11 de junio de 19...

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David Orbón era tan feliz en el matrimonio que eso opacaba el resto de sus desgracias, nada parecía más importante que su esposa Patricia.

Y es que ellos habían tenido una historia de amor intensa, David se había casi robado de su casa cuando sus padres se opusieron a su relación.

Patricia escuchaba a muchas de sus amigas quejarse de que sus maridos se iban a disfrutar de los placeres carnales y otros tantos vicios en cuanto tenían la mínima oportunidad y sin embargo, ese no era problema de Patricia, David llegaba a su casa y parecía que no había para él nada más atractivo que hablar con su esposa hasta dormirse.

David no tenía muchos amigos, salvo uno que iba a la casa con mucha frecuencia: Francisco.

Francisco era un soltero empedernido y se burla constantemente de la condición hogareña de David, habían sido amigos desde que eran unos chiquillos y se conocían tan bien que se consideraban hermanos.

Otra visita que tenían con regularidad, era Teresa, la hermana de Patricia, quien era tan liberal que nunca se había planteado la idea de casarse. Una tarde estaban platicando en la cocina a la espera de que apareciera David.

-¿Y no te aburre toda esta monotonía? Ya sabes lo que opino, la monogamia no es natural...

-David y yo somos felices...

-¿Vas a decirme que tu ideal de felicidad es un hombre mandilón?

-David no es mandilón...

-¿No? Me acabas de contar que le preguntaste de qué color quería las sábanas nuevas de su cama y él dijo "Del color que tú quieras" ¿Eso no es ser mandilón?

-¿Qué vas a saber de las delicias del matrimonio?

-Más que tu, querida, eso puedo asegurártelo... me vas a decir que no tienes ganas de una aventura...

-¿Aventura?

-Sí, una aventurilla, ya sabes, dejarte guiar pos los instintos y tener algo más que esta paz hogareña...

-¿Una aventura? ¿Con quién?

David y Francisco entraron en la sala.

Teresa sonrío de oreja a oreja y señalo a Francisco.

-ahí lo tienes-pareció decir...

Por la noche, Patricia no podía dormir, le habían calado las palabras de su hermana, ya se había planteado esa pregunta ¿Era esto lo único que había de la vida para ella? ¿No podía aspirar a nada más?

Decidió que se daría un pequeño gusto...

-¡Qué guapa! ¿Y David?

-Aún no llega, pero no ha de tardar.

Invito a Francisco a sentarse.

Patricia se vistió para la ocasión. Lleva una blusa con un escote pronunciado y una minifalda que se ciñe en sus muslos.

Pero Francisco no parece advertirlo, si hubiera aparecido vestida con un hábito de monja tampoco se hubiera sorprendido.

Patricia tal vez estaba algo oxidada en sus tácticas de seducción, sin embargo seguía siendo una mujer.

Se sentó frente a Francisco y dejo que su escote hiciera el resto...

David regreso a casa temprano, llevaba en la mano la cena, esperaba que con ese gesto Patricia se encontrara mejor, desde hace un tiempo para acá estaba muy irritable, el embarazo le había sentado terrible.

Metió la llave en la puerta y escucho fragmentos de una conversación.

-¡Este niño puede ser tuyo!

-¿Mío? ¡Cómo va a ser mío! ¿No te estabas cuidando?

-¡Las cosas fallan!

-No, no, no te confundas Patricia, tú sabías que esto podía pasar ¡Es tú culpa!

-Pero...

-¿Qué más da si es mío o no? David piensa que es su hijo

David entra encolerizado, es la primera vez en su vida que se deja llevar por la ira, después de tantos años de casados, de tantas promesas de juventud deshechas...

David lleva un buen rato en la entrada de la casa, deshecho en lágrimas, Francisco yace inconsciente en el suelo y Patricia tomo la camioneta de éste para marcharse. David pasa la mano por la cara de Francisco y tiene la impresión de que toca su propia cara, porque ¿No es esa su cara? ¿No había confiado en ese hombre, ya sin pulso, como no se confía en uno mismo? ¿No había llegado a llamarlo hermano, aunque la sangre que fluyera en sus venas no fuera la misma...? Y ahora estaba muerto, muerto como sus esperanzas, lo que creía que era su vida, muerto, asesino y asesinado, ese era ahora David... y solitario, Patricia le había dejado ¿Podía abandonarlo alguien más? No, probablemente solo Dios podría darle la espalda ahora...

Y lo hizo...

-¿Es usted el Señor David Orbón?

-Sí, soy yo...

-Venimos a verle para hablar sobre su esposa...

-Patricia ha salido, no ha de tardar...

-Ahórrese las excusas, Señor Orbón, no queremos interrogarla...

-¿Entonces qué otra cosa puede querer la policía?

-La policía, señor Orbón, muchas veces es el heraldo de la muerte...

-¿Cuándo va a llegar Patricia?

-No ha de tardar, Señor Orbón...

-Dijo que iba a regresar... bueno, no lo dijo, pero yo sabía que iba a regresar... porque ella, ella me quiere ¿Por qué se van las personas cuando se les quieren? No, no me conteste eso, solo dígame que Patricia va a regresar

-Va a regresar, Señor Orbón...

-¡Que alivio! Yo creí que no me perdonaría por haber discutido con Francisco... ojalá venga con mi hijo, hace mucho tiempo que se fueron en la camioneta y no han regresado...

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La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora