Cuando las clases terminan y Roger se aleja en su motocicleta o mejor dicho en su novia Sasha, me quedo sentada en la misma banca en la que siempre espero a mi madre a que venga por mí.
El aire se siente tan frío que sospecho que nevará. Apenas suspiro sale una capa de humo por mi boca, me cruzo de brazos para mantener un poco de calor y me mantengo lo más firme que puedo para no temblar. Los minutos pasan y pasan y vuelven a pasar y no hay señales de la Ford Focus de mamá.
Veo la hora en la pantalla de mi celular, —que por cierto no sé como haré para tirar esta belleza a la basura—, y marca las doce quince de la tarde. Bien, mamá ya se pasó quince minutos tarde. Es extraño porque ella jamás tarda tanto, de hecho siempre es de las que llega mucho antes por mí y eso suele ser vergonzoso.
Cuando voy a guardar de nuevo mi celular éste vibra y me sobresalta, me fijo rápidamente en que me llegó un mensaje y lo abro: “Johnny tuvo un accidente en el fútbol americano y se rompió un brazo. Estaremos unas horas en el hospital, pídele a Roger que te lleve a casa. Volvemos en la tarde”.
Es mamá. Dios mío… pobre Johnny.
Siento una punzada en el corazón al leerlo, ¿Qué le habrá pasado exactamente? Siempre pensé que no tenía la condición exacta para jugar ese deporte pero mamá no me escuchó. Él no es fortachón y enorme como los demás, sólo es el pequeño Johnny, mi hermano de doce años que es igual de delgado que yo.
Niego con la cabeza y me quedo pensando en mis posibilidades. Roger ya se fue hace varios minutos, es tan holgazán que estoy segura de que no querrá devolverse a venir por mí, además mencionó que iría directo a casa de sus abuelos porque allá comería hoy y eso no es favorable para mí.
Continúo pensando… papá. Lo más probable es que esté trabajando y no tenga tiempo, pero supongo que no pierdo nada al intentar. Marco su número y éste suena tres veces antes de contestar.
— ¡Hija! —Suena algo emocionado pero no sé cuánto. Al menos me alegra que haya visto el identificador antes de responder.
—Papá, ¿Cómo estás? —Pregunto con una pisca de alegría creciendo en mi interior, hace tanto que no lo veo y lo extraño tanto.
—Estoy bien cariño, trabajando mucho pero bien. —Eso de trabajar mucho no me agrada oírlo. — ¿Tú y tu hermano qué tal? —Continúa, y me doy cuenta de que mamá no le ha dicho sobre Johnny.
—Estamos… —Pienso, está trabajando ahora mismo y creo que sería muy egoísta de mi parte ponerle una carga más al hombro contándole sobre mi hermano, mejor que mi madre se lo cuente, no quiero ser la culpable de su estrés. —Bien.
—Me alegra oírlo. —Dice, y de pronto lo escucho decir un par de cosas lejos del teléfono. Genial, creo que me deja en claro que no tiene tiempo para mí. —Mer, ¿Podemos hablar después? Tengo mucho que atender ahora.
—Si… está bien papá. —No, no está bien, me gustaría verte y además no tengo a nadie que venga por mí. ¿A dónde te fuiste, Arthur Cooper? —Suerte en tu trabajo, espero verte pronto. Te quiero.
—Haré lo posible por que eso suceda. También te quiero. —Y cuelga tan rápido que no puedo ni decirle adiós. Con un suspiro triste cuelgo la llamada y para que mi momento sólo se arruine más me doy cuenta de que frente a mí está empezando a caer nieve. Dios. Volteo al cielo y, efectivamente, está comenzando a nevar.
Es ligero, pero sé que esto se pondrá terrible en unos minutos y si me quedo aquí me congelaré. Reviso mi cartera y asombrosamente sólo tengo dos dólares ahí, los taxis cobran el doble de eso y no hay camiones cerca.
Me levanto ya sin alternativas para que alguien venga por mí y empiezo a correr por toda la banqueta hacia mi casa. Cierro mi boca y respiro siempre por la nariz para mantener una buena respiración, llevo el mismo ritmo con el que corro por las tardes y luego un flash llega a mi mente: Justin dijo que ya no corriera más y eso es precisamente lo que estoy haciendo.