Capítulo 9 | Entre tus brazos

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Luego de salir de la exposición de peces exóticos, nos dirigimos a la parte trasera, aquella que no tenía techo, aquella que exhibía a los animales más pesados y poco comunes. Esa era mi parte favorita del zoológico.

Mientras caminábamos por el sendero que nos llevaba al tanque de los delfines, iba pensando en dejar para él la mejor parte del lugar de último, pues estaba seguro que su reacción sería sorprendente.

Los carritos de helados y algodón de azúcar eran visitados por los niños y familias. Ésta parte del lugar estaba un poco más llena de gente que el de la exposición de peces. Josh se detuvo en un puesto que vendía pequeños recuerdos y juguetes, el cual también vendía dulces. Al regresar volvió con una bolsa llena de nachos y frituras para devorar, mientras que caminábamos en busca de más exhibiciones.

-Supongo que has venido un montón de veces, ¿no? -habló mientras masticaba.

Yo llevaba la bolsa de frituras en la mano y él constantemente metía la mano para tomar algunos y llevárselos a la boca. Era divertido hasta ahora, con él sentía que realmente no era necesario tener que expresarme, simplemente escucharlo hablar sobre sus gustos u opiniones me hacía sentir incluida en una conversación.

Asentí con la cabeza en una respuesta sencilla e intenté mostrarle mi mejor sonrisa. Al caminar, pasamos por uno de los tanques en donde se encontraban los delfines.

Nos detuvimos allí, y aunque a simple vista se encontraba vacío y Josh me hizo una señal para que nos retiráramos, yo insistí en quedarnos. Acerqué mi mano hacia el cristal y esperé unos segundos en silencio, como mejor sabía hacerlo. Y como si el animal hubiese escuchado mi llamado, apareció lentamente, empezando por una mancha de color oscura y poco a poco dejando verse como el bellísimo animal que era.

-Diablos... -pude escucharlo susurrar a mi lado. Volteé a mirar su perfil admirando al delfín acercarse hasta ambos, y juro que jamas había notado la perfección en su distracción.

No lo noté al instante, pero el animal había colocado su pico contra mi mano a través del vidrio, y una vez más sentí que él podía escucharme. Quise reír, pero tuve que reprimirme sabiendo que eso no sonaría nada bien.

-Creo que le gustas -susurró tan cerca, pero tan cerca de mi oído que me estremecí ligeramente, y rogué al cielo porque no lo hubiera notado.

Nos sentamos sobre un banco el uno al lado del otro, y por un momento creí que me haría preguntas incómodas acerca de mi familia o mi vida privada. Pero en vez de eso comenzó a hablar de sí. Me contó que había vivido en muchos lugares junto con sus padres y su hermano, que cada seis meses sus papás se mudaban, incluso hasta menos. Me contó sobre los lugares en los que había estado, desde la Ciudad de Nueva York en un lindo y lujoso departamento, hasta en una casa de campo en Louisiana, donde se tuvo que adaptar a otras costumbres y comenzó a realizar trabajos de campo. Su padre era abogado, al igual que su mamá, conservaba un buen trabajo, pero por razones personales siempre se mudaban buscando mejores oportunidades y escapar de sus problemas.

A pesar de que habíamos pasado una de las mejores tardes juntos, acompañados del otro en todo momento, olvidé de alguna forma mostrarle la mejor atracción del lugar.

Abrí los ojos recordando que me faltaba mostrarle la mejor sala de exhibición de todas. Mordí mi labio inferior, e intenté hacerle señas diciendo que quería llevarlo a un lugar especial. Pero fue estúpido tomando en cuenta que él desconocía el lenguaje de señas. Me detuve y soplé un mechón de cabello que cayó sobre mi frente sin obtener resultados de apartarlo.

-No puedo entender, lo siento -expresó con una sonrisa divertida y llevó una de sus manos hasta mi rostro, donde con la punta de sus dedos apartó el mechón llevándolo detrás de mi oreja. Aquel gesto me dejó enormemente confundida y provocó que un escalofrío se filtrara por mi cuerpo haciéndome estremecer levemente.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora