Epílogo

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-Josh se ha tardado ya bastante. ¿A qué hora piensa llegar por ti? -se quejó Evan, mientras picaba un trozo de su bistec, distraído.

Su ceño ligeramente fruncido denotaba ansias porque llegara mi novio a recogerme. Sonreí por su gesto, pues me pareció sumamente adorable el hecho de que se preocupara por mí como lo hacía. Tomé su mano por encima de la mesa del comedor y la acaricié en un gesto muy propio, tratando de transmitirle a través de esa pequeña caricia la serenidad que le hacía tanta falta.

-Cinco minutos -contesté, en un tono suave y sereno-, tal vez.

Tracy y Jenny comían entretenidas con el acto de mirar la expresión del mayor y notar lo lindo que podía llegar a verse así de preocupado. Era habitual comer en familia una vez me mudé con ellos a su pequeño vecindario. La casa de Evan era cómoda, bien ambientada, iluminada y sobre todo, repleta de vida. Esa vida que le faltaba a mi casa anterior.

Por primera vez, me atreví a hacer aquello que tanto había temido. Vendí mi casa. Sí, vendí mis recuerdos, mi pasado, aquello que me hacía recordar el sufrimiento. Luego de que Josh, Nathan y Evan insistieran durante varios meses, decidí hacerles caso y venirme a vivir con mi padre sustituto, en donde sabía que estaría protegida y que tendría aquello que siempre deseé tener y que nunca pude. Una familia.

Y es que Evan dijo que debía evolucionar, que debía dejar todo atrás. ¿Qué mejor manera que abandonar el lugar dónde habían ocurrido mis peores desgracias? Confieso que fue duro pensar que abandonaría el único lugar en el que había compartido momentos con mi padre. Pero es que si lo pensaba con mejor razonamiento, su recuerdo no vivía dentro de aquellas oscuras paredes carentes de vida, su recuerdo vivía en mí, en mi corazón, y cada vez que pensara en él, recordaría con amor puro los momentos de calidad que habíamos vivido juntos.

Sí, había aprendido en tan solo cuatro años a liberar el peso de mis hombros.

Ahora vivía con mi tutor legal, junto con su hermosa familia, conformada por una niña muy madura de ojos azules y una esposa maravillosa de cabello rubio y flequillo que amaba consentirme con sus maravillosas recetas de pasteles y galletas. Ahora después de haber dejado el sufrimiento y soledad, era feliz rodeada de la gente que amo. Y es que ya no tenía miedo de ser yo, de sonreír en público, de usar vestidos, de tomarme fotografías, de amar intensamente mi vida y amar a las personas que me rodeaban.

Nathan venía a visitarme los fines de semana, cuando la universidad se lo permitía. Estudiar comunicación lo tenía tan ocupado que me alegraba que por fin después de tanto se concentrara en algo mas que no fueran los videojuegos. Nuestra amistad seguía tan sólida como siempre, incluso podría decir que más ahora que habíamos madurado ambos. Conoció a una chica hermosa de buenos sentimiento hace un año y ahora disfrutábamos de pasar tiempo los cuatro juntos cada vez que se podía.

Y Josh. El amor de mi vida, el hombre que me había sacado del infierno y que me había llevado a conocer la vida, seguía siendo ese ser especial que llenaba mis días de alegría y que sacudía mi universo entero cada vez que estaba junto a mí. A pesar de tener que pasar mayor parte del tiempo estudiando, no olvidaba nunca pasarme a recoger cuando teníamos tiempo libre los días de semana. Me visitaba fijamente los fines de semana y se quedaba durmiendo hasta el domingo en la tarde, que tuviera que despedirse. La universidad nos tenía a ambos ocupados. Sin embargo, no nos descuidábamos el uno al otro ni por un segundo.

Y es que era obvio que luego de tanta presión decidiera revelarse en contra de la orden de sus padres de estudiar leyes e hiciera su propio camino ingresando a estudiar historia de las artes. Amaba el hecho de que se mantuviera firme con su decisión y que no permitiera que nadie manipulara su destino. Ahora había conseguido un espacio en su universidad donde pudiera desenvolverse y pintar a su manera sin restricciones. Desde que todo ocurrió hace cuatro años, no ha dejado de plasmar sus ideas en sus pinturas como tanto había deseado.

Palabras mudas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora