25 de junio de 19...

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Es la octava o décima vez que David limpia su violín, no ha llevado la cuenta porque su mente prefiere entretenerse con los recuerdos, acaricia suavemente las cuerdas y las escucha gritar un débil sonido, coloca el violín en su hombro y pasa delicadamente el arco, toca una balada tan triste como su corazón, es el único sonido audible del lugar...

Ha pasado tanto tiempo, y aún duele, hay dolores que nunca cambian, que siguen latentes esperando causar más daños, alguien le pregunta por algo y continua tocando, no es grosería, es por el accidente, ya no puede hablar si no toca a Vivaldi...

De nuevo, el tormento de su vida lo hace regresar al momento de la catástrofe, él aún llevaba su violín y ella le sonreía con dulzura y picardía, se sientan uno junto al otro y comienza la marcha hacia el destino.

Él le canta en el oído, sin necesidad de violín, con su voz de barítono, recordó cuantas personas le habían aconsejado cantar en vez de tocar el violín y las posibilidades le atacan ¿Si él se hubiera vuelto cantante las cosas serían diferentes? NO, se responde rotundamente, la cuestión va más allá del instrumento, da igual si era una trompeta, un ukelele o un cello, lo que lo perdió fue su egoísmo, sus deseos de sobrevivir una existencia que ahora le parece inútil...

Ella ríe sinceramente, le pide que la abrace, que no la deje ir, él obedece, dormitan, entre sueños ambos susurran sus nombres...

Despiertan, ella ya llevaba un buen rato consiente, le mira, él sonríe, saca algo de su bolsillo, ella finge estar observa sus uñas, cuando regresa su mirada él sostiene en sus manos un anillo, ella llora de alegría, acepta, se abrazan, se casaran, el mundo los mira divertidos...

Un golpe fuerte y todo se desmorona, es instantáneo que sus cerebros se den cuenta de lo que ha ocurrido: han chocado...

Unos segundos después él se precipita hacia el abismo, mira el estuche de su violín rodar y rodar, sabe que va a romperse, que el terciopelo de adentro no lo protegerá lo más mínimo, que una vuelta más hará que el cerrojo termine por abrirse...

Él es el mejor violinista del país, los profesores susurran en el pasillo que es cuestión de tiempo para que le den una beca al extranjero...

Ya esta, solo serán unos segundos, unos instantes, irá por el violín, y regresará por su amada, ella le grita que no la deje, él se suelta, se abalanza sobre el violín...

Nadie le culpo, la policía y los paramédicos lo miraron con ternura, nadie lo señalo con el dedo, acusándolo de acabar con una vida, nadie intento sacarle la verdad y eso fue aún más terrible, no hay juez más duro que nosotros mismos, él mismo se condeno, solo unos instantes bastaron para que fuera un asesino.

Adiós conservatorio, adiós reconocimiento mundial, adiós a Ella...

La gente le dice que está loco, pero la verdad, solo esta desconsolado...

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La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora