7 de mayo de 19...

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Ana tenía 15 años, esa adorable etapa en la que dejas de ser una niña y te conviertes en una mujer, pero a veces la vida te obliga a convertirte en algo más...

Ana iba siempre caminando alegremente hacia la escuela, sin preocupaciones, con paso lento y mirando todo lo que estaba a su alcance. Llevaba en la mano, a modo de que todo el mundo lo viera, un hermoso ejemplar del Diario de Ana Frank que su madre le había regalado, pero antes de llegar a la escuela, se nublo el cielo, y no solo de manera literal...

No era para nadie un secreto que las niñas eran un producto de importación, entre más bonitas, había que cuidarlas mucho más, pero Ana había sido una niña francamente fea: con dientes más grandes que el resto de su cara, un cabello rizado desastroso y unas piernas tan flacas como palillos de dientes, sin embargo el tiempo suele darnos embestidas y terminan por convertir las certezas en incertidumbres, así que tanto la madre como Ana no se percataron de lo bonita que se había transformado la niña; sus dientes se convirtieron en proporcionales a su cara, sus rasgos se afinaron y su cabello engorroso adquirió el tacto de la seda...

Pero, alguien si se dio cuenta...

No fue difícil tal operación, Ana era una mujercita muy bajita, la sujeto del talle y se la llevo a su fábrica...

Era un viejo armatoste que fingía ser una fábrica de hilados y tejidos cuando realmente se negociaba con otro tipo de mercancías, de esas que suelen ser más lucrativas. Aquel hombre pensó mentalmente en cuanto dinero podría conseguir por su nueva adquisición, pero la muchacha era bonita ¿Por qué no tener un poco de diversión? Y la encerró en uno de aquellos cuartuchos que tenía disponibles y se la guardo para él...

La madre de Ana busco ayuda en todos aquellos lugares en los que se puede exigir justicia, primeramente fue a la Iglesia del pueblo a rogar a Dios que su pequeña solamente estuviera vagando por ahí, Sin embargo pasada la noche comprendió que ese intento era estéril. Acudió entonces a esa instancia creada por el hombre para, supuestamente, evitar injusticias, sin embargo se encontró con un Estado tan carcomido y podrido desde adentro de sus cimientos que comprendió que eso también sería inútil...

El cuartito de Ana era grisáceo, como si él también estuviera triste, como si transpirara su pena, la muchacha se acostumbro a ver llegar nuevas niñas, muchas de ellas conocidas de su escuela, y verlas partir, ella se preguntaba si su situación era mejor o peor que la suya, si era mejor quedarse sabiendo que pasaba cada noche a aventurarse a ver que se encontraba lejos de esa fábrica, aunque eso ultimo implicara un escenario muy poco alentador...

Pero Ana era joven y afortunadamente tenía una distracción. Un solo libro que podía leer y releer y que tenía por protagonista a una niña sin libertad como ella, una niña que sufría con la misma intensidad y que, por si fuera poco, era su tocaya...

Esa era la vida de Ana, leyendo con ansias el mismo libro una y otra vez, ya sin esperanzas, ya sin sorpresas, miraba a su carcelero con indiferencia, indispuesta a siquiera contradecirlo, no por miedo ni cortesía sino por evitar el conversar, en cambio, se contentaba con hablar con esa niña a la que ya había superado en edad y que ahora debía intentar consolar.

-Vamos, Ana, no llores, te leeré de nuevo-comenzaba a leer- estaremos bien... No olvides que la Ira de Dios es infinita y sin lugar a dudas no perdonara a ese Nazi... ¡No llores, Ana! ¡No llores!- y abrazaba al aire mientras lágrimas surcaban su cara y empapaban las paredes grises de su estancia...

Tenía 20 años cuando la policía, por fin, se atrevió a entrar a esa fábrica, entraron a su habitación y aseguraron que todo estaba bien

-¡No llores más, Ana! ¡La guerra ha terminado!-grito al aire y comenzó a cantar, aquella hermosa canción de cuna que era lo único que la mantenía en la realidad...

Ella se pasea por el jardín con parsimonia, como una reina lo haría en su palacio. Busca un buen asiento y comienza a leer, cada día está más lozana, más hermosa, y arrulla a esa pequeña niña meciéndola en el aire. El doctor aún no ha determinado si es a esa pequeña de la fábrica o aquella niña judía que le escribió a través del tiempo su cautiverio...

La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora