Capitulo 2.

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Capítulo 2.

Giro mis talones y ajusto la bufanda rosa pastel que revolotea en mi cuello. Cuando estoy de frente con él me paralizo, y no es por el frío, es por su intimidante presencia, es dos cabezas más alto que yo, va vestido con pantalón de mezclilla y una chamarra negra que da un aspecto de confortabilidad.

—Creo que esto es tuyo —dice estirando su brazo en torno a mí—, se te cayó al salir de Starbucks.

Entreabro mis labios y siento que todo lo que me ha pasado los últimos veinte minutos ha sido broma. ¡Es mi celular! ¿Cómo pude ser tan estúpida? Ni siquiera sentí cuando salió de mi bolsillo ni mucho menos escuché el ruido del impacto contra el piso. Supongo que iba lo suficientemente distraída y apenada trotando como para notarlo. Siento un rubor llegar a mis mejillas y agradezco inmediatamente que sea noche y él no pueda notarlo, al menos así lo espero. Tiene la misma mirada penetrante sobre mí y no la aparta, y la sensación en mi piel de calor y electricidad se agranda. No logro comprender porqué me siento así con una simple y sencilla mirada, es extraño y frustrante y lo peor es que no puedo alejarlo. 

—Dios mío. —Respondo en un susurro y recibo mi celular con la mano derecha, y pienso vagamente si es zurdo porque me lo entrega con la izquierda. Otro escalofrío se desliza por mi cuerpo cuando nuestras manos se tocan, pero llevo guantes puestos y es increíble que eso sea posible. —Muchas gracias, no lo sentí caer.

Él asiente y mantiene su distancia entre nosotros, ¡Y es por eso que no entiendo porqué me intimida tanto! Ni siquiera estamos cerca y lo siento como si estuviera pegado a mi cuerpo. 

—Tal vez deberías ser más cuidadosa… —Sugiere.

¿Qué? ¿Escuché bien o me lo imaginé? ¿Me dijo indiscretamente que soy estúpida? Si, si lo dijo, y ahora lo veo sonreír tan jodidamente seductor que en vez de enojarme me atrae, maldita sea, me atrae y mucho. 

—Tomaré el consejo, gracias. —Finalizo y sin soportar más su mirada sobre mí me doy la vuelta y continúo en mi camino por encontrar la camioneta Ford Focus plateada de mi madre.

-

Unos pasos corriendo afuera de mi habitación me despiertan a la mañana siguiente. Gruño, estiro mis brazos hacia arriba y bostezo mirando al techo. El clima en mi habitación es frío, las puertas cristalinas cubiertas por cortinas rosas que dan paso a mi balcón están llenas de gotas de agua y cuando me levanto noto que ha llovido. Deduzco que probablemente hoy lloverá también así que abro mi armario, busco y busco y finalmente saco un pantalón negro de lana, —Sin importarme lo que piensen en la escuela por llevarlo—, unas botas color caqui de algodón, dos blusas cualesquiera, mi ropa interior y un saco con grandes botones del color de las botas para combinar. Acto seguido me meto a bañar, abro el grifo del agua caliente y espero hasta que esté casi hirviendo, —Cosa que mi madre detesta que haga—, y finalmente dejo que el calor invada mi cuerpo y elimine cualquier rastro de frío.

Quince minutos más tarde salgo de mi baño humeando por todos los rincones en mi habitación a causa del calor, ya cambiada me paro frente a mi tocador con enorme espejo y me veo ahí. Tomo mi cepillo de un estuche y empiezo a deslizarlo por mi cabello rebelde para desenredarlo, tomo la secadora, la conecto y la prendo para así secarlo. Unos minutos después mí cabello empieza a recobrar su tono natural que es como el color de una buena taza de café con leche, esa tonalidad café-claro que compacta con mis ojos del mismo color. Una vez que lo noto lo suficientemente seco lo sigo cepillando, me pongo crema para el cabello para que se mantenga en su lugar y le doy una pasada más con el peine haciendo así que mis mechones ondulados caigan sobre mis hombros hasta mi pecho. Obligo a un pedazo de copete a que se quede junto a mi oreja pero me desobedece y vuelve a mi frente, y odio saber que tendré que hacer eso todo el día, —siempre lo hago—. Dejo el peine sobre la madera del tocador y alcanzo mi estuche de pinturas, saco primero el polvo un poco más moreno que mi tonalidad y me pongo bastante para no lucir pálida, —mi piel es demasiado blanca que me asusta—, luego me pongo un poco de rubor, suficiente rímel para que mis ojos no luzcan pequeños y finalmente brillo labial rojo.

Desde el más allá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora