9 de abril de 19...

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Ruth llevaba puesto su traje de baño número 4, era su favorito, verde olivo con detalles dorados, siempre le hacían recordar su casa, aunque no con esa cursi nostalgia con la que todos añoran la suya...

La suya era poco menos que una dictadura, su padre era un padre modelo, según todos sus amigos cercanos, obligaba a Ruth a seguir todas las normas de su religión, nada de enseñar el tobillo y menos el rostro, quizás por eso no le agrado el que ella quisiera ser modelo...

No era de extrañarse, ella era guapa y mejor aún, ella sabía que era guapa, nada de estúpidas humildades, fingiendo que se ignora algo imposible de ignorar: piel dorada, recuerdo del país que dejo, ojos color aceituna, curvas cercanas a la perfección, piernas torneadas y kilométricas, cabello azabache... estaba diseñada para ser admirada ¿Sino para que sirve una mujer hermosa?

Su familia había llegado a México en una gran masa de migrantes compatriotas, le sorprendió la libertad que exhalaba el territorio azteca, los paisajes de ensueño y la tranquilidad con la que se caminaba por la calle.

Allí le conoció, él le dijo que la amaba, que era la mujer más hermosa de todas, y se reía con ternura ante su exótico acento, era cierto, no abrazaba la misma religión que ella, pero cuando hay amor hasta el Dios más vengativo se torna benevolente, además de que Él juraba cambiarse a su religión, a abandonar cualquier cosa que pudiera separarlos...

Él fue quien le dijo que podría ser modelo, mucha gente pagaría para tener a una mujer hermosa en las pasarelas y en fotografías, la convenció de tomarse unas fotografías, de hablar con grandes agencias, todo era una cuestión de tiempo, pronto sería famosa e idolatrada...

Él tenía una lengua hábil, sabia envolverla en palabras, sencillamente le sonreía y Ruth le creía, en general le daba consejos sobre cómo caminar con elegancia y a veces, cuando se volvía más profundo le hablaba de las tradiciones de México, hasta que llevaban un par de meses viéndose...

Él quería que fallará a su celibato, quería que fuera su mujer en el sentido más lujurioso de la palabra, ansiaba tocarla de todas las formas posibles, un encuentro de almas bastante cercano. Ruth dudaba, una cosa era el modelaje, un trabajo que probablemente no le exigía perder su virtud, pero ella le amaba, seguramente se casarían, él se lo había prometido, solo se adelantaría un momento a los sucesos, aparte de que quizás con eso apagaría el fuego que la consumía por dentro...

Habían pasado años desde que él juro regresar.

El padre de Ruth había descubierto su relación furtiva y su desfachatez al querer ser modelo, amenazo al hombre con cumplir su deber al haber robado la virtud de su hija, le dio un plazo no mayor a 24 horas para casarse.

Él subió la ventana de su casa, le sonrío, le dijo que su padre no le aterraba, que temía por ella, aquel regente malhumorado acabaría con el futuro que ambos habían construido en sueños, prometió ir a un pueblo cercano, ahí tenía un compadre quien le ayudaría a robarse a Ruth, se casarían y vivirían felices...

El juro regresar.

Ella dejo de comer, dejo de vivir y si hubiera podido hubiera dejado de respirar, la última vez que vio a su padre creyó ver un destello de arrepentimiento en los ojos, su madre lloraba mientras se despedían y la dejaba ahí.

-No llores, madre-le dijo Ruth- Mejor ora para que a mi padre le perdonen allá arriba. Él me ha hecho esto.

Y se pasea por todos los rincones, ya sin belleza, ya sin virtud...

La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora