15 de abril de 19...

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Era la cuarta vez que Gustavo escribía su poema, siempre se paseaba con un viejo tintero (sin tinta) y una pluma de alguna paloma que se había acercado al jardín, sin embargo, él sabía de memoria su obra, y le gustaba especialmente el poema que acababa de inventar:

Dices que tienes corazón, y solo

Lo dices porque sientes sus latidos;

Eso no es corazón... es una máquina

Que al compás que se mueve hace ruido.

Era un genio, un verdadero genio ¿Quién más podría crear un poema en sus condiciones tan precarias? Ni siquiera recordaba cuando vino a parar aquí...

Su madre, Doña Ernestina Bécquer, era una mujer con cara augusta y severa, mirada rapaz y sonrisa inteligente, había logrado escapar de España durante la Guerra Civil y había venido a parar a un modesto pueblito de Méjico.

Ahí conoció a un panadero, su nombre era Moisés, y aunque era un hombre francamente insignificante, seguía con la mirada a donde fuera a Ernestina.

Tardo alrededor de 2 meses para reunir valor y hablar con ella.

Desde entonces se desvivía en atender a su dama, cual caballero que aparece con la cabeza de un dragón o con algún recuerdo de su memorable hazaña.

Se casaron 6 meses después.

Eso sí, cuando Moisés fue a hablar con el Padre Juan para organizar la boda, éste le hablo sinceramente.

-Eres un buen hombre, Moisés, me consta que muchas muchachas del pueblo suspiran cuando salen de la panadería, Dios es bueno y justo y siempre nos envía las cosas que merecemos, no voy a imponer mis deseos sobre los tuyos, pero escucha mi consejo: no te cases con Ernestina. Es una excelente devota, es verdad, y seguramente te dará hijos sanos, pero en ella corre la sangre azul y un hombre humilde como tú jamás le parecerá suficiente.

Moisés no regreso nunca a esa parroquia, prefirió ir a ver al padre de otra capilla cercana y evitar escuchar consejos inútiles: Nadie lo amaría como su Ernestina.

En honor a la verdad, hay que decir que el Padre Juan tenía razón en sus advertencias. En efecto, Doña Ernestina era devota, iba cada domingo a rezar a la Virgen, también era verdad que dio un hijo sano a Moisés (solo uno porque el embarazo la hizo más pálida de lo que era y Moisés creyó que se le moría) y también tuvo razón en que el panadero nunca alcanzo sus expectativas...

En ese hogar nació y se crio Gustavo Bécquer (por favor, no contemos el vulgar nombre del padre) con una madre que día y noche le inyectaba ínfulas de grandeza. Según Doña Ernestina, era nieta o biznieta del mismo Gustavo Adolfo, incluso, cuando el gobernador del estado pasó por su pueblo, lo deleito con un amplio repertorio de los poemas de su abuelo.

Desde que nació Gustavo, se encargo de prepararlo para seguir con los pasos de su pariente, gramática, latín, ortografía, semántica y hasta francés, Doña Ernestina mandaba a traer a los mejores maestro de la capital para enseñar a su vástago, mientras el pobre de Moisés se partía el lomo intentando traer más dinero a la casa para cumplir con la educación que su esposa quería para su hijo.

Gustavo era un niño despierto e inteligente, aprendió sin mayores problemas todo lo que su madre quería que estuviera en su cerebro, incluso aprendió a tocar el piano y a escribir con la letra más hermosa de sus contemporáneos...

He ahí la causa de su claro declive, Doña Ernestina, permitía a su querubín codearse con aquellos niños mugrientos que solo sabían el catecismo y si a caso a leer o escribir, en parte era porque le gustaba pavonearse con las mujeres del pueblo de cómo su hijo era más instruido que el padre Juan.

Así pues, Gustavito llego a la juventud, aquel momento donde todo causa el mayor placer o el mayor dolor, el genio se dedicaba a ayudar a sus compañeros de juego, escribía cartas de amor a las muchachas por una módica cantidad que le permitía hacerse de esos gustos banales que templan al hombre como un cigarrillo o juguetear en un bar. Estando en este trabajo que no le generaba ningún problema, Gustavo rápidamente detecto que muchas cartas estaban dirigidas a una tal Rosita. Fue entonces cuando decidió ir a conocer a aquella muchacha que sus amigos tanto alababan...

Era razón de alabanza, una pequeña chicuela con hoyuelos al respirar, trenzas morenas y una piel tostada por el sol, rápidamente se olvido de sus compañeros y su negocio, no desperdiciaría su talento para que otro se quedara con esa flor.

Comenzó a escribirle cartas y cartas, grandes epopeyas a su amor, elegías de la imposibilidad de ser correspondido. Doña Ernestina flaqueo al no hallar rastros de inquebrantable amor en su hijo, éste ultimo consigue el favor de la muchacha de trenzas bonitas...

Pero el padre de Rosa tiene otros planes, el hijo de un rico hacendado planea hacerse de una esposa que le dé una gran prole para continuar con su legado, y ante ese candidato, el padre de la muchacha ni siquiera considera al ilustrado hijo de un humilde panadero.

En los encuentros furtivos de los amantes ingenian un plan: Gustavo huira a la capital y ahí se hará de fortuna, mientras tanto, Rosa le esperará y tratara de evitar su boda con el hijo del hacendado...

Los primeros meses en la capital son para Gustavo un tormento soportable, consiguió un empleo en un periodiquillo y aunque nadie le cree que su abuelo era su tocayo le han publicado un par de poemitas que le han permitido sobrevivir, incluso su condición no le impide tener un cuartito y escribirle a oscuras desde ahí una carta a Rosita cada semana...

Le cita sin parar a su ancestro

Podrá nublarse el sol eternamente;

Podrá secarse en un instante el mar;

Podrá romperse el eje de la tierra

Como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

Cubrirme con su fúnebre crespón;

Pero jamás en mi podrá apagarse

La llama de tu amor...

Y así pasan las semanas, entre poemas y sueños, hasta que un hombre brillante se acerca al joven Gustavo y le invita a hacerle un libro de poemas: pronto será rico, famoso.

Envía una carta con las novedades a su Rosa, y esta responde a la brevedad: Me muero, Gustavo, me muero...

Gustavo consigue llegar al pueblo, salió disparado de su humilde cuartito en cuanto leyó la carta y observa el pueblo decorado para una fiesta. Sin importarle nada, se envalentona a la casa de Rosita.

Le abre un padre abatido, un hombre sin esperanza. Le cuenta que obligo a Rosa a casarse con el heredero del hacendado y cuando ella puso un pie en la iglesia cayó víctima de mal de amor.

Permite al poeta entrar, ella sonríe con un pie en la tumba, se juran amor más allá de la muerte, Gustavo recita poemas que sabe que no la salvarán y la ve evaporarse en sus brazos...

-¿Cómo está hoy, Don Gustavo?- preguntan por rutina al poeta. Este responde

Una mujer me ha envenenado el alma,

Otra mujer me ha envenenado el cuerpo;

Ninguna de las dos vino a buscarme,

Yo de ninguna de las dos me quejo...

Así quedo reducido el genio, congelado fingiendo escribir, llorando por las noches por su flor marchita y rogando a Dios por el alma de su madre, quien con sus ganas de hacerle un hombre le ha vuelto un loco.

Quizás nadie le ha hecho llegar esa carta, en la que le informan que su madre esta enlutada en una casa como la de Gustavo, llorando en los rincones por el hijo genio que jamás pario...

 

La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora