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Me costó dejar de pensar en ello, durante una semana me acostaba todas las noches con la imagen de Harry en mi cabeza, sus ojos fríos mirándome fijamente, su rostro sin expresión y sentimiento de haber perdido el control. Podía escucharme llorar, podía sentir como mi corazón se rasgaba por milésima vez. Me sentía una idiota, ilusa, engañada. A finales de semana dejé de verlo, al fin fui capaz de dormir sin pensar en él. Diez días más me costó dejar de buscarlo por la calle, de observar en silencio la carretera a la espera de ver su moto pasar. Louis intentaba distraerme, caminaba a su lado y hablaba con él sin enterarme absolutamente de nada, todo lo que pasaba por mi cabeza, era su nombre.

Pero un día simplemente me levanté y ya no estaba, mi cabeza era libre, los recuerdos estaban desapareciendo. Pero una oscura mancha se había adherido a mí destrozado y maltratado corazón. Podía sentirlo, pero no podía verlo. Me siento incompleta. Hace casi dos semanas que decidí apuntarme al gimnasio, dónde aprendo defensa personal. Al principio sólo era una hora, después dos, hasta que con los días he llegado a perder la noción del tiempo. He descubierto que darle golpes a un pesado saco colgado del techo me hace sentir mucho mejor. He empezado a decir lo que pienso, ya no me quedo con las ganas, me enfado cuando algo es injusto y digo palabrotas. Las cosas han cambiado tanto últimamente...

- No deberías ir. - Escucho la voz de Louis a mis espaldas mientras me doy bálsamo en los labios. - Perderás el tiempo. -

- Tengo que intentarlo, el dinero no me durará para siempre. - Cuelgo mi nuevo bolso de cadena del hombro y me miro en el espejo. Paso mis manos por mi nuevo vestido negro, dejo salir un suspiro y salgo de la habitación. - ¿Qué te parece? ¿Es demasiado? -

- Estás perfecta. - Habla sin ganas pero sin dejar de mirarme. - ¿Estás segura de esto? -

- Completamente. - Recojo mi chaqueta y camino junto a él hasta la puerta. - Ahora que estoy por mi cuenta, necesito un trabajo. -

- Te mereces mucho más que un puesto de camarera. - Cierro la puerta con llave y dejando salir un suspiro me giro para verlo.

- Es lo único que puedo hacer, el único lugar en el que contratarían a alguien que no ha ido a la universidad, alguien que sencillamente no ha hecho nada, nunca. - Un nudo se forma en mi garganta al tiempo que imágenes de mi vida en Kensington se reproducen en mi mente, lo odio.

Todo el mundo cree que Kensington es un lugar de ensueño dónde todo es perfecto, la gente es rica, hay casas enormes y mansiones, viven acomodados y tienen criados. Son poderosos, trabajadores, por eso están en un lugar tan privilegiado. Pero no podrían estar más equivocados, todo eso no es más que una simple fachada, una tapadera. La gente no trabaja, no honradamente, sino que manipulan y apuestan, compran y venden. No les importa qué o quién, con tal de recibir dinero por ello. Las mujeres son esclavas, crecen para servir, las tratan como objetos y las casan por obligación. Deben tener hijos, aguantar el maltrato, vivir escondidas y, cuando son vistas, deben fingir que son felices.

Eso es lo que hacía yo. Todas las noches debía asegurarme de que en mi cuerpo no se veía ninguna marca, tenía que aguantar fuertes insultos y desprecios, no podía relacionarme con nadie excepto con quienes mis padres permitieran, no tenía amigos, estaba sola, quería morirme, pero permanecía callada y sonriente, nadie podía notarlo. Hasta que un día me rendí, no podía soportarlo más, estaba decidida a decir adiós. Todavía recuerdo lo que sentía aquel día mientras corría por la carretera, cómo mis pies sangraban, cómo me forzaba a mi misma a seguir sin importarme lo que pudiera pasar, pues nada sería peor que mi propio final.

- Jules, ¿estás lista? - Con los ojos humedecidos, asiento con la cabeza y camino hasta el ascensor. - Si quieres puedo llevarte. -

- No, no quiero hacerte llegar tarde. - Sonrío sin ganas y él se acerca a mí.

Hold On Donde viven las historias. Descúbrelo ahora