Capítulo 31 | Palabras mudas

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JOSH

Había leído a través de sus señas la historia más trágica de todas. Incluso peor que la de mi hermana.

Era... monstruoso.

Se sentía como si mil dagas punteagudas atravesaran sin cesar mi pecho una y otra vez, perforando mi corazón. Haciéndome colapsar por completo. Mis sentidos nerviosos se hallaban de pronto alerta y receptivos. El temor se caló en mis huesos, un escalofrío recorrió mi espina dorsal y ella pudo notarlo.

Llorosa, sensible, adolorida, hundía su rostro en mi pecho mientras negaba con la cabeza. No me tomó demasiado notar que yo también había estado llorando de manera inconsciente, así que sequé mis lágrimas de manera apresurada para no parecer débil delante de ella. Aunque sé que era perceptible en el ambiente. Ella necesitaba ser fuerte, que le demostrara que estaría para ella siempre y a éstas alturas, todo había sido solo un mal recuerdo de los días vividos en el pasado.

Temía que notara los latidos apresurados de mi corazón y supiera de mi estado nervioso, pues lo que más deseaba aparentar ahora era que podía sobrellevar esta situación.

Claro estaba que no podía.

De manera casi inconsciente llevé mi mano hacia su espalda y comencé a acariciar esa zona con lentitud y suavidad, temiendo por su relato y sabiendo que había fragilidad en su extensión. De pronto me sentí culpable, por hacerle saber que me gustaba dibujar mujeres desnudas con pieles delicadas y libres de imperfecciones. Ella no merecía hacer comparaciones porque la verdad es que era hermosa y lo sería siempre a pesar de que su cuerpo estuviera marcado. Las cicatrices servirían para recordarme lo valiente que había sido. Claro que sí.

Y más allá de sentir dolor, la frustración invadió mis venas haciéndome hervir desde adentro. Estaba enojado, sentí impotencia, furia, rencor hacia ese miserable gusano que disfrutó torturarla solo por placer. Quería matarlo, juro que sí.

-Esto es tan... injusto -fue lo único que pude pronunciar, porque era cierto.

Por mi cabeza pasaban tantas cosas, que si debía resumirlo todo a una sola palabra, usaría enfermizo sin pensarlo demasiado.

Por un instante, casi pude tener una visión clara de la imagen en la que una pequeña Mallory gritaba con piedad pidiéndole que se detuviera a aquel bastardo malnacido que la había lastimado. Ella gritando, ella llorando, ella ensangrentada, ella muda...

¡Maldición! No podría dormir nunca más sabiendo que había un enfermo desquiciado buscando volver a torturarla.

Me dediqué a guardar aquel sentimiento de rencor en una caja profunda en un lugar oculto de mi cabeza, para luego concentrarme en envolver la masa temblorosa que constituía su cuerpo en mis brazos. Temblaba. Ella temblaba entre sollozos.

Y pensar que había tenido que revivirlo por mí.

Me sentía como el mayor tarado que haya pisado la faz de la tierra. De pronto los recuerdos de mi pasado se asentaron en mi cabeza de manera insistente. Y supe que a mi corta edad, por más que tratara de evitarlo yo era un adolescente, que mis problemas absurdos no eran más que culpa mía y solo mía. Me la pasaba gritándole a mis padres, recriminandoles la muerte de Leria, llorando ante su recuerdo, portandome de manera incorrecta cuando no conseguía lo que quería. Yo era un bobo. Mis problemas eran pequeñeces a comparación con los de ella.

Yo me quejaba por estupideces y ella debía lidiar con todo sola.

Me sentí desorientado por unos instantes, aturdido, paralizado. El peso de su historia se asentaba en mi cabeza de manera peligrosa haciendo que más lágrimas mojaran mis mejillas de manera inevitable. Tomé con necesidad su rostro entre mis manos para examinar sus ojos llorosos y rostro húmedo.

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