Capítulo 27 | La mereces

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Josh.

Sus muy azules ojos me miraron analizándome, buscando algo de duda o inseguridad en mí, pero no estaba como para sentirme desconfiado en un momento así. Algo en su mirada, en la forma que ladeaba su cabeza con ligereza y arrugaba levemente la frente sin parar de pestañear.

-Ya lo sabía -contestó de pronto.

Abrí mis párpados asombrado, y mi respiración se detuvo por un momento en el que no supe que hacer que no fuese aferrar el cuerpo inerte de Mallory a mi pecho. La miré, seguía sumida en la inconsciencia, y me levanté con ella en brazos cargándola para luego mirar a el hombre sentado sobre el suelo con su mano sobre su pecho en un gesto de cansancio.

-¿Vas a subirla? -asentí sin dejar de mirarlo curioso y lleno de intriga, se incorporó levantándose con una postura firme que lo hacía ver mucho más joven de lo que ya era -Baja cuando termines, quiero hablar contigo.

Asentí iniciando mi camino hacia su habitación con ella cargada, parecía ahora mucho más pesada de lo que hacía unos minutos cuando estaba acostada en mi pecho, ahora como si de magia se tratara había aumentado su peso, y con algo de lentitud por ello la deposité con cuidado sobre su cama.

Estaba rígida, adormilada, respirando pausadamente siendo inconsciente de la realidad, de lo que a su alrededor pasaba. Nunca me cansaría de admirarla mientras estaba distraída, o en este caso desmayada, inconsciente. Di un profundo suspiro sentándome sobre el borde de la cama, y pasé mis dedos con suavidad sobre su negro cabello, tan largo y tan lacio que era envidiable para muchas, estoy seguro. La hilera de sangre que corría de sus fosas nasales había parado, pero el rastro seguía allí, recordándome su crisis previa. Su camiseta seguía manchada de azul, y eso me hizo sentir culpable de alguna forma. Yo había estado allí con ella cuando eso ocurrió, y no pude defenderla, no llegué a tiempo para hacerlo. Eso había provocado su llanto, dolor y humillación.

¿Por qué no pude defenderla? Estuve allí, y dejé que le hicieran daño. Me imaginé por un momento ella estando sola, a merced de la maldad, del daño, que Lisa se aprovechara de eso para hacerle daño. Y yo no estaría allí para cuidarla. Porque era mi deber. Cuidarla se había convertido en mi prioridad de un momento a otro. Nunca dejaría que Lisa la dañara, que se atreviera a hacerle daño.

Me levanté con cautela y desdoble la manta para luego arropar su cuerpo y le di un último beso a su coronilla antes de bajar.

-Primero que nada quiero saber por qué le da esos medicamentos sabiendo lo peligrosos que son -tomé asiento frente a él en el sillón, procurando verme firme pero sin ser grosero, era el papá de mi novia, tampoco quería exigir.

Dio un suspiro cansado y pasó su mano detrás de su cuello en un gesto exhausto.

-Los calmantes y demás píldoras no le hacen nada, puede pasar horas antes de que pueda llegar a quedarse dormida.

Saber eso de ella me dejaba un vacío enorme en mi pecho. Éramos novios, ¿Por qué yo no sabía esto? Estaba en mi derecho de conocer todo de ella, hasta estos espantosos momentos.

-¿Siempre ocurre, o hay fechas específicas para sus ataques? Porque hace un par de días ocurrió algo parecido -sus párpados se abrieron llenos de asombro ante aquella confesión.

-¡¿Ocurrió antes?! ¡¿Por qué no llamaron?! -aferró sus dedos a su cabello rubio despeinándolo un poco luciendo desesperado y preocupado.

-No, bueno sí, pero fue leve, solo se asustó y enseguida se tranquilizó -traté de calmarlo, anunciando nervioso.

El alivio cruzó en su expresión, y asintió de acuerdo a la vez que frotaba su rostro con constancia. De alguna forma, no supe si por su evidentemente corta edad, no lo veía como una imponente figura paterna. Era un hombre, uno muy decente y agradable, pero no uno que pareciera haber criado casi dieciocho años a una niña solo. Eso sin contar que casi nunca lo veía aquí en casa.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora