Capítulo 28 | Rendirse jamás

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Josh.

Lo dije con firmeza, cuidando no ser brusco ni sonar molesto por ello, mis intenciones desde un principio habían sido ayudarla, no destruirla por cada error que haya cometido. Y ésta vez no sería distinto.

Me miró desencajada, y un temblor fugaz sacudió su cuerpo, tragó fuerte y abrió sus labios, como si buscara decir algo aún sabiendo que era imposible. Sus ojos enrojecieron, y mi corazón dio un vuelco a sentir como se tensaba bajo mis brazos. Hizo el amago de separarse, pero la sujeté con fuerza impidiéndolo.

Rápidamente el dolor se hizo en cada detalle de su rostro, y soltó el aire con los párpados bien abiertos y sin dejar de parecer asustada. Todo mi sistema se hallaba alerta a su reacción, lo que menos deseaba era crear conmoción luego de haber pasado por tanto.

—No voy a culparte. Seguramente hubo razones para que decidiera ocultármelo —acerqué mi rostro al suyo y la obligué a mirarme directamente. Me miró ahora con aflicción—. No puedo juzgarte, no estoy en tu posición, solo quiero saber por qué no me lo dijiste antes.

Desvió nerviosa su mirada, y se zafó su mi agarre para retroceder cabizbaja, abrazando su propio cuerpo al borde de las lágrimas.

Sostuve el puente de mi nariz con mis dedos y di un profundo suspiro cargado de frustración al mismo tiempo que me acercaba con decisión hasta ella y tomé su rostro obligándola a verme.

—No voy a juzgarte nunca, en ninguna decisión que decidas tomar, siempre voy a estar allí para apoyarte, ángel, pero necesito que me digas de una vez si confías en mí, si gané tu seguridad, si merezco saber sobre ti —pedí firme perdiéndome en sus lagunas llorosas, difuminadas de montones de tonalidades azules.

Arrugó su frente confusa, y se soltó de mi agarre tan pronto para luego tomar mi mano y llevarme hacia fuera. Creí que me echaría de su casa por preguntar, pero cuando vi que dobló el pasillo que nunca había visitado supe que haría algo con firmeza.

Abrió la puerta de otra habitación, y me metió allí dentro sin darme tiempo para preguntar qué haríamos. Cerró apegando su cuerpo a la puerta, y me miró mordiendo su labio inferior nerviosa.

Me di la vuelta, y tardé un par de momentos para notar que estábamos en un cuarto, más bien parecía haber sido de su padre en algún momento. La cama estaba perfectamente recogida, y aunque olía a polvo y abandono no pude evitar darme cuenta de que seguía manteniéndose en constante limpieza. Había un escritorio, con su respectiva silla, un closet de madera y lo que parecía ser un estante con varios trofeos y fotografías en él, era un cuarto simple, pero limpio y grande.

Ella tomó mi mano y me llevó hasta la estantería espaciosa ocupada ya con varios trofeos de distintos títulos, fotografías de un hombre en un campo de béisbol jugando, y un par de par de pelotas autografiadas. Todo parecía tan perfecto y meticuloso que preferí no detenerme a mirar demasiado. Ella abrió una gaveta del escritorio y sacó un papel, observé el acto con detenimiento, y vi cómo se lo pegaba al pecho cabizbaja.

Me acerqué con cautela, y ella alzó la vista hacia mis ojos, estuvimos un buen rato solo así, mirándonos, diciéndonos lo que sentíamos, perdidos en esa mágica conexión en la que solo ella y yo conocíamos, en la forma en la que nuestras miradas conectaban con deseo y amor. Ella apartó el recorte del periódico de su pecho y me lo tendió para que lo observara.

El titular. La noticia sobre un hombre que fue arrollado por una camioneta que transportaba eno en la cabina trasera. Relataba acerca de los hechos y detallaban las posibles teorías que circulaban, pude observar la fecha de hacía un año ya, también se observaba una imagen algo borrosa de la escena. No había fotos del cuerpo, pero si había fotos del camión causante de su muerte, también marcas y cintas policiales, y unos cuantos oficiales de trasfondo examinando la escena. Pero dentro de la camioneta no había nadie, como si... hubiese desaparecido después del acto.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora