Capítulo 23 | Entre la espada y la pared

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¿Quién? ¿Qué ser humano con neuronas activas se atreve a dejar una clase de pistas por doquier para atacar mi vulnerabilidad?

Sí. Porque no era la primera. Aquel día en el comedor de la escuela llegó la primera nota, que consistía en un avión de papel con tres letras escritas, exactamente la misma caligrafía que la que esta vez. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Qué buscaba en mí y en mi capacidad de comprender aquellas letras?

Josh seguía hablándome y pidiéndome que le dijera qué sucedía, pero yo solo era capaz de permitir a las lágrimas bajar por mis mejillas con rapidez y sin frenos. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal erizando cada vello de mi piel. Una opresión conocida en mi pecho activó en mi sistema una parte que creí que estaba dormida desde hacía un par de meses. El pánico.

Rodeé con fuerza y prisa el cuerpo de Josh y enterré mi cara en su pecho sin importarme humedecer su camiseta oscura con mis lágrimas. Él me correspondió enseguida pero no sin antes arrebatarme la carta de las manos e inspeccionar él mismo su contenido.

¿Por qué lloraba? Porque tenía miedo. Miedo de que aquello fuese más una advertencia que un acertijo y que lo que me imaginé desde un principio fuese cierto. Sollocé contra su cuerpo sin importarme que mi situación le confundiera, yo solo necesitaba que él estuviera allí para mi y sentir que de alguna manera él me apoyaría en esto. Porque si no estaba equivocada, estas notas no eran pura casualidad, estas notas eran una señal que alguien buscaba meterse dentro de mi. La sensación de sentirme acechada y vigilada se instaló en mi cerebro y casi por inconsciencia apreté con más fuerza el pecho de mi chico.

-Shhh -murmuró en mi oído buscando calma en mí-. Son sólo letras, estoy seguro de eso.

Negué con la cabeza. Lo que sentía era demasiado inestable para intentar explicárselo en mensajes o notas, lo que sentía era miedo puro, aquel que se calaba en mis huesos y me robaba la respiración y la calma, aquel miedo que traía consigo la certeza de que alguien me estaba vigilando, y no solo eso, sino que buscaba entrar y meterse en mi cerebro para atacar en mi punto más débil. Como ya en ocasiones anteriores había ocurrido.

-Princesa, estoy aquí -su voz gruesa y roca provocó que un escalofrío recorriera esa zona en mi oreja donde me susurraba -Sólo buscan asustarte, no hay porqué temer.

Sí había. Y eso era algo que Josh no sabía. Que sí había malas intenciones tras aquellas pistas.

Me aferré a su pecho olvidándome por completo de que hacía unos minutos me apresuré porque no quería hacerlo llegar tarde a clases. Ahora aquello no tenía ni la más mínima importancia. Lo único que sentía era desesperación por estar a salvo, me sentí incómoda, insegura e inestable bajo el techo de mi propia casa. Aquello no era una buena señal, solo indicaba una cosa.

Estaba entrando en trance.

Desde aquella vez que perdí la voz, aquella primera vez que viví el miedo en carne propia, solía entrar en colapsos mentales breves los cuales inexplicablemente solían ocurrir exactamente los finales de mes. Un día como hoy. Aquellos ataques de inseguridad y ansiedad me hacían llorar todo el día y aferrarme a mi propio cuerpo, como si eso ayudara, sentía un enorme impulso de gritar y la actividad cerebral de aquellos días se prolongaba, sin embargo, no lo suficiente como para hacerme decir alguna sola palabra.

Sentí mis rodillas debilitarse, y suerte que Josh lo sintió conmigo y estuvo a tiempo para tomarme de los muslos y cargarme haciéndome enrollar mis piernas a cada lado de su cintura. Sus manos se deslizaron por mi espalda y me llevó hacia el sofá donde se sentó conmigo aún en sus piernas. Yo no podía hacer más que intentar contener los temblores que mi cuerpo desprendía cada tanto un recuerdo me golpeaba haciéndome volver años atrás cuando era todo tan miserable.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora