04 de junio de 19...

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Edgar Amez estaba regando su orquídea favorita, no era especialmente hermosa pero si muy rara, y esas plantas eran las que amaba aún más Edgar, pues siendo botánico no era de extrañar que pasara la mayor parte de su tiempo cuidándolas.

Edgar siempre había sido un niño solitario y aunque sus padres hicieran de todo con tal de poder conseguirle amiguitos, su hijo parecía más entretenido y feliz jugando en el jardín, pronto, se aprendió el nombre de cada una de las plantas y conforme pasaba el tiempo sabia distinguir unas de otras.

No fue un motivo de orgullo cuando decidió que entraría a la universidad para ser botánico, sus progenitores aun conservaban la ilusión de que en un momento de lucidez decidiera ser físico nuclear o abogado, pero, en fin, uno es lo que es...

Ni siquiera, ahora que estaba entrando en la treintena, Edgar era capaz de sostener una conversación con un ser vivo que no oliera a clorofila, no había tenido novia ni amigos y se podría haber utilizado su vida como un ejemplo de aislamiento total.

Sin embargo, esa tarde, entro de golpe una persona a su invernadero. Se trataba de un caballero, vestido a la vieja usanza y con bigote elegante, que se acercaba al botánico con paso lento pero potente.

-¿El Señor Edgar Amez?-pregunto cuando estuvo lo bastante cerca

-Soy yo...

-Espero que me excuse por esta interrupción a su trabajo, pero me era totalmente necesario hablar con usted...

-¿Conmigo? ¿De qué?

-Tengo entendido que es usted botánico...

-Sí...

-Bien, pues he venido a traerle esto...- y el extraño saco de su abrigo una pequeña bolsita de terciopelo y la deposito en la mesa- Vera, he viajado por todo el mundo y en una pequeña tribu de África me han entregado esto.... Son semillas, semillas de la flor más hermosa del mundo y he venido a obsequiárselas, amigo mío...

Edgar miro al hombre con curiosidad ¿La flor más hermosa del mundo? ¿Qué no él tenía lo mejor en su invernadero? Seguramente estaba exagerando... o solo se trataba de un loco que quería venderle algo.

-Veo por su cara que usted no me cree, y supongo que eso se debe a mi intromisión tan ex abrupta, permítame explicarme mejor- el hombre misterioso extrae un papel de la bolsa del pantalón y la extiende sobre la mesa.

Cuando Edgar se asoma a mirar la imagen se queda maravillado, en verdad que es una flor bellísima, de un blanco nieve con destellos de rosado, con la textura de las rosas y la coquetería de las Liz.

-Esta es solo una pintura, me la hizo hace mucho tiempo un pintor que se llamaba.... Ummm creo que Omar Atela, o algo así... como fuere, esta flor solo ha germinado una sola vez, ya que tiene su truco ¿sabe? La tribu que me obsequio estas semillas me explico que esta flor es muy caprichosa y que solo sale con determinadas personas, aquellas que se hayan mantenido puras del contacto con el hombre... ya se imaginara lo poco que florecen aquí...

Edgar dejo de escuchar al extraño, de repente toda su vida había adquirido sentido, ahora entendía él porqué de sus deseos de soledad, solamente se había mantenido puro para que esa flor llegara a sus manos y germinara...

-¡Ah! Veo que comienza usted a creerme... pues, usted amigo mío, tiene mucha suerte, le obsequio las semillas que se encuentran en esta bolsita...

Edgar se apresuro a apropiarse de la bolsa de terciopelo, pero el extraño se la quito para impedirlo...

-Permítame terminar de explicarle, yo con mis amigos soy muy esplendido, en general no pueden tener quejas, sin embargo, usted ¿Es amigo mío...? Entenderá usted que no puedo andar dejando semillas de este tipo por todos lados, necesito asegurarme de que hay un lazo de lealtad... imagine esto, si alguien supiera que yo tengo estas semillas, andarían acosándome o intentarían robárselas... no, no, amigo mío, es decir, querido Edgar, es menester que usted me demuestre que puedo confiar en usted...

