Día 12.

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  Antes de que despuntara el alba, el rey Destino y su comitiva, una vez más, comenzaban la marcha hacia su propio reino. Al llegar, el gesto de Lila fue más que elocuente.

  —¿Qué sucede, Lila; no te parece un hogar acogedor? —el rey se burló.

  —Es... tenebroso... —logró pronunciar ante la negra y fría fortaleza.

  —Pues, acostúmbrate. —Palmeó uno de sus muslos al pasar junto a la montura de Cautiverio, lo cual fue suficiente para que ella recordara cuál sería su destino, de ahora en más—. ¡Oh, rayos; ahí comenzamos de nuevo! Cautiverio, por favor, encárgate; estoy harto de lágrimas.

  El aludido sorprendió a la joven ofreciéndole su pecho para que sollozara... y ella descubrió que, aquel elfo que hasta ahora no le había dirigido siquiera una palabra, le resultaba confortable a la hora del llanto. Ya dentro de la fortaleza, Cautiverio bajó a Lila en sus brazos, ya que la chica se había aferrado a su cuello. El rey observó sonriendo con diversión; después de todo, aquel oficial siempre le había servido bien y... bien o mal, él tenía con quién pasar el tiempo, el cual no pensaba compartir con una llorona.

  —¡Cautiverio! —ordenó—. Ven un segundo a solas. —El teniente dejó que Lila pisara el suelo de nuevo y fue junto a su monarca—. Escucha... has hecho un gran trabajo en este asalto y quiero recompensarte, así que, es mi deseo que te quedes con la muchacha ya que le tienes paciencia. —Cautiverio apenas permitió que su mirada brillara, inclinó su cabeza en un gesto de gratitud y, tras la señal del rey, regresó junto a la princesa.

  —Pensé que se la quedaría, Su Majestad —comentó el general.

  —No es mi tipo —argumentó y viendo acercarse a Malicia, Caos interrogó.

  —¿Ese sí lo es?

  —Sólo en la alcoba. —La observó pensativo—. Es en el único lugar donde no estorba. —Caos rió.

  —Si necesita que alguien se haga cargo de ella...

  —Por el momento, no; de ninguna de las dos formas, gracias. No tengo nada mejor... Pero, lo tendré en cuenta. —Lo atisbó cómplice.

  Lila se encontraba en los aposentos de Cautiverio; recién traída por este. Hasta ahora, jamás le había oído decir ni una palabra. Ella estaba algo tensa; estaban a solas... Él le indicó mediante un gesto que se sentara en una silla de madera; Lila obedeció con cierto temor... y pudo ver la irónica gris mirada de reojo del oficial. ¿Se habría dado cuenta? De repente, se dirigió a una puerta interna y la abrió; prendió una antorcha y la colgó en una de las paredes del otro cuarto; luego, volvió a su lado y le extendió su mano; Lila dudó. Él sonrió y se quitó por primera vez el casco; su largo cabello lacio cayó sobre sus hombros y; otra vez, extendió su mano, Lila no pudo evitar quedársele viendo... Era como un ángel frío, tan pálido, tan bello... Cautiverio dejó a un lado el yelmo y sujetó ambas manos de la joven incitándola a ponerse de pie con suavidad. Así, enfrentados y sin quitarle los ojos de encima, la condujo a la recámara contigua. Una vez traspasada la puerta, descendieron unos escalones y allí la soltó. La muchacha estudió a su alrededor; a pocos pasos de ella, se hallaban esencias y paños, como si se tratara de un baño, sólo que no había tina... al menos que esa superficie en la cual consideraba el piso de la habitación lo fuera.... Pronto su sospecha fue comprobada por Cautiverio; pues, tras empujar este una piedra, comenzó a emerger, desde unas pequeñas gárgolas dispuestas estratégicamente, agua caliente. Ella se sorprendió y miró al militar; este sólo sonrió y fue junto a ella; de nuevo, la hizo sentar, esta vez, en los escalones y con suavidad le quitó el calzado para dejarlo en el escalón más alto sobre sus hombros. Tomó una barra de jabón y la puso entre las manos de Lila. La princesa se sonrojó; ¿acaso pretendía bañarse junto a ella? El hombre la miró extrañado, luego, risueño; suponía lo que ella estaba pensando. Con picardía le indicó que no con su dedo frente a su cara para por fin retirarse. Lila quedó algo abochornada; sin más alternativas se dispuso a higienizarse; cuando acabó se envolvió con una de las mantas y abrió con cuidado la puerta; se asomó y lo primero que atisbó fue un vestido gris sobre el lecho, acomodado con prolijidad. Dio un paso más y se topó con la gris mirada del hombre aguardando en la silla donde antes había estado ella.

  —Y-yo... sólo... —logró decir, en tanto, él se arrimaba—. P-por favor... —Cautiverio pasó junto a ella y cerró la puerta tras de sí, dejando una vez más, a la aturdida muchacha sola... Permaneció sola el resto del día, excepto cuando le llevaba alimentos o venía a descansar un poco. Ni una palabra, sólo sonrisas y miradas.

  Laprincesa Esperanza se había despertado antes que nadie. Se vistió aprisa sedirigió al parque, con las sandalias en sus manos; una vez fuera del edificio,corrió cual niña hacia la fuente donde acarició el agua con sus dedos. Lospájaros parecían darle los buenos días y el perfume de las rosas daba lasensación de querer compartir aquel gesto. La joven estiró ambos brazos haciael cielo y miró las flores complacida; dejó sus sandalias en el suelo y sentándoseen el borde de la fuente, subió su falda hasta las rodillas y tras elevar lospies, los posó en las refrescantes aguas... A esa hora, nadie la vería... Seincorporó sujetándose de la figura central para prever algún resbalón y con laotra mano sostenía su falda para no mojarla. A los pocos minutos, a lo lejos, sehalló con la lujuriosa mirada de Triunfo y molesta tomó sus cosas y se marchó.

El Eclipse Eterno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora