El no entender muchas cosas no significa que vamos a darnos por vencidos.
El proteger a quien quieres a veces implica tener que lastimarlo antes para no causarle más dolor después.
El dejar a alguien no significa que esa persona dejó de amarte.
Aquellas frases pronunciadas por mi padre un día antes de que él y mamá se separaran resuenan en mi cabeza como si me las estuviese diciendo de nuevo. Eran su justificación a lo que estaba a punto de hacerle a nuestra familia; abandonarnos.
Justo ahora llegan a mi mente porque, después de un año, la historia se repite pero con una persona diferente: Justin.
Acunada contra mis piernas aún en la banca algunas personas pasan y me miran con extrañeza pero también fingiendo que no existo, los autos pasan derrapando sobre el cemento de la calle frente a mí y el frío es cada vez más insoportable. Dejo que el tiempo vuele sin tener la noción del tiempo cuando, repentinamente, un hombre en motocicleta se detiene frente a mí y apoya su pie en la banqueta inclinando su vehículo. Me observa con una sonrisa coqueta y se baja un poco los lentes oscuros que lleva puestos.
—Hola nena, ¿Quieres un aventón? —su tono suave y juguetón me hace sentir una punzada de aliento tanto en la garganta como en el corazón. Sonrío y me desenredo de mí misma, me levanto y doy dos zancadas hasta que lo abrazo y me hundo en su cuello con rapidez. Él se sorprende y se pone rígido cuando lo hago, pero sólo deja pasar dos segundos para abrazarme también y mantener el equilibrio de la motocicleta y mi peso. —Valla… alguien me extrañó. —susurra acariciando mi cabello y mi espalda.
—No tienes una idea. Gracias por llegar tan pronto Roger. —me presiono más contra él y el calor de su chaqueta negra, sus brazos rodeándome y su simple presencia me reconfortan bastante haciéndome sentir menos miserable que antes. Sólo habían pasado algunos cinco minutos desde que lo llamé desde un teléfono público a que viniera por mí aquí y agradezco tanto que no me haya dejado sola.
— ¿Oye? —sé que ha notado mi voz temblorosa. —Meredith, Mer.
Intenta apartarme de su amarre pero se lo impido, me aferro a su cuello pero su fuerza es superior y sólo le cuesta tomarme por los hombros para separarme y mirarme.
—Hey, demonios nena. ¿Qué te sucedió? ¿Por qué tus lágrimas? —sus ojos grises reflejan pura preocupación e incertidumbre.
—Estoy… sólo necesito que me abraces. —ruego. Quiero abrazarlo de nuevo pero él se hecha para atrás, evitándome.
—No hasta que me lo digas. ¿A quien tengo que matar?
Sonrío y mi pecho duele otra vez. El horrible recuerdo me afecta tanto como si aún estuviera escuchando a Justin decirme todas esas cosas, o mejor dicho, decir tanto y a la vez nada.
—Roger… —mi voz es cada vez más débil. Sé que si se lo cuento lloraré otra vez. Odio esto.
—Dímelo nena, ¿Es Justin? ¿Te hizo algo? —acaricia mi cabello debajo de mi gorrito rojo y su expresión es de ligera esperanza por oírme decírselo. Mi garganta quema de nuevo al oír su nombre. La sensación es insoportable en mi interior, no sé cómo voy a superarlo.
— ¿Podemos ir a tu casa? No quiero ir a la mía ahora. Prometo contártelo todo, pero aquí no. —pido.
Él suspira y luego simplemente asiente.
—Gracias. —le ofrezco la mejor y más válida sonrisa que puedo.
—No sonrías si es falsamente. Odio que lo hagas, te prefiero natural y bella, no triste y demacrada. —me besa en la mejilla, luego me suelta y señala el espacio libre detrás de él. —Súbete y ponte esto.
Me entrega su casco y sin pensarlo me lo pongo sobre la cabeza, me siento detrás de él presionándome contra sus muslos y abrazo fuerte su cintura, sintiéndome, después de tanto tiempo, segura y aliviada aunque sea por el tiempo que durará el camino a su casa.
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—Perdón por el desastre. —es lo primero que dice Roger cuando entramos a su departamento. Sonrío y doy una inspección con la mirada a todos los rincones puntuando mentalmente.
Sala: uhm… ocho.
Cocina: ¡Valla! Seis.
Estancia: nueve.
Me encamina hacia su habitación y lo sigo por detrás. —Pasa. —pide, y cuando observo la cama destendida, ropa sucia en el suelo, los libros de la escuela regados en un estante punteo inmediatamente: ¡Cero! Creo que definitivamente no querré ver su baño.
—Esto es más que un desastre. ¿Pasó un remolino por aquí? —me burlo negando con la cabeza.
—No te burles, nena. Yo suelo ser limpio pero hoy desperté y fui inmediatamente a pasar un rato en casa de mi madre. Allí estaba toda mi familia aún comiendo recalentado y esa mierda que dura años sin echarse a perder. —se excusa. —Pero en verdad, soy tan limpio en casa como luzco físicamente.
—Se nota. —me río.
—Hablo enserio. Bueno, si tanto te molesta, ¿Me ayudas a limpiar? —alza las cejas.
—Estoy aquí para contarte mi Serie de Eventos Desafortunados que son aún peores que la propia película que posee el nombre, no para ser tu sirvienta. —informo recargándome en la pared junto a la puerta. Él parece esforzarse en recoger la ropa del suelo y, después de uno o dos minutos, tiene un puño de prendas en sus brazos y las lanza al canasto en una esquina.
—Escúpelo todo, nena. Limpiaré y escucharé al mismo tiempo ya que a la Señorita Perfección le molesta ver mi habitación un poquitín sucia.
— ¿Un poquitín? —río sarcástica. —Eso llevará horas. Sólo… —me acerco a él y lo jalo por el brazo. —Sentémonos, ¿Si? —lo empujo a mi lado y ambos quedamos sentados en la cama destendida pero igualmente cómoda.
—Ya que. —susurra acomodándose hacia atrás su rebelde cabello oscuro. —Soy todo oído.
Suspiro y empiezo a formular las frases en mi mente antes de decirlas. Él simplemente me observa cauteloso y nunca apartando sus ojos de mi rostro. Eso, por primera vez desde que somos amigos hace cuatro años, me incomoda un poco.
—Lo primero que debo decir es… —trago saliva. Él frunce el ceño, expectante. —Johnny desapareció.
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