-¡Puede confiar en mí, señor! Pídame lo que quiera... yo también tengo flores muy valió....

-¡No se tratan de flores amigo mío! Es una cuestión de honor, ahora, le diré que haremos, le pondré una prueba ¿Qué le parece?

-Está bien...

-¡Excelente! Pues, verá, no sé si habrá notado, pero en la casa de enfrente, sí, esa, la morada, vive una anciana refunfuñona... sabe, no me gusta hablar mal de las mujeres, después de todo, yo soy un caballero, sin embargo, esa mujer es un verdadero demonio ¿Puede creer que me ha robado?

-¿Más semillas?

-¡No, no! ¡Ojalá hubieran sido las semillas! No, amigo mío, yo, teniendo cosas tan valiosas como estas semillas he sido víctima del hurto de las cosas más banales y ridículas que puede poseer un hombre... verá usted, en uno de mis viajes un amigo muy querido me ha obsequiado un diamante de dimensiones considerables y he ahí que la vieja se entera ¡Y que me lo roba! Así que, lo demás es muy sencillo... usted entra a esa casa, recupera el diamante y me lo da, yo le doy las semillas, usted las hace germinar y ¡Fin! ¡Todos felices!

-¿Qué hay de la señora?

-Está bien, amigo, todos felices menos la señora, pero ¡hey! Es sabido que en todo final feliz, los malos reciben su castigo ¿No sería mejor que usted entrara de manera pacífica a ayudarme a recuperar algo que es mío, en lugar de que entre la policía con su poca delicadeza y se atreva a ultrajar a esa dama?

Edgar sonríe comprendiéndolo todo y asiente.

-Está bien, iré esta noche.

*********

Doña Lucrecia se acostó a eso de las 10:00 de la noche, nunca había sido buena para desvelarse y esa noche, como todas las demás, había cenado su acostumbrado pan y un poco de té de tila y después se había puesto esa crema maravillosa contra las arrugas.

A Edgar no le costó trabajo entrar, la anciana había dejado la puerta de atrás abierta (un viejo habito, por si se metía el gato –ya difunto- de Doña Lucrecia) y comenzó a registrar la casa...

Al botánico le pareció desconcertante, buscar una joya entre esos muebles tan sencillos, pero, en el fondo de esas dudas se encontraba la hermosa flor y decidió seguir buscando.

Finalmente, llego al cuarto de la anciana y busco en los cajones. Doña Lucrecia se despertó cuando Edgar estaba por salir de la habitación y pega un grito que sobresalta al botánico...

Pero, ese espanto es momentáneo, ha encontrado lo que vino a buscar, al levantarse la anciana ve el destello del diamante en su cuello. Se abalanza sobre la anciana y se lo quita sin problemas...

-¡Mi collar! ¡Mi collar!-grita la anciana y va detrás de Edgar, tan rápido como se lo permite su edad, se aferra al brazo del joven y grita que le regrese su collar.

Pero, Edgar es más fuerte, sin mucho esfuerzo la empuja a la pared y sale de la casa, lo suficientemente veloz como para no darse cuenta de la sangre que brota de la anciana...

-¡Amigo mío! ¡Enhorabuena! ¡Sabía que podía contar con usted!-recibe al extraño a Edgar en el invernadero.- debo confesar que he temido por usted, pero me alegra ver que esos miedos eran innecesarios ¡Ha recuperado mi collar!

Edgar está un tanto agitado por la carrera y la adrenalina fluyendo por su sangre.

-¡Ya sabía yo que usted era digno de esta flor! Y como lo prometido es deuda y yo soy un hombre de honor, bueno, aquí tiene las semillas como se lo prometí... ahora, escuche con atención, hay un ritual especial para que florezcan...

Edgar rego su maceta por octava vez, la señorita que lo cuida parece exasperada por la cantidad de agua que exige este hombre y peor aún por su afán de que florezca algo de esa tierra tan gris como el cabello entrecano del que dicen fue botánico.

Pero, Edgar no parece darse cuenta, él solo puede pensar en que el extraño se equivoco... no era digno de nada y aquí esta, 20 años después, con una flor hermosa encerrada en su semilla.

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La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora