1 de mayo de 19...

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-¿Estás seguro que quieres conocer tu futuro?-sonríe con indiferencia la adivina.

Asiente en silencio uno de sus compañeros.

-Bien, bien, tu mano no parece querer contarme mucho... ¡Espera! De repente comenzó a gritar. Me pide que te advierta. Morirás con un final sangriento, nadie podrá ayudarte y nadie atrapará jamás al culpable, no te preocupes, será un tanto rápido, así que no sufrirás mucho... ¡oh! Y otra cosa más. Probablemente veas a alguien morir antes que tu. Recuerda mis palabras, Madame Amatista jamás se equivoca...

Era verdad, nunca se equivocaba, aunque la vez que más le dolió comprender su destino fue hace mucho tiempo. Aún no llevaba ese nombre tan ridículo de Madame Amatista, que le había dado uno de sus compañeros de paseo por el collar de esa piedra que llevaba, en ese entonces, su nombre era más común, más inocente: Casandra.

Ponerle Casandra a tu hija es peligroso, es sabido por todos que es nombre de adivina, de una adivina de verdad, no esas tonterías que disque leen bolas de cristal y cartas con ridículos ademanes. Sin embargo, así se había llamado una de las abuelas de Don Miguel, el orgulloso padre de la futura adivina.

Don Miguel Estribera era un caballero de bigote refinado que vivía en una hermosa y gigantesca casa con su esposa Natalia, ambos estaban en la cúspide de la felicidad cuando hubo una niña que con sus berridos inundara la casa.

Casandra demostró desde pequeña que era diferente a las demás niñas, no solo era bonita en un sentido diferente de la palabra, ya saben, todo el mundo dice que las bebes son bonitas porque están pequeñas y son tiernas, pero ella era como un sueño, era bonita aún con unos meses en este mundo, pero una de las grandes muestras de sus habilidades las dio a las 6 meses de su nacimiento.

Su madre estaba charlando con animosidad con Don Miguel, este le informaba de los negocios cuando un llanto hizo a la ferviente mujer correr hacia donde su hija, ahí no vio nada raro, pero por la mirada que le lanzo la niña cuando estaba en sus brazos comprendió que tendría que llevársela.

Los padres regresaron a los negocios hasta que una sirvienta de la mansión apareció con un pánico dibujado en la cara.

-¿Qué pasa, Lis?-pregunto Doña Natalia.

-¡Ay, Señora!

-¡Cálmate mujer!- la apaciguo Don Miguel- cuéntanos que ha pasado.

-Señora, la niña estaba llorando así que fui a verla, la vi a usted salir con la criatura y aprovechando que no estaba la niña decidí entrar y limpiar la recamara. Entre y comencé a limpiar y escuche un sonido extraño, continúe limpiando y cuando me giré ¡Había una serpiente en la ventana! ¡Ay, Señora! ¡Qué bueno que se llevo a la niña antes de que esa bestia entrara!

Don Miguel era un hombre de ciencia y llamo a un amigo médico para relatarle los hechos, el galeno sonrío al padre explicando que hay veces en las que el instinto puede ir más allá de lo que la lógica existe.

Pero no era una cuestión de instintos, pronto Casandra se convirtió en una alarma en toda la expresión de la palabra; lloraba cuando algo estaba a punto de caer, berreaba cuando su padre estaba cercano a la casa e incluso avisaba cuando los guisos estaban en su punto.

Los padres, sorprendidos, consultaron a expertos de todo tipo, pero el que les dio la respuesta fue un viejecillo que tenía una tienda de antigüedades: su hija tiene el don de la visión. Anuncio sin inmutarse...

Casandra creció hermosa y sin miedo hacia su don, sus padres lo exhibían orgullosos en cada reunión familiar o con los amigos, fue en una de esas donde conoció al Capitán Augusto Labrid.

Este capitán era un defensor de la patria y el más claro ejemplo de la belleza masculina, encantador y buen conversador hasta decir basta y con una simpatía natural capaz de hacer que Don Miguel Estribera deseara llamarlo Yerno.

-Mi hija puede ver el futuro- sentenció Don Miguel.

-El futuro es un disparate- rio por debajo Augusto- Soy un hombre de guerra, el futuro no existe a menos que se desarrolle una buena estrategia.

-¿No será que le da miedo ver que le depara el destino?

Augusto Labrid no era un cobarde y acepto. Llamaron expresamente a Casandra y esta acudió a leer la suerte del capitán. No tardaron mucho en enamorarse, después de todo, la joven Estribera era bella como el amanecer, con un cabello castaño más allá de los hombros y unos ojos color caoba que centelleaba, pidió la mano del capitán Labrid y busco enterrado el destino.

-¿Planea hacer algún viaje a la brevedad?-pregunto la adivina.

-No, no en este momento.

-¿Enserio? Bueno, tiene suerte. Su mano dice que en su próximo viaje morirá.

Todos los miembros de la reunión miraron serios a Don Miguel, nunca era agradable hablar de muerte.

Excepto para un militar, a Augusto le hubiera dado igual si le hubiera dicho que iba a tropezarse al salir de la casa o si hubiera mencionado que el amor jamás sería correspondido, era la boca, la coquetería de la adivina la que le intereso y lo obligo a regresar a la siguiente reunión...

No volvió a pedirle que le leyera el futuro.

-No necesitamos de tu poder- susurraba en el oído de Casandra- conmigo todo está claro: seremos felices...

Los preparativos de la boda se hicieron de inmediato, Doña Natalia lloraba a cada momento al recordar que su hijita la abandonaría...

La marcha nupcial era bien ejecutada y aunque Don Miguel no era de la clase sentimental no pudo evitar derramar unas lágrimas, su pequeña Casandra no solo era una mujer, sino que estaba bellísima.

Cuando la entrego en la iglesia miro al Cristo del altar y rogo que permitiera a su hija que fuera tan feliz como en ese momento, de algún lado Casandra tuvo que heredar su poder, el padre intuía que algo malo vendría...

-¿Por qué una Amatista?-pregunta Casandra a su marido- Tienen un color muy triste...

-De ese color se verá el mar cuando no te vea, amor, promete que me esperarás, que irás a buscarme al muelle hasta que regrese...

-Lo haré, pero sabes que no volverás.-pensó la adivina, en cambio solo dijo- No habrá esposa más fiel...

Casandra iba cada mañana al muelle, aunque sabía que era una tarea inútil, jamás había fallado a una predicción.

Su fiero y valiente capitán jamás regresaría. No hizo falta que apareciera una nota de la milicia dando el pésame mientras le explicaban que ignoraban el paradero de su marido...

Desde entones la adivina lee las manos de cualquier persona que se lo permite, busca el futuro en ellos, pues el suyo se perdió como lo hacen los barcos en las olas amatistas del mar...

La casa del locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora