23 de mayo de 19...

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Esta es la historia de un pintor, uno de aquellos que ya no existen, con un talento extraordinario para pintar cualquier cosa que fuera pintable, no es por exagerar, pero las personas a menudo decían que sus cuadros daban vértigo, todo eso se debía a que era tan palpable que era como viajar a otra dimensión.

Omar Atela, el pintor en cuestión, tenía muchos pedidos, desde retratos de maridos para sus esposas, cuadros con flores para algún regalo, santos para la iglesia e incluso una vez alguien le pidió que pintara a su perro, sin embargo, cuando no estaba desperdiciando su tiempo pintando banalidades que eran las que pagaban su departamento, no era difícil encontrarlo en el parque derrochando arte.

Pintaba a los niños corriendo mientras jugaban, a las parejas besuqueándose sin decoro, las hojas cayendo de los árboles en otoño y los amigos charlando entre risas, fue ahí cuando la miro.

Omar ya la había visto, pero como buen artista solo reparaba en lo bello, en ese otro encuentro Perla, aquella muchacha encantadora que se paseaba ahora, era una niña sin gracia que cantaba en el coro de la iglesia, la primera vez que se cruzaron Omar había ido a dejar uno imagen de Santa Ana que le había pedido una devota de ahí.

De eso hacía casi 10 años.

Perla se había convertido en un verdadero ángel, una de esas mujeres que hacen que el tiempo se detenga para verlas pasar, con un cabello rubio y unos ojos almendrados nadie podía negar que fuera hermosa.

Era una bella tarde de verano y el cielo pareció abrirse aún más al aparecer aquella visión en el parque.

Omar se había entretenido pintando un pájaro de una rama cercana, pero, en cuando miro a Perla arrojo el cuadro y comenzó a pintarla.

Pintó las hojas que aplastaba Perla con sus pies, pinto el cielo azul y pinto hasta la brisa veraniega que agitaba sus cabellos, sin embargo, Omar, acostumbrado a la perfección pareció desencantado, no podía sentir la belleza del ángel.

Comenzó a pintar otra vez.

Pinto las manos blancas y el cabello claro, los ojos soñadores y los rayos del sol que tocaban sus mejillas, pero tampoco ese cuadro le gusto.

Pinto otro, y luego otro, y entonces se enfureció, el que había pintado lo inimaginable, que sus pinturas expulsaban vida, ¡ÉL! No podía pintar a una chiquilla que pasaba por el parque.

La miro de nuevo y comprendió a que se debía, no podía retener en su mente la perfección de Perla, no era tan fácil como recordar el rostro de la mujer que hacia los churros, o las patas del perro que acababa de pasar corriendo, ni el andar tan vulgar del hombre que lleva el periódico en la mano...

Perla era como pestañear, esa oscuridad y luz que se perdían en un instante. Se acerco a ella.

-Buena tarde, señorita. Verá, mi nombre es Omar Atela, soy pintor, y perdóneme que se lo diga, porque es usted una dama y yo un caballero, sin embargo, es usted una verdadera beldad y me encantaría poder retratarla...

-¿Con qué pintor, ehh? ¿Podría ver que ha pintado hasta ahora?

Omar acepto de inmediato. Le enseño su último cuadro, el árbol de cerezos del parque en la plenitud de su floración, con las hojas balanceándose en el viento, era un cuadro que en lo particular le había agradado.

Perla meneo la cabeza con descontento.

-He visto mejores, señor.

-¿Perdone?

-Que he visto mejores cuadros, no es usted un pintor umm... pues, especialmente dotado...

¡Espera! ¿Una muchachita acababa de decirle al gran Omar Atela que sus cuadros no eran buenos? ¿Acaban de desprestigiar su arte? ¡A él! Que todos los críticos se arrodillaban a sus pies y no paraban de manifestar halagos y lisonjas ¡Una chicuela!

La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora