Capítulo 30 | Miedos compartidos

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Era un retrato perfectamente hecho a lápiz. No podía dejar de sentirme asombrada ante las proporciones tan realistas que era capaz Josh de plasmar en una simple hoja de papel. Más allá de lo que el retrato de mostraba, era sorprendentemente profesional y bien detallado. Era un buen trabajo, digno de admiración. La mujer acostada sobre una cama, con sábanas desordenadas, miraba fijamente hacia Josh cuando la estuvo dibujando, y él no perdió ningún detalle de su tan femenino cuerpo delgado. Su rostro inclinado hacia un lado para poder verlo a él, su cabello suelto, desordenado sobre la cama, sus manos en una perfecta posición en las que Josh supo retratar de manera acorde y realista, sus muy hundidas clavículas, aquellas que parecían resaltar en todo el dibujo, la curvatura de sus pechos redondos, sus pequeños pezones rígidos, su delgado abdomen. Era sin duda algo digno de ver, de manera artística, claro.

Josh se encontraba a mi lado, mirándome expectante mientras yo dedicaba mi tiempo para examinar desde los detalles de su cabello, hasta la firma al terminarlo. Era todo tan real que casi podía imaginarla a ella allí, sonriendole mientras él la miraba sin tapujos, ni pudor, detallandola, grabando su admirable figura para siempre en papel. Aquello me hizo cerrar los párpados. No podía ser infantil, enloquecer por algo así sería poco profesional, pero no podía dejar de sentir celos.

Él solo veía como yo pasaba las siguientes ocho o nueve páginas para encontrarme con más retratos de mujeres desnudas y espaldas femeninas. En muchas de ellas Josh dibujó el cuerpo completo de aquellas mujeres, un cuerpo desnudo, grabando desde sus redondas nalgas hasta su feminidad.

-Es arte -sintió la necesidad de explicar cuando llegué la pagina en donde la mujer posaba para él con las piernas completamente abiertas, mostrando el interior que sus pliegues vaginales escondían. Aquella imagen fue la que me devolvió a la realidad. No quería seguir viendo sus espaldas sanas, sus fuentes limpios y vaginas angostas.

Cerré el libro de golpe y se lo tendí enseguida, creyendo que ya era suficiente. Él no lo tomó, me miró con la cara enrojecida y un brillo de angustia en su mirada.

Y tuve que preguntárselo. Entre señas que él supo interpretar, claro.

No había visto tanta incomodidad en sus facciones nunca antes.

-¿Que si me gusta dibujar pechos? -asentí ante su interpretación. Negó con la cabeza a la vez que endurecía su expresión-. Realmente no es así. Verás, éstas mujeres han posado para mí sin ropa porque quieren sentirse profesionales. Yo solo quiero retratar pequeñeces que definen el cuerpo de una mujer.

Me crucé de brazos sin entender. Y fue donde supe que yo solo había estado mirando vaginas y pechos, sin ahondar más en lo que el retrato significaba.

Dio un suspiro cargado de tensión y volvió a abrir el cuaderno para mostrarme.

-El cuerpo de una mujer es en pocas palabras la cosa más hermosa que los artistas buscan plasmar en sus trabajos. Ellas son mujeres delgadas, con buena proporción de sus cuerpos, y me gusta retratar aquellos detalles que acentúan la figura femenina -expresó, señalando el retrato de una de ellas, que posaba sentada en un banco-. ¿Ves sus clavículas?

Y sí podía verlas. Era lo que más resaltaba de todo el trabajo.

-Me gusta dibujar clavículas porque definen mucho la belleza. Al menos para mí es así. Los fotógrafos y demás pintores odian verlas en sus trabajos, pero yo amo ver como le dan proporción y volumen a mis resultados -habló despacio, en su confesión, mientras instintivamente posaba sus dos maravillosos ojos en aquella zona debajo de mi cuello-. Solo les pedí quitarse el sostén para que no interfirieran en las marcas de los huesos. Pero algunas quisieron quedar completamente desnudas para sentirse profesionales. Y yo... nunca me quejé.

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