30 de junio de 19...

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Erick Ozamiz no salía a ningún lado sin su cámara, después de todo ¿Cuántos sucesos pasan ante nuestros ojos y son olvidados por la imposibilidad de la memoria de guardarlo todo? No, no, por eso, él se había convertido en fotógrafo, para hacer esa tarea por el mundo...

Pero, esa tarde, no la había llevado, en realidad había sido algo involuntario y solo iba a tomar un café con unos amigos, nada que mereciera mucho interés... o eso pensaba...

Erick conversó con sus amigos largo y tendido, ni siquiera se dio cuenta de que el día se encontraba en el precioso momento de la tarde en que el cielo se encuentra de colores naranjas con morados, el sol fundiéndose con la oscuridad, y se le antojo un buen momento del día para meditar sobre la vida...

Iba cavilando, pensativo como pocas veces se la permitía (¡Era fotógrafo, por Dios! Era un hombre de acción y la vida era así, las cosas se fotografían en el instante, no hay tiempo de meditar) cuando, pasando por un terreno baldío cercano a su casa, vio el destello de lo que parecía una reproducción del Partenón...

Corrió raudo a su casa, tomó su cámara y fotografió las columnas griegas con la luz ambarina del atardecer.

Ya sin menos prisa, preparo la revelación de su rollo, se acostó a dormir y soñó con las ideas que le fueron interrumpidas...

Por la mañana, despertó e inmediatamente se precipito a su cuarto de revelado.

Busco la foto entre las otras y se topó con una sorpresa... la foto aparecía sin el Partenón, era una excelente fotografía (Eso hay que admitirlo) sin embargo, solo se apreciaba el cielo despejado y las plantas salvajes que crecían en el terreno baldío...

Erick no se vistió, salió corriendo (esta vez, con su cámara) y se asomo al terreno baldío...

¡El Partenón seguía ahí! Tan impoluto y potente como debe serlo la mano de Dios, pero, esta vez, no estaban solas las columnas brillando en la luz, había una hermosa muchacha que sonrío al fotógrafo.

-Soy la sacerdotisa de este humilde santuario... aquí no admiramos a otro dios que no sea el hombre y por ello, escogemos entre todos los mortales a todos aquellos dignos de ser admirados... ¿Es usted digno de ello?

-¿Y cómo sé si soy digno?

-Solo hay cabida en este santuario para los genios... demuéstrame tu talento y serás admitido en este rincón del mundo donde habitan los inmortales.

-Soy fotógrafo... y soy el mejor, puedo retratar cualquier cosa...

-¿Cualquier cosa?

-¡Cualquier cosa! ¿Quiere un paisaje? Lo tendrá ¿Quiere la belleza en una foto? La tendrá...

-Entonces, toma una foto de este santuario, es un tanto penoso y jamás se ha dejado fotografías, pero, supongo que tú siendo un talentoso prodigio seguramente podrás hacerlo... Tráeme una foto de mi morada y tendrás un lugar en la eternidad...

Los genios suelen ser egocéntricos y si hay algo que les molesta es que se dude de su capacidad, si ellos no pueden realizar grandes hazañas ¿Quién puede?

Erick tomó varias fotografías, varios ángulos y varias perspectivas, estaba especialmente excitado, no era cosa de todos los días que aparecía una beldad y te ofreciera el renombre eterno.

Corrió veloz a su casa y revelo las fotografías...

¡De nuevo en blanco!

Y volvió a retratar, volvió a perseguir la perfección y esta le rehuía como una niña traviesa jugando a las escondidas...

-¿Qué ve al horizonte? ¿Qué ve en ese terreno?

-¡Déjeme en paz! ¿Este borracho?

Por más que preguntaba a los transeúntes si podían ver las columnas en el terreno baldío nadie parecía querer escucharlo y su cámara tampoco quería obedecerlo...

-Erick, los santuarios secretos no existen ¿Enserio quieres que crea eso?-sonreía un amigo cuando el fotógrafo conto su historia

-La eternidad solo se rebela para quienes realmente merecen ser recordados...

-Pues, tú tampoco lo eres para fotografiarla ¿Dónde está el pedestal en donde duermes?

Y pasaron los años y la fotografía no aparecía, a veces, Erick fingía estar tomando otra cosa para saber si así, solo como una sombra aparecía el santuario... y nada, seguía siendo invisible... pero, los vecinos si notaban la locura del fotógrafo hervir y desparramarse sobre ellos, se aseguraron de llevarlo a un sitio donde pudieran curarlo..

-¡Pero es que ese santuario si existe! ¡Debe creerme!
-Le creo, le creo, no exaspere, Señor Ozamiz...

-¡Yo no estoy loco!

-No, no lo está, usted es un Dios...

Y la muchacha estalló en carcajadas... un doctor que se paseaba por allí se detuvo a escuchar la historia (Que de nueva cuenta repetía Erick) y le puso especial atención.

Esa tarde, solo por curiosidad, el doctor se acerco a ese lugar donde el fotógrafo aseguraba estaba el santuario... en el terreno baldío seguían creciendo las hierbas, pero, encontró lo algo que lo hizo temblar... en el suelo, esparcidas, se encontraban piedras blancas como las nubes que surcaban el cielo en ese momento y una voz le llamo por la espalda...

Al girarse se encontró con una hermosa dama que lloraba.

-Soy la sacerdotisa de este humilde santuario... aquí no admiramos a otro dios que no sea el hombre y por ello, escogemos entre todos los mortales a todos aquellos dignos de ser admirados... ¿Es usted digno de ello...?

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La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora