Capítulo 6 | Las estrellas del recuerdo

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Nerviosa, en la espera, comencé a jugar con mis dedos haciendo aún más evidente el miedo que comenzaba a hacerse más y más intenso en mi sistema.

Escuché pisadas acercarse, supe que se trataba de Josh. Aunque fuesen pocas las ocasiones en las su había estado con Marcus, conocía su peculiar manera de caminar donde fuera, ya que lo hacía con las piernas abiertas, había descubierto la noche anterior que cuando era pequeño usaba botas ortopédicas para caminar ya que tenía una extraña deformación en los pies.

Me gustaba pasar tiempo con Marcus, y rogaba porque hoy me invitara de nuevo a jugar con él -aunque si no fuese así, lo invitaría yo-.

La puerta de la entrada se abrió, y un Josh sonriente me invitó a pasar haciendo un gesto con la mano. Me adentré, caminando con timidez detrás de él en dirección a la sala.

El lugar se hallaba silencioso, por lo que supuse que Marcus no estaría allí entonces, y que en caso de estar, seguramente en su habitación u ocupado en algo más. Me senté en el sofá cuando Josh hizo una seña con la mano, comencé a buscar entre lo que había traído y justo noté que sobre la mesa se encontraba un gran adelanto de lo que sería el principio del tema.

Josh notó que lo había visto, por lo que tomó asiento a mi lado, muy cerca de mi y me tendió la hoja para que la leyera.

-Justo antes de que llegaras estaba adelantando algo... no lo sé, ¿qué crees? -su voz sonaba nerviosa, y sacudí mi cabeza cuando un pensamiento estúpido se coló en mi cabeza.

Lo miré y asentí en acuerdo con él, pero entonces fijó sus ojos en los míos, haciendo el intento de perderse en mi mirada como muchas otras veces había hecho. Rápidamente aparté mi vista hacia la hoja en mi mano, entonces volví a asentir, haciéndole saber que estaba de acuerdo, no estaba preparada para otro encuentro con su mirada, aquello por alguna razón me ponía nerviosa y a el parecía gustarle.

Mi vientre comenzó a revolotear, y sentí un enorme nudo oprimiéndome el pecho. Mi corazón cada vez se aceleraba más estando a su lado, y temía que pudiera escucharlo.

-¿Quieres que te traiga algo? -preguntó antes de que comenzáramos el trabajo, negué con la cabeza y pronuncié un pequeño «gracias» con los labios, más por costumbre que por pensar que me había escuchado, porque era obvio que no podía hacerlo.

En los siguientes minutos, me había propuesto a escribir la continuación de lo que él había comenzado antes mientras él buscaba algo más referente al tema en su laptop. El lugar se hallaba en total silencio, y yo no podía hacer nada para alterarlo.

-Bien, esto es lo que me salió -habló en voz baja, haciendo que de manera inmediata me acercara hasta él para ver lo que había investigado en Internet.

Pero al hacerlo, excedí su espacio personal. Me acerqué tanto inconscientemente que sin querer casi ocasiono un pequeño roce de mejillas. Tampoco hice nada para alejarme cuando supe que nuestros rostros estaban casi pegados. Por alguna extraña razón con aquella cercanía me sentía... ¿cómoda?

De todos modos, no creo que le haya importado en ningún momento, ya que él tampoco hizo el amago de apartarse.

-Es mucho, esta parte de aquí podríamos omitirla... -la última palabra salió en un apenas audible susurro, entonces noté que se había girado a mirarme, y que su respiración chocaba con mi mejilla.

Giré también a verlo, preparada para ese intimo momento, su rostro esta vez más cerca que nunca del mío. Sus ojos se fijaron en los míos, y fue inevitable no sostenerle la mirada, perderme en aquella dos preciosas lagunas, tan brillantes y tan preciosas perlas. Juré entonces, que jamás había visto una mirada tan bonita como la de Josh Anderson.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora