Día 1.

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  —¡Esperanza, espera; no corras! —le pedía el joven de cortos cabellos castaños ataviado con una túnica naranja.

  —¡Vamos, Pensamiento; no seas tan quedado! —respondió la muchacha de larga y ondeada cabellera roja y su femenina boca dibujó una sonrisa, en tanto, sus ojos castaños brillaron—. ¡Alcánzame! —Siguió su camino.

  —¡Vaya niña esta! —se quejó yendo tras ella a través del idílico valle— ¡Yo ya no estoy para estos juegos! ¡Si no fuera porque debo cuidarla...! —Cuando la alcanzó, la chica se hallaba sentada junto a la orilla de un risco. Él se acercó tranquilo y le hablo con dulzura—. Esperanza, no deberías aproximarte tanto, es peligroso. —Ella observó sus ojos marrones con cariño.

  —No debes preocuparte tanto, hermano; no corro ningún riesgo. Además, desde aquí hay una vista maravillosa del caudal del río.

  —Eso es cierto. Pero, sabes que a nuestro padre no le gusta que te arriesgues y, sinceramente, a mí tampoco. —La ayudó a ponerse de pie.

  —Sé lo mucho que me aman, pues, yo también los amo. Pero, no puedo estarme quieta en el poblado.

  —Lo sé; lo sé. —Le sonrió—. Y por otro lado, sabes que ese río divide nuestro reino con el de los elfos oscuros y, si te descubren, son capaces de secuestrarte y quién sabe qué más. Ven —extendió su brazo para rodearla—, volvamos a casa. —Comenzaron a andar.

  —¿Pensamiento, en verdad son tan terribles?

  —¿Quiénes?

  —Tú sabes, los elfos oscuros.

  —¡Oh, ellos! Bueno, han decidido ir hacia la oscuridad, ¿no? De hecho, viven en los pantanos y bosques tenebrosos.

  —¿Son... iguales a nosotros, Pensy?

  —¡¿Iguales?! ¡Nunca! ¡Son seres abominables; descoloridos por fuera y negros por dentro! ¡Horribles, como el monstruo más espantoso que hayas imaginado alguna vez!

  —¡No me asustes, Pensy! ¡Apuesto a que jamás has visto uno!

  —Si debo ser sincero, en mis diecinueve inviernos, sólo una vez me he topado con uno. Era de noche y habíamos ido al campamento cuando nos sorprendió un guerrero oscuro. ¡Fue espantoso! ¡De sólo recordarlo me da escalofríos!

  —¿Cuánto hace de eso? —Se sorprendió.

  —Hace... nueve años atrás.

  —¿Y yo dónde estaba?

  —Jugando a salvo con nuestras primas. Era época de cuidado y los hombres acampábamos en las afueras para protegerlas.

  —¡Pero, si sólo tenías diez años!

  —Sí, pero, nos encargábamos de llevar provisiones a los guerreros. Nuestro padre también estaba allí. ¿Recuerdas?

  —Algo... ¿También estaba nuestro hermano Orden?

  —¡Ja! Primera fila. ¿Piensas que se lo hubiera perdido?

  —Supongo que no. —Llegaron a los blancos corceles. Pensamiento ayudó a su hermana menor a montar.

  —Así que tenlo en cuenta; no andes por aquí y, mucho menos, sola.

  —¡No seas aguafiestas! Tengo edad suficiente... —El elfo hizo un gesto de detención para, luego, subir a su silla.

  —Que nuestro padre y hermano no te oigan porque recordarán que casi tienes diecisiete y te b buscarán esposo.

  —¿Todavía no lo han pensado?

El Eclipse Eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora