todavía llevaba puesto—, pero, aquí nos quitamos las prendas para dormir.

  —Sí; bien, pero... —no pudo evitar ver el amplio torso— no delante de otra persona... y, mucho menos, si es un secuestrador.

  —¡Ah...! —exclamó como restándole importancia al asunto—. Tienes suerte, entonces, porque soy un rey. —Sonrió pícaro haciéndola enfurecer.

  —¡Mejor no le digo lo que es! —Intentó abandonar el lecho, pero, él lo impidió sujetándola de la muñeca.

  —¿Dónde piensas que vas?

  —A levantarme.

  —Mira, mi ángel; comprendo que en tu reino las cosas son al revés...

  —¡¿Al revés?! ¡Ja! —lo interrumpió.

  —Bien... El hecho es que te hagas a la idea de que debes habituarte a nuestro modo de vida, así que, no más descansos nocturnos... Una reparadora siesta, quizás... si no tengo nada urgente que atender... —Acarició su rostro con su mano libre.

  —¡Ni siquiera lo piense! —Se distanció en cuanto pudo.

  —Creo que, por el contrario, te convendría decirme que lo piense... Ganarías tiempo, mi ángel... —La soltó y se metió bajo las mantas—. Ven, recuéstate y trata de dormir, esta noche será larga.

  Ella quedó pensando a qué se refería, mas, Destino la interrumpió obligándola casi de un tirón a acostarse a su lado.

  En verdad resultaba incómodo estar horas y horas tendida en un lecho sin ganas de descansar y sin poder moverse; y con una pierna y un brazo encima, podía ser hasta insoportable; no obstante a eso, el aburrimiento la obligó a dormir.

  

  El cuerpo de Pensamiento permanecía bocabajo sobre el húmedo suelo que quedó tras la tormenta. Pronto, un cuervo se posó junto a una de sus manos, aún extendidas y, tras investigarlo un instante, graznó y volvió a repetir la acción. Tras un silencio, picoteó uno de los dedos; por fin, la mano reaccionó.

El Eclipse Eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora