Capítulo 3 | La humillación del pequeño ángel

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Permanecí en la misma posición fetal durante varios minutos, como cada vez que acababa. Me daba miedo moverme porque creía que me dolería más de lo que ya lo hacía. Mi respiración se volvía cada vez más dificultosa y pesada, y el calor parecía subir hasta mis mejillas de nuevo. Mis manos temblaban, y podía sentir como mi piel palidecía varios tonos.

No tenía mi la mínima intención de moverme de mi lugar, de hacer nada para levantarme. No tenía ganas tampoco de ver a nadie, ni siquiera a mi propio padre, quien seguramente a estas alturas ni siquiera se encontraba consciente. Ni siquiera me preocupaba encontrarme como lo hacía; desnuda, sobre el piso de madera, frío y duro. No podía sentir más humillación de la que me habían hecho pasar.

Me preguntaba como estaba papá, si lo había lastimado, porque aseguraba que como muchas otras veces, él se había llevado las pocas cosas de valor que teníamos y nos había dejado sin nada. De nuevo

Entonces desperté. Con la respiración agitada y el corazón latiendo a una velocidad anormal, soltando inconscientemente pequeños jadeos bañada en una fina capa de sudor. Miré hacia todos lados buscando examinar para saber en donde me encontraba. La opaca luz que se filtraba a través de las cortinas medio corridas me hizo saber que ya amanecía, y que me encontraba hacía sólo momentos durmiendo en mi cama.

Desde que perdí la voz, no dejaba de despertar a media noche agitada a causa de un mal sueño, y eso cada día me ocurría, sólo que extrañamente esta vez desperté en la mañana y no en la madrugada como solía hacerlo. Estaba acostumbrada a éste duro estilo de vida que me había tocado vivir, y no me quejaba de eso. No me quejaba de vivir mis propias pesadillas.

Me levanté de la cama cuando pude normalizar mi respiración y me dirigí al baño a alistarme para el colegio.

Los pasillos aquella mañana se hallaban atestados de personas. Los alumnos y profesores se desplazaban de un lado a otro con prisa, y mientras avanzaba no podía evitar pensar en ellos, en lo que sentían, me preguntaba si aquellas personas que parecían tener tanta prisa llevaban encima tantos problemas como yo. Algunas veces me gustaba fingir por momentos que no era yo, que era alguien más, como la chica de la clase que rebasó los mil "likes" en su foto en instagram, o la chica de la biblioteca que tenía una relación con el chico de el club de lectores, me imaginaba por unos momentos a mí misma siendo normal como el resto. Aunque tenía claro que eso nunca pasaría.

En ese instante, sin quererlo así, mientras caminaba intentando pasar desapercibida, ocasioné un choque entre hombros al pasar. Inmediatamente dirigí mi mirada hacia arriba buscando el rostro de la persona a la cual había chocado por accidente. Solo buscaba poder descubrir quien era, ya que por obvias razones no podía disculparme. Y mis ojos se toparon con la tormenta de emociones más hermosa que jamás había visto alguna vez. Aquellos preciosos ojos marrón intenso que en tan pocos encuentros casuales, habían logrado mantenerme hipnotizada bajo ellos. Bajo los ojos de Josh.

-Lo siento -se disculpó en voz baja, bajando cada vez más el tono mientras los segundos pasaban y nuestras miradas seguían colgadas en el vacío intenso que su mirada provocaba en la boca de mi estómago -M-Me dirigía a el salón, ¿me acompañas?

Los segundos pasaban y me costaba reaccionar, sentía un enorme nudo en la garganta, y estaba segura que no se trataba de mi voz, si no de una reacción muy propia de mi cuando estaba nerviosa por algo. Me las arreglé para contestar en un asentimiento torpe e inseguro.

Entonces, comenzamos a avanzar hacia el salón donde veíamos nuestra próxima clase. Al caminar, podía sentir el roce de su hombro hacer contacto con el mío, a pesar de la diferencia de estatura. Aquel contacto para nada intencional me provocaba nada más que nervios, haciendo que un hormigueo se hiciera presente en la boca de mi vientre.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora